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Ὁ Δον Κιχώτης
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Diario de un Seductor
Sören Kierkegaard
Librodot Diario de un Seductor Sören Kierkegaard
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PROLOGO
Sua passion predominante é la giovin principiante.
DON GIOVANNI, aria1
No puedo ocultármelo a mí mismo: a duras penas domino la ansiedad que me atosiga
en este instante, ahora que, empujado por mi interés, decido transcribir, con mucho
cuidado, la copia apresurada que, con riesgo y con mucho esfuerzo, conseguí entonces. El
episodio, hoy como ayer, se me presenta, a pesar de todo, muy angustioso y lleno de
reproches. Contrariamente a su costumbre, él no había cerrado la mesa del escritorio, por
lo que su contenido se encontraba a mi disposición, e inútilmente intenté justificar mi
actitud recordándome que jamás había abierto un cajón. Había un cajón abierto. Y dentro
había muchos papeles desordenados, y encina estaba apoyado un volumen in quarto, muy
bien encuadernado. En la página por la que estaba abierto había un trozo de papel blanco,
en el que estaba escrito de su puño y letra: Commentarius perpetuas n. 4. Sería, por tanto,
completamente inútil justificarse de que, si el libro no hubiera estado abierto en esa
página y si el título no fuese tan sugestivo, yo no habría cedido a la tentación, o al menos
hubiera intentado resistirla. El título resultaba bastante raro, más que por sí mismo por el
lugar en el que se encontraba. Al echar una ojeada a los papeles desordenados entendí
que no contenían más que alusiones a episodios eróticos, alguna indicación de relaciones
personales y borradores de cartas de naturaleza estrictamente privada, de las que más
tarde comprendí la artificiosa, calculada negligencia. Si ahora, después de haber
penetrado el interior tenebroso de aquel hombre corrompido, evoco el instante en que,
con la mente tensa y los ojos abiertos, me acerqué a aquel cajón, siento una impresión
parecida a la que debe sentir un policía cuando entra en la guarida de un falsificador y,
curioseando entre sus cosas, encuentra en un cajón un montón de folios desordenados y
pruebas de imprenta: en una, un trozo de arabesco; en otra, un monograma, y en una tercera,
una filigrana al revés; tiene así la prueba evidente de que se encuentra sobre la pista
buena; y dentro de él se mezclan la satisfacción del descubrimiento con un sentido de
admiración por el trabajo y la diligencia empleados en las falsificaciones. Para mí, por el
contrario, era muy distinto, ya que no estaba acostumbrado a investigar delitos y, en ese
caso, no tenía ni siquiera un mandato policial. Habría deseado que se me hubiese
manifestado la verdad con todo su peso, ya que me estaba metiendo por un cansino ilegal;
pero en ese momento, como sucede normalmente, me sentía no menos pobre de palabras
que de pensamientos. Con frecuencia, nos dejamos dominar por una impresión, hasta que
la reflexión nos libera, y, rápida y diligente en su acción, consigue penetrar lo
imponderable desconocido. Cuanto más desarrollada está la facultad de reflexión, con
mayor rapidez se concentra; del mismo modo que un funcionario de aduanas está tan
acostumbrado a controlar pasaportes de viajeros extranjeros que no se despista ante las
caras más raras. Pero, aunque mi facultad de reflexionar está vigorosamente desarrollada,
en el primer instante me quedé consternado. Recuerdo claramente: palidecí, y me faltó
1 "La pasión que domina / la juventud que nace.” (Don Juan, "aria")
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poco para caer desmayado. ¡Qué angustia! ¡Si él hubiese regresado a su casa y me hubiera
encontrado desmayado, con el cajón en la mano..., pero una mala conciencia es
capaz de hacer la vida interesante!
El título del libro no me llamó demasiado la atención. Imaginé que se trataba de una
recopilación de fragmentos, hipótesis bastante natural, ya que sabía que era muy constante
en sus estudios. Sin embargo, el contenido era muy distinto. Se trataba, ni más ni
menos, que de un diario, y además muy bien redactado. Aunque yo no considere, por lo
que conocía de él anteriormente, que su vida tuviese mucha necesidad de un comentario,
sin embargo no puedo negar, después de la ojeada que le he echado ahora, que había
escogido el título con mucho gusto y precisión, con gran objetividad y estética en relación
con él y sus circunstancias. Aquel título está en perfecta armonía con el contenido del
libro, ya que su vida, efectivamente, siempre estuvo inspirada en el sueño de vivir
poéticamente. Dotado de una sensibilidad muy desarrollada, él conseguía siempre retratar
su propia experiencia. O sea, este diario no es históricamente exacto, pero tampoco es un
relato; no está, por así decir, en indicativo, sino en subjuntivo. Aunque la experiencia se
anote naturalmente como se ha vivido, y a veces también algo después de haberla vivido,
sin embargo está representada como si en ese instante tuviese lugar, y de una forma tan
dramática que parece, a veces, que todo sucede ante nuestros ojos. Es muy improbable
que, al redactar este diario, él haya tenido ante sí otra finalidad; como es incontestable,
por otra parte, que no tiene sólo interés para el autor del mismo. Si consideramos esta
obra en su totalidad y simplicidad no se puede suponer que tenga ante mí una obra
poética, quizá destinada a ser publicada. Personalmente no tendría que temer que se
publicara, ya que la mayoría de los apellidos son tan raros que no hay posibilidad de que
sean auténticos. Sin embargo, pienso que los nombres son históricamente exactos, y quizá
esto era para que él más tarde pudiese reconocer los personajes reales, donde los profanos
se habrían equivocado por el apellido. Al menos esto ha ocurrido con la jovencita, a quien
yo conocí y de la que habla particularmente el diario: Cordelia... En efecto, se llamaba
Cordelia, pero su apellido no era Wahl.
¿A qué se debe entonces que, a pesar de esto, el diario mantenga su carácter poético?
No es difícil responder: se explica por la naturaleza poética de quien lo escribió;
naturaleza, por así decir, ni bastante pobre ni bastante tica para distinguir con precisión la
poesía (le la realidad. El espíritu poético era ese más que él añadía a la realidad. Ese más
era lo poético que él gozaba en una exposición poética de la realidad, y esta última la
volvía a evocar bajo la forma de meditación poética. De esto derivaba una segunda
satisfacción, y toda su vida estaba marcada por el placer. En el primer caso gozaba
personalmente del hecho estético, y en el segundo gozaba estéticamente de su
personalidad. Hay que señalar que en el primer caso, de forma egoísta, él gozaba en su
interior y de lo que la realidad le concedía y de lo que él mismo daba a la realidad; en el
segundo, su personalidad venía transpuesta y entonces él gozaba de la situación y de su
estar en aquella situación. En el primer caso, la realidad le resultaba siempre necesaria
como medio, momento; en el segundo caso, la realidad era concebida poéticamente. Fruto
del primer estadio es esa disposición de ánimo de la que surgió el diario cono fruto del
segundo estadio, y, en este caso, se da a la palabra un significado distinto al primero. Así
él percibió la poesía en esa forma ambigua en, la que vivió toda su vida.
Más allá del mundo en el que vivimos, en un fondo remoto, existe otro mundo, que,
respecto al primero, está en la misma relación en que la escena que, a veces, vemos en el
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teatro se encuentra con la escena real. A través de unos velos muy Dinos nos parece ver
otro mundo de velos, más finos y más etéreos, de una intensidad distinta a la del mundo
real. Muchos hombres que aparecen corporalmente en el mundo real no tienen su morada
en éste, sino en el otro. Sin embargo, cuando un hombre se aleja, cuando un hombre casi
desaparece del mundo de la realidad, depende de un estado de enfermedad o de salud. Y
éste era el caso de ese hombre, que, sin haberlo visto antes, tuve la ocasión de conocer.
No pertenecía al mundo real, y sin embargo tenía muchos lazos con él. Continuamente se
metía dentro, y siempre, cuanto más se abandonaba, más salía de él. Y no era el Bien lo
que le tenía alejado, ni tampoco el Mal; no puedo afirmar nada en contra de él, en ningún
aspecto. Padecía una exacerbatio cerebri, por lo que la realidad no le servía de estímulo
más que de forma esporádica. No se alejaba ele la realidad por ser demasiado débil para
soportarla, sino demasiado fuerte. Y precisamente su fuerza era su enfermedad. En cuanto
la realidad perdía su poder de estímulo, se sentía desarmado, y de ahí su mal. Y él tenía
conciencia en el instante mismo del estímulo, y en esta conciencia consistía el mal.
Conocí a la jovencita de cuya historia trata en particular el diario. Ignoro si sedujo a
otras, aunque, seguramente, podría deducirse de sus papeles. Parece que en este caso se le
habría solicitado que tuviera otro comportamiento, algo característico en él, pues, a pesar
de todo, es taba bien dotado espiritualmente para ser un seductor en la acepción común de
la palabra. Del mismo diario se de duce que siempre mantenía cierta elegancia: no pedía,
por ejemplo, más que un saludo, si el saludo era lo máximo que ofrecía la víctima
designada, y no habría aceptado más a ningún precio. Valiéndose de sus dotes naturales,
él sabía engatusar a una joven hasta atarla a su persona, sin preocuparse más tarde de
poseerla en sentido estricto. Imagino que sabía llevar a una joven hasta el punto en que
estaba seguro de que habría sacrificado todo por él. Lle- gado aquí, cortaba todo, sin que
por su parte tuviese lugar la menor presión, sin que hiciera la más mínima alusión al
amor, sin una declaración o promesa. Y sin embargo había llegado hasta allí; y de la
conciencia de todo esto derivaba una doble amargura para la desgraciada, ya que ella no
tenía nada a que agarrarse y vagaba entre desesperados estados de ánimo en una lucha
infernal. A veces, perdonándole a él, se reprochaba a sí misma, y más tarde se lo
reprochaba a él, y entonces, ya que sólo había tenido lugar una relación en sentido
impropio, se enfrentaba continuamente con la duda de que no fuera nada más que pura
imaginación. Tampoco le quedaba el recurso de confiarse a alguien, pues efectivamente
no tenía nada que confiar. Cuando uno sueña, les puede contar a otros su sueño, pero lo
que ella tenía que contar no era un sueño, no, era realidad; por lo que, cuando quería
contárselo a otros para desahogar su angustiado corazón, todo se quedaba en nada. Y esto
lo percibía ella muy bien. Si nadie podía entender esto, mucho menos podía hacerlo ella,
aunque le oprimiera el peso angustioso de la duda. Las víctimas, por este motivo, eran
muy singulares. No se trataba de jóvenes desdichadas que, marginadas, o con la idea de
que la sociedad las marginaba, presas de la angustia, cuando el corazón se desborda, se
afligen con desesperación, abandonándose al odio o al perdón. No se advertía en ellas
ningún cambio notable; seguían manteniendo, respetables como siempre, sus relaciones
habituales; pero un cambio, que les resultaba oscuro a ellas e incomprensible a los demás,
había tenido lugar. Su vida no estaba, como la de otras seducidas, quebrada, rota; tan sólo
habían sido doblegadas en su intimidad. Perdidas para los demás, intentaban en vano
encontrarse a sí mismas. Así como podía decirse que su caminar por la vida no dejaba
huellas (ya que sus pasos eran tan regulares que podía controlar sus huellas, e imagino la
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infinita diligencia que prestaba a esto), tampoco caía ninguna víctima en este transcurso.
Tenía una vida espiritual demasiado desarrollada para ser un seductor vulgar. En
ocasiones, sin embargo, asumía un cuerpo ..para~ estático» y entonces era pura
sensualidad. Además, su historia con Cordelia es tan complicada, que incluso le resultó
posible aparecer él como el seducido; y hasta la misma Cordelia podía tener esta duda,
pues en este caso él supo dejar sus huellas tan poco marcadas que resultaba imposible
toda comprobación. Él utilizaba a los individuos sólo para estimularse, y luego los dejaba
a un lado, como los árboles se desprenden de las hojas: él se rejuvenecía, las hojas se
marchitaban.
Pero, ¿cómo juzgaba todo esto en su interior? Yo pienso que quien lleva a otros al
error terminará cayendo en el error. No ha confundido a otros sólo aparentemente, sino en
lo más profundo. Indicar a un viajero extraviado un camino equivocado, o sea, dejarle a
uno en su error, es una acción muy reprobable, pero nunca se puede comparar con
conducirle a uno para que se pierda en sí mismo. Al viajero extraviado le queda, por lo
menos, el consuelo del paisaje que cambia continuamente a su alrededor, y en cada
recodo le nace la esperanza de encontrar, por fin, un camino de salida¡, pero quien está
perdido en sí mismo no tiene mucho espacio para dar vueltas. Comprende rápidamente
que se encuentra en un laberinto del que no podrá
salir nunca. Pienso que, un día u otro, podrá sucederle a él, pero en su caso será
mucho más horrible. No puedo imaginar nada más tortuoso que un talento intrigante que .
haga perder la orientación y que, cuando la conciencia le despierta, para intentar
reorientarle, dirija contra sí mismo toda su agudeza. ¡Su guarida de zorro no tiene muchas
salidas! En el mismo instante en que su alma angustiada cree ver llover a través de la luz
del día, se da cuenta de que es una nueva entrada y, como fiera aterrada, busca continuamente
salidas, pero sólo encuentra entradas que lo llevan a sí mismo.
A un hombre así no siempre habría que llamarlo criminal, porque a menudo le
engañan sus propias intrigas y recibe un castigo mucho más terrible que un verdadero delincuente;
pues, en realidad, ¿qué es el dolor de la expiación comparado con este delirio
consciente? Su castigo tiene un carácter puramente estético, porque hasta el despertar de
su conciencia le resulta un término demasiado ético. La conciencia se le aparece tan sólo
bajo la forma de un conocimiento superior, que se exterioriza como inquietud y ni
siquiera puede decirse que le acuse con toda propiedad, sino que le mantiene despierto y
priva de todo . descanso a su estéril agitación. Y sin embargo no es un loco, ya que la
infinita multiplicidad de sus pensamientos no se ha petrificado en la eternidad de la
locura.
Tampoco la pobre Cordelia encontrará fácilmente la paz. Ella le perdona en lo más
profundo del corazón, pero no encuentra tranquilidad, porque la duda renace en su alma:
ella rompió el noviazgo, ella fue el motivo de su infelicidad, su orgullo anheló lo insólito.
Siente entonces remordimiento, pero no tiene tranquilidad, porque inmediatamente su
conciencia le dice que ella es inocente: fue él quien, consciente de su engaño, sugirió esa
conducta a su alma. Al fin odia, su corazón encuentra consuelo en la meditación, pero
ella no encuentra tranquilidad, porque vuelve a hacerse reproches: reproches por haberlo
odiado y por haber pecado ella, reproches porque ella, aunque engañada por la astucia de
él, se siente siempre culpable. Grave le resulta el engaño de él, pero aún más grave, nos
atreveríamos a decir, fue la reflexión que él despertó en ella, su desarrollo estético, de tal
forma que ella ya no puede prestar humildemente oído a una sola voz, sino escuchar
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varios discursos a la vez. Cuando en su alma se despiertan los recuerdos, ella olvida culpa
y pecado, para evocar tan sólo los instantes de felicidad, y volviendo a caminar por los
momentos felices se deja embriagar por una exaltación innatural. En tales momentos ella
no sólo lo recuerda, sino lo evoca con una clair-voyance que demuestra hasta qué punto
ella ha quedado plasmada. En esos instantes no aparece en él el criminal, ni tampoco el
hombre noble: ella lo percibe sólo estéticamente. En una ocasión me escribió una nota en
la que se expresaba así acerca de él: -Unas veces él era tan espiritual, que yo, como
mujer, me sentía anonadada; otras, tan impetuoso, apasionado y seductor, que casi
temblaba ante él. A veces parecía que yo le resultaba una extraña, mientras en otro
momento se abandonaba por completo en mis brazos, pero, luego, al abrazarlo, de repente
desaparecía completamente y yo abrazaba simplemente unas nubes. Antes de encontrarlo,
ya conocía yo esa frase, pero sólo él me enseñó su significado, y cuando la empleo
siempre pienso en él, pues creo que es capaz de conocer cada uno de mis pensamientos.
Desde mi infancia amé la música: él era un maravilloso instrumento, siempre afinado,
rico en tonos como ningún otro. Todos los sentimientos y estados de ánimo estaban
fundidos en él; poseía fuerza y delicadeza en el sentir; ningún pensamiento le resultaba
demasiado elevado, ninguno excesivamente arriesgado. Sabía enfurecerse como una
tormenta de otoño, pero también susurrar imperceptiblemente. No le dirigí una palabra
que no buscara un efecto en él, pero no soy capaz de decir si él lo captó, porque me era
imposible conocer el efecto surgido. Con un indescriptible, aunque misterioso y
bienaventurado sentido de angustia, escuchaba esa música que yo misma evocaba y que,
sin embargo, no evocaba. Una música, con cuya dulce armonía él siempre sabía
arrastrarme…
Si esto era terrible para ella, la expiación sería mucho más terrible para él; es algo
que puedo intuir por el ansia que me atenaza y que a duras penas consigo dominar cada
vez que me pongo a pensar en todo esto. También yo me siento arrastrado a aquella zona
nebulosa, a aquel mundo de sueños, donde en cada instante hasta nuestra sombra suscita
terror. Inútilmente intento liberarme: lo persigo como a un bribón que me amenaza, como
a un acusador mudo. ¡Qué cosa tan extraña! Él ha extendido sobre todo el velo del más
profundo misterio, aunque quede un secreto, todavía más profundo, yo soy un iniciado de
su secreto. Sí, fui introducido de la forma más ilícita. Es imposible olvidar todo. A veces
he llegado a pensar en hablar con él. Pero, ¿de qué iba a servirme? O me haría tal
cantidad de preguntas, sosteniendo que el diario no es más que una tentativa poética, o
me pediría que me callase, a lo que no me podría negar, por el modo como me inicié en
su secreto. Nada consigue tanta seducción y maldición como un secreto.
De Cordelia recibí una colección de cartas. Ignoro si son todas, pues en una ocasión
me había dicho que había quitado algunas. Hice copias que quiero ahora intercalar en esta
transcripción. No llevan fecha, pero, aunque la llevaran, no me habrían ayudado mucho,
ya que, a medida que el diario avanza, falta toda referencia al tiempo y, al final, con raras
excepciones, desaparecen todas las fechas. Casi parece que la historia en su desarrollo
adquiere una importancia totalmente cualitativa, terminando, a pesar de su referencia a la
realidad, identificándose con la Idea, por lo que toda colocación en el tiempo no tiene
ningún significado. Lo que más me ha ayudado han sido algunas palabras que se
encuentran en distintos puntos del diario, y cuyo significado yo no entendí al principio.
Al ponerlas en relación con las cartas, me di cuenta de que eran el motivo fundamental.
Por esto me resultará fácil ordenar las cartas, poniendo cada una donde aparece su motivo
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fundamental. Si no hubiera descubierto este indicio, habría cometido errores muy graves;
pues, aunque ahora parezca verosímil, nunca habría pensado que las cartas se habían
sucedido en el tiempo tan frecuentemente, hasta el punto que, según parece, ella tuvo que
recibir más de una el mismo día. Si me hubiera dejado llevar de mi pensamiento, las
habría espaciado más y nunca habría sospechado el efecto que eligió esa apasionada
energía para poder atar a Cordelia a la cima de la pasión.
Además de la completa descripción de su relación con Cordelia, el diario se amplía
con otras pequeñas descripciones. Y cada vez que se encuentra con una de éstas, siempre
aparece al margen N. B. Estas descripciones do están relacionadas con la historia de
Cordelia, pero, sin embargo, me han dado una idea clara del significado de una expresión
que él utiliza y que yo al principio interpreté de forma errónea, o sea, hay que tener
siempre algún pretexto. Si yo hubiera tenido una edición anterior de este diario, habría
encontrado un número mayor de lo que, de vez en cuando, al margen, él llama actiones in
distans, porque incluso él declara que estaba tan ensimismado con Cordelia que do tenía
tiempo para mirar alrededor.
Poco después de abandonar a Cordelia, recibió de ésta un par de cartas, que él le
devolvió, sin abrirlas. También éstas me las entregó. Ella misma las había abierto, por lo
que puedo copiarlas. Jamás me dijo ella una sola palabra sobre el contenido; incluso,
cuando se refería a sus relaciones con Juan, solía recitarme unos versos, creo que de
Goethe, que, según la disposición de ánimo o según el modo en que se reciten, pueden
tener distinto significado:
Gehe,
Verschmähe
Die Treue;
Die Reue
Kommt nach2.
2 Ve, / desprecia / la fidelidad; / el arrepentimiento / vendrá después...
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LAS CARTAS SON DE ESTE TENOR:
Juan:
No te llamo mío, porque entiendo que tú nunca lo has sido, y, si un día me ilusioné
con este pensamiento, ahora he sido cruelmente castigada. A pesar de todo te llamo mío:
mi seductor, mi embaucador, mi enemigo, mi asesino, origen de mi desventura, tumba de
mi dicha, abismo de mi desdicha. Te llamo mío y me digo tuya, y si estas palabras un
tiempo halagaban tu orgullo postrado en adoración ante mí, suenan hoy como una
maldición contra ti, una maldición por toda la eternidad. ¡No te regocijes con el pensamiento
de que yo tenga la intención de perseguirte o de armar mi mano con un puñal, y
así merecer tu escarnio! Donde quiera que vayas, seguiré siendo tuya. Vete a los confines
del mundo, seguiré siendo tuya. Aunque ames a mil mujeres, seguiré siendo tuya. Las
mismas palabras que utilizo contra ti te demuestran que soy tuya. Tú te has atrevido a
engañar a una criatura hasta el extremo de que eras todo para ella, hasta el extremo de
que no habría deseado otra alegría distinta a ser tu esclava. Yo soy tuya, tuya, tuya: tu
maldición.
Tu Cordelia
Juan:
Había un hombre muy rico, que poseía rebaños de ovejas y de ganado, y había una
pobre muchachita, que poseía sólo un corderito que comía en su mano y bebía en su taza.
Tú eres ese rico, rico de todos los tesoros de la tierra; y yo la pobre jovencita, rica sólo de
mi amor. Tú me lo quitaste, gozaste de él; y, cuando te dio la gana, sacrificaste ese poco
que yo poseía, pero no supiste sacrificar nada de lo tuyo. Había un hombre rico, que
poseía rebaños
de ovejas y de ganado, y había una pobre muchachita, que no poseía más que su
amor.
Tu Cordelia
Juan:
¿No queda ninguna esperanza? ¿Ya no se volverá a despertar tu amor? Sé muy bien
que me amaste, aunque no sé qué me da esa certeza. ¡Esperaré, aunque el tiempo me resulte
muy largo; esperaré; esperaré hasta que te canses de amar a otras mujeres; y, cuando
tu amor por mí surja de la tumba, yo volveré a amarte como siempre, te daré las gracias
como siempre, como antes, Juan, como antes!
¿Va contra mí esta despiadada frialdad? ¿Es ésta tu auténtica naturaleza? ¿Fueron tu
amor y tu rico corazón sólo mentira y falsedad? ¡Vuelve a ser tú! Aguanta mi amor y perdóname
si aún sigo amándote. ¡Ya sé que mi amor es un peso para ti, pero llegará el
momento en que volverás a tu Cordelia! ¡A tu Cordelia! ¡Escucha estas palabras suplicantes!
Tu Cordelia. tu Cordelia.
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Tu Cordelia
Aunque Cordelia no haya poseído todas esas facultades que Juan tanto admiraba en
ella, está claro que no estaba privada de la de saber modular su voz. Su estado de ánimo
queda evidentemente impreso en todas sus cartas, aunque hasta cierto punto le faltó
claridad para expresarlo. Esto se advierte, particularmente, en la segunda carta, en la que
más que entenderla se sospechan sus intenciones, pero son precisamente estas
imperfecciones las que la hacen a mis ojos tan conmovedora.
4 de abril
¡Cuidado, mi preciosa desconocida! ¡Cuidado! No es tan sencillo descender de un
carruaje; en ocasiones, puede haber un traspiés decisivo. Os podría prestar una novelita
de Tieck y sabríais cómo una dama, al bajarse del caballo, se cayó con tan mala suerte
que ese traspiés fue decisivo para toda su vida. Por regla general, en los carruajes los
estribos están colocados tan altos, que conviene dejar a un lado la elegancia, y, si se ven
mal las cosas, aventurarse de un salto en los brazos del cochero o del lacayo. ¡Es la
ventaja de ser cocheros y lacayos! Yo pienso que terminaré buscándome un trabajo como
lacayo en alguna familia donde haya señoritas: un criado se convierte fácilmente en
partícipe de los secretos de una chiquilla... Pero, ¡por amor de Dios!, os ruego que no
saltéis así. ¡Ya es de noche! No os molestaré, r me esconderé tras ese farol, y así no me
podréis ver de ningún modo, pues sólo se siente uno a disgusto cuando sabe que lo miran,
y uno sabe que lo miran cuando uno ve... venga, por piedad del lacayo, que quizá ni
siquiera sería capaz de realizar ese salto, por piedad de la falda de seda, item por piedad
de las enaguas, por piedad de mí, dejad, dejad que ese piececito delicado, cuya gracia yo
admiré, se aventure en el mundo. ¡Tened el valor de confiaros a él, pues encontrará un
punto de apoyo! Habéis temblado unos instantes, porque parece ser que habéis buscado
inútilmente donde apoyaros. Sí, estáis aún temblando, incluso cuando el pie ha
encontrado un apoyo. Venga, poned inmediatamente el otro pie. ¿Quién podría ser tan
cruel de dejaros colgando en esa postura? ¿Quién sería tan ingrato, tan malvado que no
persiguiera esa revelación de la Belleza? ¿O por casualidad tenéis aún miedo de una
indiscreción? No será del lacayo, ni tampoco de mí, puesto que yo ya he tenido la
oportunidad de admirar ese piececito y, dado que soy un naturalista, he aprendido de
Cuvier a sacar mis conclusiones. ¡Venga, daos prisa! ¡Cuánto aumenta la belleza esta
ansiedad! Y sin embargo la ansiedad por sí misma no es bella si no va acompañada de la
energía para dominarla. ¡Venga! ¡Con qué aplomo se apoya ahora ese piececito! ¡Me he
dado cuenta de que las jóvenes con pies pequeños, por regla general, se apoyan con más
seguridad que muchos otros bípedos bien plantados! ¿Quién lo iba a imaginar? La
experiencia nos enseña que no se expone uno a gran peligro si, al bajar o saltar, queda
pillada la falda. Sin embargo es arriesgado para las jóvenes ir en carruaje, porque pueden
correr riesgos. Se rasgan encajes y puntillas y con ellos todo encanto. Nadie ha visto
nada. En realidad, una figura en la penumbra ha aparecido envuelta hasta los ojos con una
capa. Es difícil saber de dónde ha salido, ya que el farol alumbra directamente sobre los
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ojos. En el instante en que ibais a atravesar la puerta de la calle lo habéis visto. En ese
preciso instante una mirada de lado da en la diana. Os ponéis colorada, se os inflama el
pecho; hay enojo en vuestra mirada y feroz desprecio. Y, en los ojos, una plegaria y una
lágrima. Ambas son muy hermosas, y me adueño de ellas, porque tanto una como otra
pueden estar dirigidas a mí. Pero yo soy malo. ¿Cuál es el número de la casa? ¡Un bonito
escaparate! ¡Mi querida desconocida, quizá es muy indiscreto por mi parte, pero yo os
sigo por esta calle tan iluminada! Ella ya se ha olvidado. ¡Cuando se tienen dieciséis
años, cuando a esa edad feliz se va de compras, cuando se agarran con las manos objetos
pequeños y grandes, uno está dominado por una alegría indescriptible y se olvida
fácilmente de todo! Aún no me ha visto; estoy en la otra punta del mostrador. De la pared
de enfrente cuelga un espejo, ella no lo ve, pero el espejo la ve. ¡Con qué fidelidad ha
atrapado su imagen, como un humilde esclavo que devotamente manifiesta su devoción,
un esclavo para el que ella tiene un gran valor, aunque él no tenga ningún valor para ella!
¡Puede agarrarla, pero no abrazarla! ¡Desdichado espejo que puede sujetar su imagen,
pero no a ella! ¡Desdichado espejo que no sabe guardar su imagen en secreto y esconderla
a todo el mundo, sino que por el contrario sólo sabe mostrársela a los demás, como ahora
a mí! ¡Qué tormento si también los hombres fuesen así! Y sin embargo, muchos hombres
no poseen nada hasta el instante en que se lo enseñan a los demás, y sólo agarran lo externo
y no lo sustancial, y pierden todo cuando esto último se revela; así como este espejo
perdería la imagen de ella, si ella por un instante traicionara a su corazón ante él. Y si un
hombre no es capaz de poseer la imagen del recuerdo en el mismo instante en que se
acuerda, debería intentar estar lejos de la belleza, y no tan cerca que un ojo mortal pueda
ver qué bello es lo que posee. Pues lo que el ojo de la cara ha perdido, él, alejándolo de sí,
puede volver a fijarlo con la visión exterior; pero esto también lo puede tener ante el ojo
del alma, cuando no consigue ver el objeto porque está demasiado cerca, cuando los
labios están pegados a los labios... ¡Ella es muy hermosa! ¡Pobre espejo, qué tormento;
por suerte no eres celoso! Su rostro es un óvalo perfecto, tiene la cabeza ligeramente
inclinada, de tal forma que, clara y arrogante, su frente parece alzarse sin que el pensamiento
la surque sin arruga. Sus negros cabellos, finos y suaves, están recogidos. Su cara
es como una fruta, cada rasgo está suavemente pronunciado; su piel, la siento, la siento
con los ojos, es diáfana, como terciopelo. ¡Y sus ojos! Todavía no los he visto, ya que
están escondidos tras la tira de seda de esas pestañas ganchudas como alfileres peligrosos
para quien quiera penetrar en su mirada. Su cabeza es una cabeza de Madonna, pura e
inocente. Ella se inclina como una Madonna, pero no se pierde en la contemplación del
Uno, lo que da una variación a la expresión de su cara. Ella contempla lo Múltiple, lo
Múltiple en lo que se refleja el brillo y el esplendor terrenos. Se quita un guante y
muestra al espejo y a mí una mano derecha blanca y perfecta como mármol antiguo, sin
joyas, ni siquiera el liso anillo de oro en el tercer dedo -¡perfecto! Levanta los ojos: todo
en ella se transforma, ¡aunque quede invariado!, la frente está un poco menos alta, la cara
un poco menos perfectamente oval, pero más viva. Habla con el dependiente, está alegre,
contenta, locuaz. Ya ha elegido dos o tres cosas, toma otra en la mano, vuelve a bajar los
ojos, pregunta el precio, la pone a un lado bajo los guantes; debe ser un secreto, ¿un
regalo para... su amante? Pero ella no tiene novio..., sin embargo, ¡ay de mí!, muchas no
tienen novio y tienen amante, y muchas tienen novio y no tienen amante... ¿Tengo que
renunciar a ella? ¿Tengo que abandonarla sin molestarle en su alegría? Quiere pagar, pero
ha perdido el bolso: probablemente dará su dirección. No quiero oírla, no quiero privarme
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de una sorpresa. Volveré a encontrármela alguna otra vez en la vida, y sin duda la reconoceré,
quizá también ella se acordará: no es fácil olvidar una mirada de perfil. Si me la
encuentro de forma insospechada, será mi ocasión. Si no me reconoce, me daré cuenta de
su mirada, y así tendré la oportunidad de mirarla de perfil. Estoy seguro de que recordará
el incidente. Sin impaciencia, sin avidez, todo se gozará a su debido tiempo. Ya la he
escogido, terminará bien cuando la haya conseguido.
5 de abril
Puedo admitirlo: sola, por la tarde, por la Oestergade. Sí, es verdad, he visto que
vuestro lacayo os seguía. ¡No creáis que yo piense tan mal de vos que os considere capaz
de ir sola; no creáis que sea tan inexperto que no note, con un vistazo rápido sobre la
situación, esa grave figura! Pero... ¿por qué tanta prisa? Es verdad que si una está ansiosa,
se siente una aceleración del corazón, que no se debe a un impaciente deseo de volver a
casa, sino más bien a un impaciente temor que atraviesa todo el cuerpo como un
escalofrío con su dulce turbación; y por eso se acelera el paso... Pero a la vez es
estupendo, impagable, ir así sola... con el lacayo, que la sigue a distancia... Se tiene
dieciséis años, se ha leído algo -en realidad, novelas-, se ha pasado casualmente por la
habitación de los hermanos y agarrado alguna palabra de un diálogo entre ellos y sus
amigos, una referencia a la Oestergade. Después, se ha vuelto varias veces a esa
habitación para intentar, si es posible, pescar alguna aclaración más precisa. Inútilmente.
Hay que, como corresponde a una joven cita mayor y crecidita, ser algo más práctica en
este mundo.
¡Si fuese posible salir sola, acompañada únicamente del criado! Sí, gracias: el padre
y la madre estarían preocupados, pero ¿qué razón se puede aducir? Si hay que ir a hacer
una visita no es la ocasión adecuada, es demasiado pronto, ya que he oído a Augusto
hablar de nueve a diez de la noche; y, cuando se vuelve a casa, es demasiado tarde y por
tanto, como pasa siempre, conviene que nos acompañe un caballero. El jueves por_ la
noche, al salir del teatro, era una ocasión propicia, pero hay que ir siempre en carruaje
codo con codo con la señora Thomsen y sus amables primas. Si al menos volviese sola,
podría bajar el cristal de la ventanilla y sacar la cabeza fuera. Pero no hay que desesperar.
Esta mañana me dijo mamá: "No has terminado ese bordado que estás haciendo para el
cumpleaños de tu padre. Si quieres trabajar con tranquilidad, puedes ir hoy a casa de tía
Jette y quedarte hasta la hora del té; luego irá Jens a buscarte." En i realidad no era una
noticia muy agradable, porque en casa de tía Jette se aburre uno como una ostra, pero así
podría volver sola a casa con el lacayo a las nueve de la noche. Cuando venga Jens le
haré esperar hasta las diez menos cuarto, y luego, ¡venga! Entonces sólo podría encontrar
a mi hermano o al señor Augusto -cosa nada deseable, ya que en ese caso probablemente
tendría que seguirlos a casa de prisa. ¡No, gracias! Es mejor ser libre, la libertad... ¡Si
pudiera descubrirlos antes de que ellos me vean a mí...! Y ahora, mi pequeña señorita,
¿qué veis? ¿Y qué queréis que vea? En primer lugar el sombrerito, que os sienta muy bien
y armoniza perfectamente con la prisa de vuestra aparición. No es un sombrero, ni un
gorro, sino una especie de cofia. Pero es imposible que lo llevaseis esta mañana al salir de
casa. ¿Os lo ha traído el lacayo u os lo ha dejado prestado la tía Jette? -Quizá estáis aquí
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de incognito.-Sin embargo, cuando se quiere ver algo, no se debe bajar totalmente el velo.
Puede que no sea un velo, sino una amplia blonda. En la oscuridad no se puede distinguir.
¿Qué otra cosa podría tapar la parte anterior de la cara? El mentón es muy elegante,
aunque algo agudo; la boca, pequeña y entreabierta, depende de que vayáis un poco de
prisa. Los dientes, blancos como la nieve. Los dientes son muy importantes, son como
una guarnición que se esconde tras la seductora morbidez de los labios. Las mejillas
rebosan salud... Si la cabeza se inclinase a un lado, quizá se podría penetrar bajo ese velo
o esa blonda. Pero, ¡cuidado!, una mirada de soslayo es mucho más peligrosa que una
gerade aus [de frente]. Es como en la esgrima: ¿qué arma es más cortante, más fina, más
centelleante en sus movimientos, y por tanto más traicionera, que un ojo? ¡Si uno se pone
en guardia alta, en cuarta, como dice el esgrimista, y se lucha en segunda, cuanto más
rápida siga la estocada a la guardia mucho mejor! Es cuestión de una guardia muy rápida.
El adversario acusa la estocada: realmente ha sido tocado, pero quizá en un punto distinto
al que pensaba... Ella avanza hacia delante, sin temor y sin preocupación. ¡Cuidado!,
viene un hombre por esa parte. ¡Bajad el velo, no permitáis que su mirada profana os contamine!
No tenéis ni idea de que quizá, con el tiempo, os sea imposible olvidar la
desagradable angustia que esa mirada os ha suscitado: no lo habéis notado, yo sin
embargo he percibido que él se ha dado cuenta de la situación. Y ahora, el lacayo. Bien,
¿veis las consecuencias de ir sola con el lacayo? El lacayo se ha caído. En realidad, es
ridículo, pero ¿qué hacer? No vale volver para atrás e intentar ayudarle a levantarse, ir
por la calle con un lacayo cojo es desagradable, e ir sola es atrevido. ¡Escuchad! Se
acerca el monstruo... No me decís nada, sólo me miráis, ¿quizá mi aspecto os da miedo?
No puedo impresionaros por mi aspecto de buenazo casi llovido de otro mundo. No hay
nada en mis palabras que pueda inquietaros, nada que permita intuir una situación
desagradable, ninguna indiscreción que pueda rozaros. Estáis aún algo ansiosa, todavía
no habéis olvidado el acercamiento de esa odiosa figura. Me mostráis cierta
condescendencia; mi estupor, que me impide miraros, os da la bienvenida. Esto os alegra
y os tranquiliza, casi estáis tentada de tratarme algo mejor. Estoy seguro de que en estos
momentos, si os pasase por la cabeza, seríais capaz de cogerme del brazo... Bueno, ¿vivís
en Stormgade? Ahora os inclináis ante mí con frialdad y rapidez. ¿Quizá me lo he ganado
por haberos sacado de ese apuro? Os arrepentís, volvéis para atrás, me agradecéis mi
delicadeza, me dais la mano... pero, ¿por qué palidecéis? ¿Es que mi voz no ha permanecido
inalterada y también mi compostura, y mi mirada calma y tranquila? ¿Y ese
apretón de manos? Pero, ¿es que un apretón de manos significa algo? Desde luego,
mucho, muchísimo, mi pequeña señorita. Dentro de un par de semanas os lo explicaré
todo. Mientras tanto quedaos con la duda: yo soy un hombre bueno, como caballero
acudo en ayuda de una joven, y no puedo estrechar vuestra mano si no es por cortesía...
7 de abril
.El lunes, hacia la una, en la Exposición.» De acuerdo, tendré el honor de
encontrarme allí, a la una menos cuarto. Una pequeña cita de amor. El sábado pasado,
superando por fin todo titubeo, me decidí a hacer una visita a mi amigo Adolfo Bruun,
pero se encontraba de viaje. Y así, hacia las siete de la tarde, me fui a Vestergade, donde
me habían dicho que vivía él. Sin embargo no le pude encontrar, ni siquiera en ese tercer
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piso al que llegué sin aliento. Mientras bajaba las escaleras, me llega al oído una melodiosa
voz femenina, que casi, en un susurro, dice: "¡Bien! El lunes, hacia la una, en la
Exposición. A esa hora los míos están fuera, pero ya sabes que no debo verte aquí en
casa." La invitación no iba dirigida a mí, sino a un joven que en dos, tres zancadas estaba
fuera de la puerta, tan de prisa que ni mis ojos, ni mucho menos mis piernas lo pudieron
alcanzar. ¿Por qué no encienden el gas en las escaleras? Por lo menos habría podido ver
si valía la pena ser tan puntual. A pesar de todo, si hubieran encendido el gas quizá no
habría oído nada. Es todo lo que tiene razón de ser: yo soy y sigo siendo un optimista...
¿Pero quién será ella? Pues en la Exposición hay una multitud de jovencitas, para utilizar
una palabra distinta de donna. El reloj marca exactamente la una menos cuarto. Mi
querida desconocida, ¿deseáis ardientemente que vuestro prometido llegue tan puntual
como yo, o preferís que no llegue con un cuarto de hora de adelanto? Como queráis, yo
estoy aquí a vuestras órdenes... ¡"Demonio, hada o bruja encantadora, disipa tu niebla",
muéstrate, probablemente ya estás presente pero invisible para mí, descúbrete, pues, de lo
contrario, es inútil que yo espere tu aparición! ¿Habrá otras jovencitas que han venido
aquí con el mismo fin? Es muy probable. ¿Quién conoce los caminos del hombre, incluso
cuando va a una exposición?... Una jovencita entra en la sala, corriendo más de prisa que
una mala conciencia persiguiendo a un pecador. Se olvida de entregar el billete y el
hombre de rojo la para. ¡Que Dios la guarde! ¿Qué prisa le empuja? Es ella, sin duda.
Pero, ¿por qué esa furia atolondrada? Aún no es la una. Recordad que tenéis que encontraron
con la persona amada, y en esas situaciones no importa tanto el aspecto, sino la
forma de impresionar, que, como se dice al respecto, debe ser lo más calma posible.
Cuando una criatura tan joven e inocente acude a una cita se enfrenta con furia a ese
encuentro. Ella se siente bastante a disgusto. Yo, por el contrario, estoy sentado cómodamente
en una silla y contemplo el paisaje delicioso de un cuadro campesino... Es
una joven endiablada, recorre como un huracán todas las salas. Tenéis que intentar
contener vuestra pasión, recordad lo que decía la joven Lisbet3: ¿conviene que una joven
esté tan ansiosa cuando va a una cita? En este caso, se entiende, es una cita muy inocente...
Por regla general, los amantes consideran una cita como el momento más bello de
su vida. Yo recuerdo claramente, como si fuera ayer, la primera vez que corrí al sitio
convenido, con el corazón desbordado, e ignorante del gozo que me esperaba; la primera
vez que di tres palmadas y se abrió, por primera vez, una ventana; la primera vez que una
pequeña puerta se abrió con la mano invisible de una jovencita, que se retiró después para
cerrarla; la primera vez que escondí, bajo mi capa, a una jovencita en una iluminada
noche de verano. Y sin embargo se mezcla mucha ilusión con este juicio. El observador
paciente no encuentra siempre que los amantes sean tan bellos en ese momento. Yo soy
testigo de encuentros de amor en los que, aunque la muchaha fuese deliciosa y encantador
el hombre, la impresión que se sacaba era casi desagradable, y el encuentro, muy alejado
de ser ello, aunque así les pareciera a los amantes. Cuando uno se hace experto en cierto
sentido se gana, ya que es verdad que se pierde el deseo impaciente y la turbación que le
sigue, pero se adquiere el dominio, necesario para hacer el instante efectivamente
delicioso. Yo soy capaz de enfadarme cuando veo
a un individuo tan perplejo en esas situaciones, que transforma una simple pasión en
3 En una de las agradables comedias del noruego Ludwig Holberg (1684-1754), Erasmus Montanus,
Lisbeth es la novia del protagonista.
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un delirium tremens. ¡Saben mucho más los campesinos de ensaladas! En lugar de permanecer
más sereno para aprovechar la turbación de ella, de gozar de su belleza
inflamada atizándola, ésos, por el contrario, consiguen sólo una extraordinaria confusión,
y luego se vuelven a casa imaginando haber vivido instantes maravillosos... ¿Pero dónde
se ha metido ese hombre? ¡Ese villano deja que una jovencita espere tanto! Sería mejor,
si vuelve a pasar delante de mí por quinta vez, que le dirija la palabra: "Perdone mi
osadía, preciosa señorita. Seguramente estáis buscando a vuestra familia, ya que habéis --
pasado delante de mí unas cuantas veces y, siguiéndoos con la mirada, he visto que os
parabais en la penúltima sala. Quizá no sabéis que hay otra sala más. Es probable que
encontréis allí a los que buscáis". Ella me responde con una inclinación que le sienta de
maravilla. La ocasión es propicia, y me alegra mucho que el hombre no aparezca, se
pesca mucho mejor en las aguas turbias; cuando el ánimo de una jovencita está inquieto
se puede intentar con provecho lo que en otras ocasiones sería un fracaso. Le he hecho
una inclinación cortés y fría, vuelvo a sentarme y a mirar mi paisaje, sin quitarle los ojos
de encima. Seguirla detrás inmediatamente me parece arriesgado, lo podría considerar
demasiado atrevido y se habría puesto en guardia. Ahora está convencida de que le dirigí
la palabra para ayudarle y se habrá formado una opinión favorable de mí... Sé
perfectamente que en la última sala no hay nadie. La soledad va a influir en ella de modo
saludable. Si ve mucha gente se pone nerviosa, se calma cuando se quede sola. ¡Muy
bien! ¡Ya está! Dentro de poco me acerco yo, en passant, tengo derecho a dirigirme a ella
una vez más y ella me debe un saludo... Se ha sentado. ¡Pobre jovencita, parece molesta!
Ha llorado, o, al menos, le han asomado las lágrimas a los ojos. ¡Qué rabia hacerle saltar
las lágrimas a una jovencita así! Pero no te preocupes, te vengaré: yo te vengaré y él
aprenderá a conocer lo que significa esperar. ¡Qué hermosa es ahora, cuando el bullicioso
soplo del viento se ha calmado, está sentada y su ánimo descansa! Todo su ser es un pesar
y una armonía de dolor. Es muy guapa. Está sentada con su vestido de viaje, y en realidad
no tenía que ponerse en camino, ella se lo había puesto sólo para perseguir la felicidad.
Ahora ese vestidito es sólo un símbolo de su dolor, ya que ella tiene el aspecto de alguien
a quien se le ha escapado la alegría. Parece como si quisiera despedirse para siempre del
amado. ¡Y, buen viaje! La ocasión es propicia, el instante empuja. Ahora es conveniente
que yo me exprese de forma que parezca convencido de que ella aquí busca a su familia o
a un conocido, sin embargo debo hacerlo con tanto ardor que cada palabra se adecúe con
sus sentimientos, así tendré la ocasión de colarme en sus pensamientos... ¡Que el diablo
se lleve a ese patán! Se acerca un hombre, debe de ser él. Sí, ahí está ese imbécil,
precisamente ahora que se me presentaba la ocasión esperada. Pero siempre se obtendrá
algo. Yo debo sacar ventaja de su relación, debo mezclarme con la situación. Cuando me
vea de nuevo, involuntariamente se reirá de mí, que creía que ella estaba buscando aquí a
su familia, y en realidad buscaba otra cosa. Esta sonrisa me hace su cómplice, y esto
siempre es algo... Muchas gracias, chiquilla mía, esa sonrisa vale para mí mucho más de
lo que tú crees, es el inicio, y todo inicio, como siempre, es algo difícil. Ahora nos
conocemos, y nuestro conocimiento se basa en una situación excitante: de momento, es
suficiente. Me quedaré aquí más de una hora, dentro de dos ya sabré quién eres; de lo
contrario, ¿para qué creéis que la policía mantiene los registros de los ciudadanos?
9 de abril
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¿Es que me he quedado ciego? ¿El ojo interior del alma ha perdido su capacidad? La
he visto, pero es como si hubiera tenido una visión celestial, ya que la imagen se ha
desvanecido. Llamo, inútilmente, para que se concentren todas las fuerzas de mi alma con
el fin de evocar esa imagen. Si me fuese permitido volverla a ver, aunque fuera entre mil,
la reconocería inmediatamente. Ahora ella ha desaparecido, y en vano el ojo de mi alma
intenta conseguirla vehementemente... Paseaba por la Langelinie -aparentemente
distraído, sin mirar a mi alrededor, aunque en realidad nada pasaba inadvertido a mi
mirada escrutadora-, cuando mis ojos cayeron sobre ella. Se fijaron detenidamente en
ella, y ya no obedecieron a la voluntad de su dueño. Me fue imposible hacer el menor
movimiento y no pude escrutarla, sino sólo me quedé mirándola, fijándome en ella.
Como un esgrimista que se queda inmóvil en su guardia, así se quedó mi mirada,
petrificada en la dirección tomada. Me fue imposible bajarla, imposible volver a meterla
dentro de mí mismo, imposible ver, pues ya vi demasiado. He conservado impreso el
recuerdo de una mantilla verde que llevaba. Y nada más, lo que se dice atrapar nubes en
lugar de a Juno. Ella se me ha escapado, como José de la mujer de Putifar, y tras sí sólo
ha dejado la mantilla. Le acompañaba una señora mayor, que tenía toda la pinta de ser su
madre; a ésta la podría describir de los pies a la cabeza; aunque sólo le haya echado una
ojeada, en ese instante, en passant, la imprimí en mí. La jovencita me causó impresión, y
la he olvidado; la otra me hizo cierta impresión, y la recuerdo.
11 de abril
Todavía sigue mi alma enredada en la misma contradicción. Sé que la he visto, pero
también sé que la he olvidado de nuevo, así que ese residuo de recuerdo que aún me
queda no me es de consuelo. Mi alma anhela esa imagen, que por otra parte no aparece,
con inquietud y vehemencia, como si todos mis bienes estuvieran en juego. Sería capaz
de sacarme los ojos para castigarlos por su negligencia. Cuando se apacigua mi
impaciencia y recobro la calma, entonces es como si presentimiento y recuerdo tejieran
una imagen, que ni siquiera para mí logra adquirir forma, ya que no puedo distinguir los
contornos. Es igual que el dibujo de un precioso tejido: el dibujo es más claro que el
fondo, por sí solo no puede resaltar, precisamente porque es muy claro. ¡Estoy viviendo
una extraña situación! Y, sin embargo, tiene una dulzura especial, ya que me da la certeza
de que aún soy joven. Y me convence otra consideración: que yo busco siempre a mis
víctimas entre las jovencitas, y no entre las jóvenes casadas, por ejemplo. Una mujer
casada resulta menos espontánea y más coqueta; y tener una relación con una no es
bonito ni interesante, es sólo excitante, y lo excitante es siempre lo último... No me habría
esperado que fuese aún capaz de degustar el fruto tempranero del primer amor. Estoy
perdidamente enamorado, podría decirse que me ahogo en amor. No hay que extrañarse,
por este motivo, de que esté desconcertado. Mucho mejor, ya que espero mucho de esta
relación.
14 de abril
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Me reconozco con dificultad. Mis sentidos se enfurecen como mar embravecido en
una tempestad de pasión. Si, en estas condiciones, otros pudieran ver mi alma, les parecería
una barca, que, con su aguda proa, va cortando las olas y no tardará en precipitarse, en
su atormentado viaje, en los remolinos de los abismos. Pero no verían allá arriba, en el
palo mayor, a un marinero alerta, como centinela. ¡Enfureceos, elementos salvajes!
¡Desencadenad la fuerza de vuestra pasión! Aunque vuestros flujos lanzasen espuma
hasta las nubes, no conseguirían alcanzarme. Yo, como rey de los escollos, estoy
tranquilamente sentado.
Casi no consigo encontrar tierra firme. Cual pájaro marino busco inútilmente bajar al
abismo enfurecido de mis sentidos. A pesar de todo, este hervidero es mi elemento;
construyo encima, de la misma forma que la Alcido ispida construye su nido en el mar.
El pavo se ofusca cuando ve el rojo. Lo mismo me pasa a mí cuando veo el verde,
cada vez que veo una mantilla verde; y a menudo, cada vez que mis ojos engañan todas
mis esperanzas se encallan allá abajo, en los alrededores del Frederiks Hospital.
20 de abril
En todo gozo es condición indispensable saberse dominar. Parece que no tendré
pronto noticias de esa jovencita, que consiguió adueñarse de mi alma y de mi pensamiento
de tal forma, que el intenso deseo que tengo de ella crece continuamente. De
momento quiero estar tranquilo, porque también este estado de ánimo, estas tenebrosas y
vagas, aunque fuertes, emociones tienen su dulzura. Me ha gustado siempre, en una
noche de luna, tenderme sobre una barca en uno de nuestros maravillosos lagos. Recojo
las velas, retiro los remos, quito el timón, me acuesto tendido y me quedo contemplando
la bóveda del cielo. Cuando las olas acunan la barca en su pecho, cuando las nubes son
empujadas velozmente por el viento y la luna desaparece un instante para después volver
a aparecer, entonces, y sólo entonces, encuentro descanso en esa inquietud. El ondear de
las olas me adormece, su romper contra la barca es una monótona nana. El vuelo rápido
de las nubes y el sucederse de luces y sombras me embriagan, y sueño despierto.
También ahora me quedo así echado, con las velas amainadas, sin timón: la nostalgia y la
impaciente esperanza me acunan en sus brazos. Nostalgia y esperanza, debilitándose, se
van poco a poco desvaneciendo; me acunan como a un niño. Por encima de mí se arquea
el cielo de la esperanza, la imagen de ella se presenta delante como una aparición lunar,
indefinida, cegándome tan pronto con su luz como con su sombra.
¡Qué placer acunarse así en las aguas temblorosas...! ¡Qué placer dejarse acunar en sí
mismo!
21 de abril
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Los días pasan y nada ha cambiado para mí. Las jovencitas me atraen cada vez más,
y sin embargo no tengo ganas de gozar. La busco por todas partes. Esto me hace a veces
irracional, ofusca mi mirada, anula mi gozo. Pronto llegará el buen tiempo, cuando en la
vida al aire libre, por carreteras y caminos, se consiguen esas pequeñas cosas necesarias,
que luego, durante el invierno, en sociedad, vamos a pagar bastante caro, pues una
jovencita puede olvidar todo, menos una relación iniciada. La vida social, por regla
general, nos pone en contacto con el sexo débil, pero no ofrece ocasiones para iniciar una
relación. En sociedad todas las jovencitas están protegidas con sus armas, y no reciben
ninguna descarga voluptuosa de la situación, por otra parte escasa de acontecimientos.
Sin embargo, por la calle es como en alta mar, y por esto todo tiene una eficacia mayor y
todo parece enigmático. Daría cien táleros por la sonrisa de una jovencita en la calle, pero
ni diez por un apretón de manos en un salón. ¡Es muy distinto! Cuando se ha iniciado la
relación, se busca en los salones lo que falta. Una misteriosa comunicación se establece
entre nosotros y la jovencita, que seduce, es el estímulo más eficaz que conozca. No se
atreve a hablarnos de eso, aunque lo piense; no sabe si lo hemos olvidado o no, y ahora
de una forma u otra se la engaña. Este año no haré provisiones de muchas relaciones,
pues estoy atrapado por esa jovencita. Mi botín, en cierto sentido, es muy pobre, pero tengo
la perspectiva de un beneficio mayor.
5 de mayo
¡Maldito azar! Jamás te maldije cuando te mostrabas, y ahora te maldigo porque no
te muestras. ¿O se trata de una nueva invención tuya, ser inconcebible, origen estéril de
todo, único superviviente - de aquel tiempo en que la necesidad parió la liberta . y la
libertad fue tan loca que volvió al seno materno? ¡Maldito azar! ¡Tú, único cómplice,
único ser al que siempre consideré digno de mi alianza y de mi hostilidad, siempre
semejante a ti mismo en la desemejanza, siempre incomprensible, eternamente enigmático!
Tú, al que amo con toda la pasión de mi alma y con cuya imagen me modelo a mí
mismo, ¿por qué no te muestras? Yo no te estoy mendigando, no te estoy suplicando
humildemente que te muestres en alguna parte; una plegaria así seria una verdadera
idolatría, y no te gusta. Yo te desafío a una pelea. ¿Por qué no te muestras? ¿O es que se
ha aplacado la inquietud del universo y se resolvió tu enigma, y tú también te has
precipitado en el mar de la eternidad? ¡Terrible pensamiento! En tal caso el mundo se detendría
por el aburrimiento. ¡Te espero, maldito azar! ¡No quiero vencerte con principios,
ni con lo que los tontos llamarían carácter, no, yo quiero elevarte a poesía! No quiero ser
poeta para otros. ¡Muéstrate y te poetizaré! Me alimento de la poesía, es mi única comida.
¿O no me consideras digno? Así como la bayadera danza en honor de un dios, yo me he
consagrado a tu servicio; ligero, con poca ropa, ágil, desarmado, renuncio a todo. Nada
poseo y nada deseo poseer. No amo nada y nada tengo que perder, pero no por esto me
hice más digno de ti, de ti que desde hace mucho tiempo estás cansado de arrancar a los
hombres lo que ellos aman, cansado de sus cobardes suspiros, de sus cobardes súplicas.
Sorpréndeme, estoy preparado. Ninguna apuesta, pelearemos por honor. Muéstrame a
ella, muéstrame una posibilidad que tenga toda la apariencia de una imposibilidad,
muéstramela incluso entre las sombras del infierno e iré a buscarla. Deja que ella me
odie, me desprecie, me muestre indiferencia, ame a otro. Yo no tengo miedo; pero mueve
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las aguas, rompe la calma. Dejarme morir de esta forma de inanición es algo miserable,
no digno de ti, que imaginas ser más fuerte que yo.
6 de mayo
La primavera está a las puertas. Todo reverdece, incluso las jovencitas. Los abrigos
se arrinconan y probablemente también esa mantilla verde ya ha sido abandonada. Estas
son las consecuencias de conocer a una jovencita en la calle y no en sociedad, donde
inmediatamente te informan de cómo se llama, a qué familia pertenece, dónde vive y si
ya tiene novio. Esta última información les es muy importante a todos los cautos y
perseverantes petimetres, a los que no se les pasaría por la cabeza enamorarse de una
chica que tiene novio. Si un semejante petimetre estuviera en mi lugar, se retiraría presa
de un dolor mortal, se sentiría inconsolable, si todos sus esfuerzos para conseguir información
le llevaran a conocer que ella tiene novio. Y sin embargo para mí ese hecho no
me aflige demasiado. Un novio es sólo una ridícula dificultad. Y yo no tengo miedo a las
dificultades, ni ridículas ni trágicas, yo tengo miedo a los contratiempos. Todavía no he
conseguido noticia alguna, aunque diligentemente no haya descartado nada sin intentarlo
y muchas veces haya sentido la verdad que encierran las palabras del poeta:
nax et hiems longaeque vine, saevique dolores
mollibus bis castris, el labor omnis inest4.
Tal vez ella no es de esta ciudad; quizá venía del campo: quizá, quizá, acabaré
volviéndome loco con todos estos quizá; y cuanto más me vuelvo loco más aumentan los
quizá. Tengo siempre dinero contante y sonante para emprender un viaje. La busco en
vano en el teatro, en los conciertos, en los bailes, en los paseos. Y en cierto sentido me
alegro, porque una chiquilla que tome parte en muchas diversiones, en general no merece
ser cortejada. Normalmente le falta esa ingenuidad que es y seguirá siendo, para mí,
conditio sine qua non. No es tan raro encontrar una preziosa entre los gitanos como en un
salón público, donde las jovencitas están en venta..., de modo inocente, claro está, y que
Dios guarde a quien piense de otro modo.
12 de mayo
Sí, niña mía, ¿por qué no os detenéis tranquilamente bajo la puerta de entrada? No
tiene nada de extraño que una jovencita intente guarecerse bajo la puerta de entrada
cuando llueve. Yo también lo hago, cuando no tengo paraguas, y algunas veces, aunque
lo tenga, como, por ejemplo, ahora. Lo hacen asimismo muchas señoritas respetables, sin
pensarlo. Se queda uno allí quieto, de espaldas a la calle, de manera que los transeúntes
no saben si se está allí parado o se tiene intención de subir a casa. En cambio, es una gran
4 "La noche, el invierno, los caminos largos, los dolores crueles / así como todo esfuerzo está en las duras
jornadas."
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imprudencia ocultarse detrás de la puerta, sobre todo cuando está abierta sólo a medias,
una imprudencia por las consecuencias que puede tener; cuanto más se esconde uno, más
desagradable resulta que le descubran. Una vez guarecido, es preferible quedarse quieto y
tranquilo, recomendándose al numen tutelar y a todos los santos ángeles custodios. Lo
que se debe hacer es mirar afuera para ver... si ha dejado de llover. Cuando uno quiere
enterarse, conviene dar un paso hacia la calle y mirar al cielo abiertamente. Si, por el
contrario, por ser curioso, preocupado, ansioso e inseguro, se saca la cabeza para meterla
de nuevo de prisa y corriendo... esto, que se llama jugar al escondite, lo entendería hasta
un niño. Y yo, que siempre jugué a eso, no iba a contestar si me preguntaran... No creáis
que piense con poco respeto sobre vos, ya que, al sacar la cabeza fuera, no teníais ningún
objetivo, fue el acto más inocente del mundo. No debéis pensar mal de mí. Mi buen
nombre y reputación no lo tolerarían. Por otra parte, vos habéis empezado. Pero os
aconsejaría que no le contéis a nadie esta aventura, la culpa es vuestra. Al ofreceros mi
paraguas he intentado hacer lo que habría hecho cualquier caballero. ¿Dónde os habéis
escondido? De acuerdo, detrás de la puerta. Es una chiquilla muy simpática, divertida y
alegre: "Quizá pueda darme alguna información de esa joven señora que hace poco
sacaba la cabeza fuera de esta puerta, evidentemente preocupada por no tener paraguas.
Mi paraguas y yo la buscamos..." ¿Os reís? ¿Me permitís entonces que envíe a mi criado
a recogerlo, o me indicáis que vaya a buscaros un carruaje? No tenéis que agradecérmelo,
es una simple cortesía... Es una de las chicas más espabiladas que me he encontrado
desde hace mucho tiempo, su mirada es muy infantil y sin embargo atrevida, su porte es
muy agradable, muy respetuoso y al mismo tiempo ávido de saber. Vete en paz, pequeña,
si no fuera por una mantilla verde seguramente habría intentado llegar a un conocimiento
más íntimo. Ahora baja ella por la amplia Kjöbmagergade. ¡Qué inocente y confiada, sin
excitación alguna! Camina a paso ligero, va moviendo la cabeza. Esa mantilla verde
exige abnegación.
15 de mayo
¡Gracias, buen azar, recibe mi agradecimiento! Ella era delgada y arrogante,
misteriosa y grave como un abeto, un vástago, un pensamiento, que desde el vientre de la
tierra germina hacia el cielo, incomprensible, incomprensible hasta para sí mismo, un
todo sin partes. Las habas colocan en forma de corona sus hojas y éstas cuentan lo que ha
sucedido debajo de ellas; el abeto no tiene corona, y no le cuentan nada, es enigmático
incluso con él: así era ella. Oculta en sí misma, se elevaba por sí misma; había en ella una
sosegada arrogancia, como el vuelo atrevido del abeto, que, a pes,_, de todo, está clavado
en la tierra. Había en ella una melancolía difusa, como el vuelo atrevido de la paloma
salvaje, una profunda nostalgia que no se apagaba. Ella era un enigma que poseía
enigmáticamente su solución, su secreto, ¿y qué son todos los secretos diplomáticos comparados
con él? Un enigma, ¿y qué hay más bonito en el mundo que la palabra que lo
resuelve? ¿En qué es más significativa y más rica la lengua? Resolver: contiene un sentido
ambiguo, con belleza y fuerza supera todas las posibles combinaciones de palabras. Si
el reino del espíritu es un enigma, hasta que el lazo de la lengua no lo haya resuelto, o sea
el mismo enigma, también una jovencita será un enigma. ¡Gracias, buen azar, recibe mi
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agradecimiento! Si me hubiese sido concedido verla durante el invierno, ella iría envuelta
en aquella mantilla verde, quizá ofendida por el frío, y la crudeza de la naturaleza habría
humillado su belleza. Sin embargo, ahora, ¡qué dicha! Me ha sido concedido verla por
primera vez en la mejor estación del año, en primavera, a la luz vespertina. También el
invierno tiene sus ventajas. Un salón de baile fastuosamente iluminado puede ser el
marco apropiado para una joven en traje de baile, pero ella raramente consigue una figura
favorecida, ya que todo es una invitación en esa dirección -una invitación que, si ella se
abandona o se opone, obra en sentido negativo- o todo recuerda vanidad y transitoriedad,
despertando una impaciencia que hace el gozo menos agradable. A veces, yo no querría
renunciar a un salón de baile, no querría renunciar a su lujo dispendioso, a la impagable
sobreabundancia de juventud y belleza que hay, al múltiple juego de los elementos. Y sin
embargo no saco provecho alguno, ya que rozo sólo las posibilidades. No es una sola
belleza la que ata, sino un conjunto de bellezas; una visión de sueños te toca, en la que
todos esos seres femeninos se confunden entre sí y todos esos movimientos buscan algo,
buscan una paz en una sola imagen que no aparece.
Fue en esa callecita que va desde la puerta Norte a la de Levante. Eran cerca de las
seis y media. El sol había perdido su calor y apenas quedaba su recuerdo en esa suave luz
que se extendía por todo el paisaje. La naturaleza respiraba con mayor libertad. El lago
estaba calmo y nítido como un espejo. Las bonitas casas del muelle se reflejaban en las
aguas, que por un amplio espacio eran oscuras como el metal. Las callecitas y las casas
de la otra orilla resaltaban por los débiles rayos de sol. El cielo estaba limpio ,y puro, sólo
una nube ligera de vez en cuando se deslizaba por encima furtiva, graciosa cuando dirigía
la vista, sobre cuya límpida superficie ella disparaba. No se movía ni una hoja. Era ella.
Mis ojos no me engañaron más que la mancilla verde. Y, aunque yo estuviese preparado
desde hace mucho tiempo para este encuentro, sin embargo me fue imposible dominar
una cierta inquietud, una palpitación de alegría y de tristeza, parecida a la que vibra en el
canto de la alondra, que, alegre y triste, se oye en el campo cercano. Estaba sola; me he
vuelto a olvidar cómo iba vestida, aunque tengo aún ante mis ojos su imagen. Estaba sola,
aparentemente absorta no en sí misma sino en sus pensamientos. No pensaba, pero el
secreto trabajo de sus pensamientos había tejido una imagen de deseo ante su alma, que le
poseía un presentimiento tan indescifrable como los suspiros de una niña. Ella estaba en
la edad más bonita. Una niña, en ciertos aspectos, no se desarrolla como un niño; no
crece, nace ya crecida. Un niño empieza pronto a desarrollarse, y necesita para esto
mucho tiempo; una niña tiene necesidad de mucho tiempo para nacer, pero nace ya
desarrollada. En esto consiste su infinita riqueza; en el momento de nacer -y ese momento
llega tarde- ella ya ha crecido. O sea, ella nace dos veces. La segunda vez, cuando se
casa; o mejor, en ese momento deja de nacer: en realidad ha nacido por primera vez. No
sólo Minerva sale perfecta de la frente de Zeus, no sólo Venus emerge con toda su gracia
de las aguas del mar, sino que lo mismo ocurre a toda joven cuya femineidad no haya
sido corrompida por eso que llaman desarrollo. Ella no se despierta poco a poco, sino de
una sola vez; y por tanto se quedará más tiempo soñando, si los hombres no son tan
estúpidos que la despiertan demasiado pronto. Y este sueño es una riqueza infinita... Ella
no está absorta consigo misma sino en sí misma, y este rapto es una quietud en sí misma.
Una jovencita es tan rica que quien sabe apoderarse de ella también se hace rico. Es rica,
aunque desconozca serlo. Es rica, es un tesoro. Había en ella una paz tranquila y una leve
melancolía. Era tan ligera, que la podía levantar la mirada. Tan ligera como Psique, que
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era transportada por los Genios, o aun más ligera, ya que ella se llevaba a sí misma.
Discutan los sabios de la Iglesia sobre la Ascensión de la Virgen a los cielos, a mí no me
parece incomprensible, ya que Ella no pertenecía a este mundo; pero la ligereza de una
jovencita es incomprensible y constituye un desafío a todas las leyes de la gravedad...
Ella no se fijaba en nada y por eso creía que nadie se fijaba en ella. Yo me mantenía a una
discreta distancia y contemplaba con avidez su figura. Caminaba lentamente, ninguna
prisa perturbaba su paz en la tranquilidad del paisaje. En la orilla del lago estaba sentado
un chico pescando, y ella se paró para admirar el espejo del agua y el leve reflujo. Hasta
entonces no había andado de prisa, sin embargo ahora intentó quitarse algo: se quitó la
pequeña bufanda que tenía alrededor del cuello bajo el chal. Una leve brisa del lago
destapó imperceptible un pecho tan blanco como la nieve y sin embargo caliente y lleno.
Al niño no pareció gustarle la presencia de un espectador, se volvió para atrás y se quedó
mirándola con bastante flema. Pero lo hizo tan estúpidamente que no me atrevo a
criticarla por reírse de él. ¡Qué risa más alegre! Si hubiera estado sola con el muchacho,
no creo que hubiese tenido miedo en enzarzarse con él. Sus ojos eran grandes y radiantes,
y al mirarlos tenían un oscuro resplandor que dejaba presentir su profundidad infinita, sin
que, por otra parte, fuese posible penetrar. Eran puros e inocentes, dulces y serenos,
llenos de astucia cuando se sonreía. La nariz, ligeramente curva, mirándola de perfil se
encogía en línea con la frente, volviéndose algo más corta y más audaz. Fue más allá y yo
la seguí. Afortunadamente había mucha gente que paseaba por la callecita, así, mientras
yo intercambiaba de vez en cuando unas palabras con unos y otros, le daba una cierta
ventaja e inmediatamente la volvía a alcanzar, evitando de esta manera la necesidad de tener
que ir a la misma distancia, a paso lento, como iba ella. Ella tiró para la Puerta de
Levante. Intentaba verla más de cerca sin que me viera. Había una casa, en la esquina,
desde donde me habría sido posible. Conocía a la familia, y bastaba que me acercara a
hacerles una visita. Pasé junto a ella de prisa, como si no quisiera fijarme en ella. De esta
forma le saqué una buena distancia. Saludé de prisa y corriendo a toda la familia, y me
puse junto a la ventana que daba a la calle. Por fin llegó. La miré y la remiré, mientras
seguía conversando con la gente que tomaba el té en el salón. Su manera de andar me
convenció rápidamente de que ella no había asistido a una escuela de danza moderna, y
sin embargo había una cierta arrogancia en su caminar, una nobleza natural, a pesar de
una falta de control de sí misma. Desde la ventana sólo podía ver un trozo de calle, más
allá del cual mi mirada se perdía hasta un puente que atravesaba el lago: con gran
sorpresa la descubro de nuevo allá abajo. E inmediatamente me asalta el pensamiento:
quizá vive en el campo, o quizá su familia está allí de vacaciones. Estaba casi arrepentido
de mi visita, sobrecogido por el temor de que ella no volviera sobre sus pasos y que yo la
perdiese de vista -pues el hecho de que ella no desapareciese de mi vista en la otra punta
del puente era una señal de que en breve no la volvería a ver-, cuando apareció muy
cerca. De un salto cojo sombrero y bastón intentando volver a pasar cerca de ella, si era
posible, aún muchas veces y de correr tras ella hasta descubrir dónde vivía, pero con las
prisas toco el brazo de una señora que en esos momentos me estaba ofreciendo el té. Se
oye un grito espantoso. Me paro con el sombrero y el bastón en la mano, preocupado
únicamente de salir pitando y, si fuera posible, aprovechando del accidente, justificar mi
retirada, digo con tono patético: "Al igual que Caín, quiero huir del lugar en el que vertí
este té". Pero, como si todo se conjurase contra mí, el dueño tiene la desesperada idea de
sacar partido de mi afirmación y declara, con toda solemnidad, que no me daría permiso
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}.ara irme hasta que no hubiese tomado una taza de té y, como reparación de mi fallo, hubiese
servido a las señoras. Tuve que convencerme de que mi huésped, en ese caso,
habría considerado una cortesía hacérmelo entender con la violencia, por lo que no tenía
otra salida. Y ella había desaparecido.
16 de mayo
¡Qué bonito es estar enamorado, y qué interesante es saberlo! Ésa es la diferencia.
Podría enloquecer si pienso que por segunda vez se me ha escapado, y, sin embargo, en
cierto sentido me alegro. La imagen que conservo de ella oscila vagamente entre su
verdadera figura y la ideal. Y yo dejo que esta figura se me muestre, ya que su fascinación
consiste precisamente en la posibilidad que tiene de ser la misma realidad o la
realidad producida. Yo no estoy impaciente, pues pienso que ella tiene que vivir en la
ciudad, y de momento me basta esto. Esta posibilidad es condición para que su imagen, la
auténtica, se me pueda mostrar: hay que gozar de cada cosa a su debido tiempo. ¿Y no
debería estar yo tranquilo si me puedo considerar agraciado por los dioses, ya que me
tocó en suerte la rara felicidad de enamorarme otra vez? Es mucho, ya que ninguna arte ni
ningún estudio me lo pueden proporcionar; es un don. Pero si me ha sido concedido
poder de nuevo alimentar un amor, quiero ver hasta qué punto se deja atizar esa llama.
Yo alimento este amor como no alimenté el primero. Gozamos de tan pocas ocasiones
favorables, que, cuando aparece una, conviene aprovecharla, ya que por desgracia no
existe arte alguna para seducir a una jovencita, sino que es cuestión de suerte encontrar a
una digna de ser seducida. El amor tiene muchos misterios, y este primer enamoramiento
es también un misterio, y quizá no el más pequeño. La mayoría de los hombres se lanzan
al barullo, se enamoran o cometen otras tonterías y, en un abrir y cerrar de ojos, pasa todo
y ellos no saben ni lo que han ganado ni lo que han perdido. Dos veces ella se me apareció
y otras dos veces desapareció: con seguridad, esto quiere decir que pronto volverá a
aparecer más a menudo. Después de que José interpretó los sueños del Faraón, explicó: y
eso que tú soñaste dos veCes significa que pronto sucederá.
Sería, sin embargo, interesante si, con cierta antelación, se pudieran prever las
fuerzas cuya aportación constituye el contenido de la vida. Ella ahora vive
tranquilamente, no sospecha aún de mi existencia y mucho menos de lo que tiene lugar en
mi interior, ni de la seguridad con la que yo veo su futuro. Puesto que mi alma aspira
intensamente a la realidad, cada vez se va reforzando más. Si desde la primera mirada una
joven no nos causa una impresión tan profunda que nos evoque el Ideal, entonces, en
general, la realidad no es particularmente digna de ser deseada. Si, por el contrario,
produce esta impresión, entonces, aunque seamos duchos, se nota un sentido de opresión.
Yo aconsejo siempre a quien no esté seguro ni de su mano ni de su vista ni de su victoria
que intente todos sus ataques en este primer estadio, en el que, al estar oprimido, goza de
fuerzas sobrenaturales, ya que esta opresión es una singular mezcla de simpatía y
egoísmo. Por el contrario le faltará el gozo, ya que no goza de la situación porque está
ensimismado y escondido en ella. ¡Obtener lo hermosísimo es difícil; alcanzar lo
interesantísimo es fácil! Mientras tanto conviene llegar a lo más profundo que se pueda.
Éste es el verdadero gozo, y a fe mía no sé de qué gozan otros. La simple posesión es
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demasiado poco, y los medios de los que se valen algunos amantes son en general
mezquinos; no vacilan en recurrir al dinero, a la fuerza, a las influencias externas, a los
filtros de amor y a otros. ¿Qué gozo puede haber en un amor que no exige el abandono
absoluto de al menos una de las partes? Para esto, en realidad, se necesita el espíritu, y
esto es lo que en general les falta a esos amantes.
19 de mayo
¡Se llama Cordelia! ¡Cordelia! Es un bonito nombre. Y también esto tiene su
importancia, pues, a menudo, puede resultar desagradable, en relación con tiernas
consideraciones, tener que pronunciar un nombre feo. La reconocí desde lejos. Iba con
otras dos jovencitas por la acera de la izquierda. Por su forma de caminar, se comprendía
que pronto iban a pararse. Me detuve en una esquina leyendo un cartel, aunque seguí sin
perder de vista a mi desconocida. Se despidieron. Las otras dos, evidentemente, se habían
alejado bastante de su camino, ya que se encaminaron en dirección opuesta. Ella, por el
contrario, se dirigió hacia la esquina donde estaba yo. Después de haber dado unos pasos,
una de las jovencitas echó a correr gritando con una voz bastante alta, para que la oyera:
¡Cordelia! ¡Cordelia! También les alcanzó la tercera y, juntando las cabezas, se pusieron
a confabular; inútilmente agudicé el oído para intentar desvelar sus secretos. Luego las
tres se echaron a reír y con paso decidido se dirigieron, agarradas del brazo, hacia la calle
cuya dirección habían tomado las otras dos antes. Las seguí. Entraron en una casa a la
orilla del lago. Me quedé esperando bastante tiempo, pues había muchas posibilidades de
que Cordelia saliese sola. Pero no fue así. ¡Cordelia! Un nombre muy bonito. También se
llamaba así la tercera hija del Rey Lear, aquella encantadora jovencita, cuyo corazón no
moraba en sus labios y cuyos labios, cuando el corazón palpitaba, eran mudos. ¡También
así es Cordelia! Estoy seguro de que se le parece. Pero, por el contrario, su corazón mora
en sus labios, y no en forma de palabras sino en forma más amorosa: en forma de un
beso, ¡Qué labios más frescos! Nunca vi otros más bonitos.
Que esté realmente enamorado me lo dice, entre otras cosas, ese aire de misterio que
envuelve, hasta mis ojos, ese hecho. Todo amor, hasta el más desleal, es misterioso cuando
tiene en sí el necesario momento estético. No se me ha ocurrido buscarme un cómplice
para mis aventuras, ni revelárselo a nadie. Y para mí casi ha sido una alegría no haber
podido descubrir dónde vive, sino la casa a donde va muy a menudo. Quizá de esta forma
me he acercado algo más a mi propósito. Puedo, sin que esto despierte su atención,
predisponer mis puntos de observación; y desde esa posición no me resultará difícil
encontrar la forma para introducirme en su familia. Y si, más tarde, estas circunstancias
se convirtiesen en dificultades, eh bien" me enfrentaré con esas dificultades. Todo lo que
hago lo hago con amore, y por tanto amo también con amore.
20 de mayo
Hoy he conseguido información sobre esa casa en la que se pierde. Se trata de una
viuda que vive con tres extraordinarias hijas. Puedo conseguir bastantes datos, al menos
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todo lo que ellas saben. La única dificultad está en entender estas informaciones
"corales", ya que las tres hablan a la vez. Se llama Cordelia Wahl, y es hija de un capitán
de la marina fallecido hace algunos años, y también ha perdido a su madre. El capitán era
un hombre muy duro y severo. Ahora ella está en casa de un pariente, una tía paterda, que
debe parecerse mucho al hermano, pero que por otra parte debe ser una mujer muy
respetable. Todo esto está muy bien, pero no saben nada de su casa, en la que no han
estado nunca, y sin embargo Cordelia viene muy a menudo a la suya. Ella y dos hijas van
a aprender a las cocinas reales, y por este motivo, a menudo, se acerca a su casa a primera
hora de la tarde, raramente por la mañana, y nunca por la noche. Llevan una vida muy
retirada.
O sea que la historia acaba aquí, sin entrever puente alguno por el que pueda entrar
en su casa.
De esta forma ella ha tenido una idea de las penas de la vida y de sus aspectos tristes.
¿Quién lo iba a sospechar? Sin embargo estos recuerdos pertenecen a una edad más
joven, son como un horizonte ante el que ella ha vivido siempre sin darse cuenta. Y es un
bien que no haya quedado marcada, bien que ha salvado su femineidad. Por otra parte,
éstos tendrán también su importancia en su posterior aprendizaje, cuando llegue el
momento de traerlos a la mente. Todo esto, en general, otorga orgullo, cuando no
envilece; pero da la impresión de que no está envilecida.
21 de mayo
Ella vive en los baluartes, y el pueblo no es de los mejores: no hay vecino con el que
se pueda entablar amistad, ni lugar público desde donde, sin ser visto, pueda hacer de
centinela. El mismo baluarte se presta poco a este trabajo, pues estás a la vista de todos.
Si bajas abajo a la calle, no se puede uno alejar demasiado del baluarte, pues por abajo no
pasa nunca nadie y se quedaría uno a la vista de todos. Si uno se acerca a la casa no ve
nada. La casa se levanta en la esquina y, al estar aislada, se pueden ver desde la calle las
ventanas que dan al patio. Y en esa parte posiblemente esté su habitación.
22 de mayo
Hoy la vi por primera vez en casa de la señora Jansen. Me presentaron.
Aparentemente ella ni se interesó ni le preocupó mucho mi presencia. Intenté pasar lo
más desapercibido posible para prestar el máximo de atención. Estuvo sólo un momento,
había venido a buscar a las dos hijas de la señora para ir a las cocinas reales. Mientras las
dos hermanas se arreglaban, nosotros dos nos quedamos solos en el salón y con flema fría
y casi complacido intercambié unas palabras y ella me respondió con una gentileza
inmerecida. Luego se fueron. Pude haberme ofrecido a acompañarlas, habría sido
suficiente para destacar mi espíritu de caballero, pero estoy convencido de que no es la
mejor manera de conquistarla. Preferí, por el contrario, un instante después de que ella se
fue, marcharme también yo, pero mucho más de prisa que ellas y por otro camino que
también conduce a las cocinas reales, de forma que, en el mismo instante que ellas daban
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vuelta a la gran Kongensgade, pasé delante de ellas muy de prisa, sin saludarlas. Se
quedaron perplejas.
23 de mayo
Tengo que encontrar la forma de entrar en su casa. Por este motivo, como se dice en
términos militares, he tomado todas las medidas oportunas. Mientras tanto el tema se presenta
muy difícil y arduo. No he conocido nunca una familia que lleve una vida tan
retirada. Son sólo ella y la tía. Ni hermanos, ni primos, nadie con el que tengan una
relación, ningún pariente al que llevar del brazo. Yo voy siempre por ahí con el Brazo
preparado y por nada de este mundo cogería del brazo a ningún otro: mi brazo es un
tentáculo que está siempre preparado para las presentaciones inesperadas; si por
casualidad apareciese un pariente o amigo al que yo tenga alguna posibilidad de agarrar
por el brazo... lo atrapo inmediatamente. Además es injusto que una familia viva tan
aislada, pues se priva a esa pobre jovencita de la oportunidad de aprender a conocer el
mundo, sin contar además todas las peligrosas consecuencias que puede llevar consigo.
Siempre hay alguno que se aprovecha. Basta un simple petimetre. Es verdad que este
aislamiento le pone a uno al seguro de los ladronzuelos, pues en una casa muy frecuentada
la ocasión hace al ladrón. Pero esto no suele producir mucho daño, pues hay poco que
llevarse de las chicas de esas familias. A los dieciséis años su corazón es una agenda llena
de nombres, y yo no me preocupo nunca de escribir mi nombre donde muchos otros han
escrito el suyo. En realidad, no se me pasa por la cabeza escribir mi nombre en el cristal
de una ventana o grabarlo en la mesa de una taberna o en un árbol o en un banco del
parque de Frederiksberg.
27 de mayo
Cuanto más la veo más me convenzo de que es una figura aislada. Así no debe ser un
hombre, aunque sea joven. Y, dado que su desarrollo depende fundamentalmente de la
meditación, tiene que encontrarse en contacto con los demás. Y por este motivo, una
jovencita no sería interesante, ya que interesante presupone una meditación sobre sí
mismo, de la misma forma que en el arte lo interesante resalta siempre la figura del
artista. Una jovencita que quiera halagar siendo interesante, quiere probablemente
halagarse sobre todo a sí misma. Esto, desde un punto de vista estético, es la objeción que
se hace a todo tipo de coquetería. Otra cosa muy distinta es la coquetería impropia, que es
un movimiento particular de la naturaleza; por ejemplo, el pudor femenino, que resulta
siempre la mejor coquetería. Puede darse también el caso de que una chica interesante en
ese sentido halague, pero en ese caso ella misma ha renunciado a su propia femineidad,
así como, en general, los hombres a los que les halaga también han renunciado a su
virilidad. Una jovencita se hace interesante en relación con los hombres. La mujer
representa el sexo débil y, por esto, le sienta mucho mejor que al hombre quedarse sola
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en su juventud. Ella se basta a sí misma, aunque aquello por lo que y con lo que se basta a
sí misma sea una ilusión. De este don le ha provisto la naturaleza como a una princesa. Y
es precisamente esta tranquilidad en la ilusión lo que la aísla. A veces he reflexionado
sobre cuál es el motivo por el que nada es más pernicioso para una jovencita que la
familiaridad con otras jovencitas. Evidentemente se debe al hecho de que esta
familiaridad no es ni una cosa ni otra, destruye la ilusión pero no la explica. Fatal
predestinación de la mujer es ser compañera del hombre, mientras esa familiaridad con el
mismo sexo nos conduce fácilmente a una reflexión: que convierta a la mujer, más que en
compañera, en dama de compañía. El lenguaje es muy preciso al respecto: al hombre se le
llama señor, pero a la mujer no se le llama sierva o algo parecido, se utiliza una
definición sustancial: ella es compañera, i no amiga. Si tuviese que imaginarme el ideal
de jovencita, ésta tendría que estar sola en el mundo y por tanto entregada a sí misma,
pero sobre todo no tendría que tener amigas. Es verdad que las Gracias fueron tres, pero
en realidad nunca las imaginó nadie hablando entre ellas; ellas componen en su tácita
tríada una hermosa unidad femenina. Por este motivo, estaría casi tentado de proponer
jaulas para las vírgenes, si esa costricción no obrase en sentido negativo. Es muy deseable
para una joven que no se le quite su libertad, pero que no tenga ocasión de utilizar-la.
Esto la hace hermosa y la preserva de ser interesante.
A una jovencita que vive con demasiada familiaridad con otras jovencitas es inútil
darle el velo de virgen o de esposa, mientras si tiene suficiente sentido estético encontrará
siempre que una jovencita, inocente en el sentido más profundo y solemne, llega a él
tapada con el velo, aunque los usos y tradiciones no contemplen el velo de esposa.
Ella ha sido educada con rigidez, y por este motivo yo rindo honor a la memoria de
sus padres; lleva una vida retirada, y por esto, si pudiera, abrazaría a su tía para agradecérselo.
Ella no ha aprendido a conocer los placeres de la vida, no ha alcanzado la tan
decantada saturación. Ella es arrogante, desprecia todo lo que hace felices a las demás jovencitas.
Así tiene que ser. Y es mentira que yo pueda sacar ventaja. La ostentación y el
lujo, al contrario que a las demás jovencitas, no le gustan. Es algo polémica, pero esto
resulta necesario en una jovencita dotada, como está ella, de fantasía. Ella vive en el
mundo de la fantasía. Si cayera en manos ineptas, terminaría siendo muy poco femenina,
precisamente porque hay mucha femineidad en ella.
30 de mayo
Nuestros caminos se entrecruzan continuamente. Hoy la he encontrado tres veces.
Estoy al corriente de todas sus salidas, de cuándo y dónde la encontraré, pero no me aprovecho
de estas informaciones para propiciar un encuentro con ella, sino más bien pierdo
un montón de tiempo. Un encuentro, que la mayoría de las veces me ha costado muchas
horas de espera, se resuelve en un suspiro: no la encuentro, rozo sólo su existencia
exterior. Si sé que va a casa de la señora Jansen, no me acerco de buena gana, a no ser
que me interese hacer una observación particular, y en este caso prefiero llegar un poco
antes a casa de la señora Jansen y, si puedo, me la cruzo en la puerta, cuando ella llega o
yo me voy, o por las escaleras, y entonces me apresuro a pasar junto a ella con
indiferencia. Es la primera trampa en la que debe caer. Por la calle no la paro, o si inLibrodot
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tercambio un saludo nunca me acerco, pero la miro fijamente desde lejos. Nuestros
frecuentes encuentros no habrán pasado totalmente desapercibidos a sus ojos, se habrá
dado cuenta de que en su horizonte ha aparecido un nuevo astro, que con su órbita, de
forma particular e ininterrumpida, ha invadido la suya, arruinándola; pero ella no tiene
idea de la ley que regula este movimiento. Ella siente la tentación de mirar a su alrededor,
a derecha e izquierda, para descubrir el punto de atracción. No ignora que pueda ser ella
ese punto de atracción, como también la antípoda. Le pasa a ella lo que a todos los que
me rodean, creen que yo tengo tantas cosas que hacer, que estoy continuamente por ahí y
digo como Fígaro: una, dos, tres, cuatro intrigas a la vez; ése es mi gozo. Pero, antes de
iniciar mi ataque, tengo que conocer las condiciones de su espíritu. La mayoría goza de
una jovencita como se goza de una copa de champagne, espuma repentina. Sí, es muy
bonito, y es lo mejor que se puede sacar de muchas jovencitas. Pero, en realidad, aquí se
trata de una cosa muy distinta. Si el individuo es demasiado débil para aguantar la
claridad y la nitidez, pues bien, goce de lo confuso, la jovencita puede soportarlo. Cuanto
más entrega se pueda aguantar en un amor, más interesante se hace. Esos gozos
temporales son, no sólo exteriormente sino también en la intimidad espiritual, una
violación, y una violación no es más que un gozo imaginario, es como un beso robado,
algo que, en resumidas cuentas, no pertenece a ninguna especie. No, cuando se puede
llegar al punto en el que a una jovencita no le queda más que renunciar, abandonándose, a
su libertad, en el que ella sienta toda su felicidad en el mendigar ese placer, aunque
permanezca libre, entonces se siente el primer gozo auténtico. Pero en esto influye
siempre el espíritu.
¡Cordelia! Nombre maravilloso. Estoy en casa y me dedico a repetirlo como un
papagayo: ¡Cordelia! ¡Cordelia, mi Cordelia, mi Cordelia! No puedo evitar sonreír
cuando pienso en el orgullo con que pronunciaré este nombre en el momento decisivo.
Siempre hay que hacer los estudios preparatorios, todo debe estar dispuesto de forma
adecuada. Nadie se extraña de que los poetas retraten siempre estos duetos, ese momento
bellísimo en el que los amantes, no en el abandono (hay muchos que no llegan nunca más
allá), sino en el instante de sumergirse en el mar del amor, dejan a un lado la vieja
personalidad y salen de ese bautismo, y sólo entonces se reconocen por primera vez
viejos conocidos, aunque tengan apenas un instante de vida. Para una jovencita éste es el
instante supremo y se necesitaría, para gozar realmente, ser siempre algo más elevados,
para no ser sólo el bautizando sino también a la vez el sacerdote. Un relámpago de ironía
convierte el segundo de estos instantes en uno de los más interesantes: es la expoliación
espiritual. Hay que ser lo suficientemente poeta para no arruinar esta desnudez, lo mismo
que el estafador tiene que estar siempre alerta.
2 de junio
Ella es orgullosa, ya me he dado cuenta hace mucho tiempo. Cuando está en
compañía de las tres Jansen habla muy poco: se ve que sus chismes le aburren, pues una
especie de sonrisa en los labios la delata. Yo atesoro esa sonrisa. En cambio, otras veces,
se abandona a una insolencia casi pueril, con gran sorpresa de las Jansen. Si pienso en su
pubertad no me parece incomprensible. Sólo tenía un hermano, un año mayor que ella. Al
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tener relación sólo con el padre y con el hermano, únicamente fue testigo de
acontecimientos serios, y por esto le molestan los vuelos de los patos. Su padre y su
madre no fueron felices. Y todo lo que normalmente a una jovencita le sonríe, de forma
clara u oscura, a ella no le sonrió. Puede que ni siquiera sepa lo que es la adolescencia
para una mujer. Y quizá, en algunos momentos, pudo incluso desear no ser una adolescente,
sino un hombre.
Ella tiene fantasía, alma, pasión, en fin, todas las sustancialidades, pero no reflejadas
subjetivamente. Un incidente me ha convencido de ello precisamente hoy. Sé por Firma
Jansen que ella no sabe tocar ningún instrumento, al ser contrario a los principios de la
tía. Yo he estado siempre en contra de estas intransigencias, ya que la música es un medio
ideal para comunicarse con una joven, basta que uno sea tan cauto de no dárselas de
experto. Hoy, cuando subí a casa de la señora Jansen, apenas entreabierta la puerta -es
una insolencia de la que a menudo saco ventaja y que, si fuera necesario, justificaría con
una tontería-, en el instante en que iba a llamar, me la encuentro allí, sentada al piano,
sola: tuvo la impresión de que estaba tocando a escondidas. Era una breve aria sueca; no
era una experta, se impacientaba y entonces sacaba unas notas muy dulces. Cerré la
puerta y me quedé fuera escuchando las variaciones de sus acordes; a ratos había tanta
pasión en su forma de tocar que me trajo a la memoria a la virgen de Mettelil, que,
cuando tocaba el arpa de oro, le salía la leche de los pechos. ¡Qué afán y a la vez qué
encanto había en su forma de tocar! Habría podido entrar, aprovechar de ese instante,
pero habría sido una locura... Los recuerdos no son únicamente un medio de
conversación, sino también un medio de acrecentamiento, pues todo lo que está penetrado
por el recuerdo adquiere doble importancia. A menudo entre las páginas de un libro,
sobre todo en los libros de salmos, encontramos una pequeña flor; debió ser un momento
muy dulce que nos ofreció el motivo para poner una flor entre esas páginas, pero es aún
más dulce el recuerdo. Está claro que ella tiene escondido el hecho de que sabe tocar, o
igual sólo sabe tocar esa aria sueca. ¿Tendrá para ella un interés especial? Lo desconozco,
y por este motivo el hecho tiene para mí gran importancia. Cuando pueda hablar
confidencialmente con ella la presionaré con delicadeza sobre este punto, y le dejaré que
se desahogue.
3 de junio
Aún no me he enterado de cómo se la puede conquistar. Tengo que estar tranquilo y
escondido: como un soldado vigía, preparado para tirarse al suelo y pegar la oreja a la
menor señal del enemigo que avanza. De hecho yo no existo para ella, no en el sentido de
una relación negativa entre nosotros dos, sino en el sentido de una falta absoluta de
relación. Hasta ahora no me he atrevido a hacer prueba alguna. "Verla y amarla fue una
misma cosa", se dice en las novelas, y sería verdad si el amor no tuviese una dialéctica
propia. ¿Pero qué se aprende en las novelas acerca del amor? Mentiras, que sirven para
facilitar el trabajo del autor.
Cuando, después de las informaciones que he recogido, vuelvo a pensar en la
impresión que me suscitó nuestro primer encuentro, la imagen que conservo de ella ha
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sido modificada, con ventajas para los dos. Es verdad que no sucede todos los días
encontrarse con una jovencita que viva sola, encerrada en sí misma. Yo la había sometido
a la más minuciosa crítica: encantadora. Pero el encanto es un momento huidizo que
desaparece como el día que muere. Aún no me la imaginaba en el ambiente en que vive, y
tampoco había sospechado que estuviese tan irreflexivamente acostumbrada a las
tempestades de la vida.
Desearía conocer también cuáles son sus verdaderos sentimientos. En realidad nunca
ha estado enamorada, ya que su espíritu se eleva demasiado libremente, ni tampoco
pertenece al grupo de esas vírgenes tan expertas en teoría que antes de tiempo caen
desmayadas, por el simple hecho de pensarlo, en los brazos de un amante. Las formas de
la realidad con las que se ha enfrentado no logran despertar en ella incertidumbre alguna
sobre la relación entre sueño y realidad. Su alma aún se alimenta de la divina ambrosía de
los ideales. Pero el ideal que se le pone delante no es el de una pastorcita, o el de una
heroína de novela, o el de una enamorada, sino el de una Juana de Arco o cosa parecida.
Queda aún la pregunta de si su femineidad es tan fuerte como para que se pueda
reflejar o si tiene que gozarse tan sólo como belleza y encanto. La pregunta es si se debe
tensar aún más el arco. Ya es mucho encontrar una femineidad pura e inmediata, pero, si
se pudiera intentar algún cambio, entonces se conseguiría también lo interesante. Y en ese
caso es mejor buscarle un petimetre, que, aunque pretenda algo insignificante, mariposea
alrededor. Es una superstición imaginar que eso puede perjudicar a una joven: si fuese
una planta tierna y delicada, que tuviese un solo punto de esplendor en su vida, el
encanto, entonces sería mejor que ella no hubiera oído hablar del amor. Pero éste no es el
caso, y si sacara algún provecho no sentiría escrúpulo en procurarle un petimetre, a no ser
que ya exista. Este petimetre, sin embargo, no tiene que ser ridículo, pues no se ganaría
nada, tiene que ser amable si fuera posible, pero insuficiente para su pasionalidad. Ella se
olvidará de un individuo así, estará molesta con el amor y casi se desesperará de su
realidad. Al darse cuenta de sus sentimientos y comparándolos con lo que le ofrece la
realidad, dirá: si no hay otra cosa por la que sentir amor, entonces no merece la pena
amar. Ella se hará arrogante en su amor, y esa arrogancia la hará interesante, relucirá mediante
su ser haciendo más sublime esta encarnación. Al mismo tiempo ella se habrá
acercado más a su caída, pero todo seguirá haciéndola más interesante. Mientras tanto
conviene cerciorarse antes de que entre sus conocidos no haya un cortejador de este tipo.
En su casa no se da ninguna ocasión, ya que nadie se acerca, pero, dado que sale,
terminará presentándose la ocasión. Buscar un doble, sin que yo lo sepa, es peligroso; dos
cortejadores insignificantes, cada uno por su cuenta, podrían terminar perjudicándose
mutuamente. Tengo que ver si no existe un amante discreto, que no tenga ganas de asaltar
la torre, un ladrón de gallinas, que no vea ninguna oportunidad en esta torre ebúrnea.
Sigue en pie el principio estratégico, que es ley de todo movimiento en esta lucha, de
ponerse en contacto con ella siempre en una situación interesante. Lo interesante es el
terreno sobre el que se debe dar la batalla, hay que agotar todos los recursos de lo
interesante. Si no estoy equivocado, su misma naturaleza está hecha de forma que lo que
yo deseo sea precisamente lo que ella ofrece, lo que también ella desea. Hay que tener en
cuenta lo que el individuo puede dar y lo que, por consiguiente, puede pretender. Por este
motivo mis aventuras de amor conservan siempre una realidad para mí, constituyen un
momento de vida, un periodo de formación, cuya experiencia había ya intentado
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anteriormente y a la que a menudo se relaciona con una u otra perfección. Aprendí a
bailar por la primera jovencita que amé, aprendí francés por una bailarina. Entonces iba al
mercado como los paletos, y a veces quedaba atrapado. Hoy yo hago la primera oferta.
Quizá mientras tanto ella ya ha tirado por la borda un lado de lo interesante, su vida
solitaria lo hace suponer. Vale la pena encontrar otro lado, que a primera vista no le
parezca interesante, pero que precisamente por esto se convierta más adelante. Y para
esto no escojo lo Poético, sino lo Prosaico. Así se empieza. En primer lugar es
neutralizada su femineidad con prosaica inteligencia e ironía, no directa sino
indirectamente y mediante algo totalmente neutral: el espíritu. Ella pierde casi ante sí
misma su femineidad, y en esas condiciones no se puede quedar sola y acaba cayendo entre
los brazos, no como si fuera amante, aún no, lo llamaremos neutral; así que su
femineidad se despierta y es empujada con un máximo de tensión hasta chocar con ésta o
esa autoridad afectiva. Ella la supera, su femineidad consigue alturas sobrehumanas y ella
me pertenece con una pasión universal.
5 de junio
No tuve que ir muy lejos. Ella va por casa del comerciante al por mayor, Baxter. Allí
no me encontré solo con ella, sino también con un hombre, que apareció por casualidad.
Eduardo, el hijo del dueño de la casa, está enamorado de ella con locura, se nota a
primera vista por su perplejidad. También él trabaja en el comercio, en el negocio del
padre. Es un buen hombre, agradable y algo tímido, cosa que, creo, no lo prejuzga a los
ojos de ella.
¡Pobre Eduardo! No sabe cómo comportarse con su amor. Piensa que por la noche
estará también ella, y entonces se arregla, se pone, sólo por su amor, el traje nuevo
oscuro, se coloca, sólo por su amor, los puños y hace un ridículo espantoso ante todos
nosotros reunidos en el salón, donde estamos habitualmente. Entonces crece su vergüenza
de forma increíble. Si fuese una ficción, Eduardo sería un temible adversario. La
vergüenza, cuando se pretende sacar ventaja, presupone mucho arte y por ella se
consiguen resultados excelentes. ¡Cuántas veces yo mismo no me he valido de la timidez
para engañar a alguna virgencita! En general, las jovencitas se muestran muy duras con
los tímidos, aunque los amen en secreto. Cierta timidez halaga la vanidad de una chiquilla
hasta tal punto que ella se siente superior, es un tributo a su belleza. Pero, después de
haberlas ilusionado, hay que demostrar, precisamente en la ocasión en que podrían creer
que nos morimos de vergüenza, que no hay nada más lejos de la realidad y que nos las
arreglamos bien solos. Con la timidez se pierde la virilidad y por eso es también un medio
relativamente bueno para neutralizar la distancia entre los sexos. Cuando se dan cuenta de
que todo ha sido una ficción, las chicas sienten vergüenza, se ponen coloradas en su
intimidad, pero están contentas de haber ido más allá de los límites. Es lo mismo que
pasa, cuando por mucho tiempo se ha tratado a un joven como a un niño.
7 de junio
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Y así nos hicimos amigos Eduardo y yo. Un lazo profundo, una amistad auténtica
entre nosotros dos, no se había visto otra igual desde la época de Grecia. Muy pronto nos
hicimos íntimos, y así yo, después de haberlo envuelto en una cantidad de
consideraciones relativas a Cordelia, conseguí que me confiara su secreto. Si todos los secretos
intentan el mismo fin pueden ponerse juntos. ¡Pobre muchacho! ¡Ya ha penado
demasiado! Cada vez que ella viene se viste de gala, le acompaña por la noche a casa con
el corazón latiéndole al pensar en ese brazo apoyado en el suyo. Van despacio, admirando
las estrellas, luego ella llama a la puerta de su casa y desaparece tras ella, y él se
desespera... pero espera la próxima vez. A pesar de haber tenido ocasiones tan buenas,
todavía no ha encontrado la forma de traspasar el umbral de su casa. Aunque en el fondo
de mi corazón no evite burlarme de Eduardo, encuentro dulce su inocencia pueril. Y, a
pesar de que no haya ni siquiera imaginado que sea muy versado en materia erótica, sin
embargo nunca había notado en mí tal estado de ánimo, tal angustia de amor y tal temor,
que me quitan la tranquilidad; no tengo presentimiento, pero es como si estos
sentimientos me hicieran más duro. Quizá se me reproche que no he estado nunca
enamorado. Quizá. Le he reprochado a Eduardo, le he pedido que se fíe de mi amistad.
Mañana tiene que dar un paso decisivo: ir a su casa a invitarla. Le he sugerido yo mismo
la idea de que se haga acompañar por mí y se lo he prometido. Él lo ha aceptado como
prueba extraordinaria de amistad, y ya tengo la ocasión que buscaba para poner los pies
en ese salón. Si ella tuviese la menor duda sobre mi conducta, esto enredará de nuevo
todo.
Hasta ahora no he tenido la costumbre de prepararme para una conversación, ahora
era necesario, ya que tengo que entretener a la tía. Prácticamente me he echado encima el
nada despreciable trabajo de conversar con ella para cubrir los movimientos del
enamorado Eduardo en relación con Cordelia. Antes la tía había vivido en el campo; por
mis solícitos estudios de los textos de economía agraria hasta en las disertaciones más
expertas de la tía hago considerables progresos de destreza y habilidad.
Voy acrecentando mi reputación ante la tía, ya me considera un individuo serio y
maduro con el que uno puede agradablemente entablar una conversación, y no uno de los
muchos jovencitos de hoy. A Cordelia, por el contrario, a juzgar por las apariencias, no le
caigo muy bien. Es verdad que su femineidad es demasiado pura e inocente para
pretender que todos los hombres la cortejen, aunque ella advierte perfectamente la
tendenciosidad de mi presencia.
Y, cuando me siento en la penumbra de ese salón, cuando ella como un ángel bueno
despliega su encanto sobre todos y sobre todo con lo que entra en contacto, sobre el Bien
y sobre el Mal, entonces me hago impaciente y estoy tentado de salir fuera de mi cubil -
ya que, aunque a los ojos de todos yo esté sentado en el salón, de hecho estoy al acecho
en un cubil-, tentado de agarrar la mano, de abrazar esa encantadora criatura, de
esconderla entre mis brazos por miedo de que alguien quiera robármela. O, cuando por la
noche Eduardo y yo nos vamos, cuando ella al despedirse me da la mano, que yo aprieto
con la mía, me resulta difícil dejar escapar esa mano temblorosa como un pajarito.
¡Paciencia! Quod antea fuit impetus, nunc ratio est [Lo que antes fue pasión, ahora es
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razón]. Ella tiene que caer en mi red de una forma muy distinta, y entonces sólo dejaré a
la improvisación que enloquezca toda la fuerza de mi amor. Si hasta hoy no hemos
echado a perder este momento nuestro por avidez o por intempestivas anticipaciones,
¡dame las gracias, Cordelia! Yo trabajo por desenredar la antítesis, yo tenso el arco del
amor para herir más vivamente. Como arquero estiro el arco, luego vuelvo a tensarlo,
escucho el canto, que es también mi elegía, pero aún no apunto, aún no coloco la flecha.
Cuando un reducido grupo de personas visita a menudo la misma casa, nace
fácilmente una tradición por la que cada uno tiene su lugar, su rincón, que se convierte
para él en un símbolo al que se quiere agarrar. También nosotros, en casa de los Wahl,
vivíamos de contactos y de símbolos. Por la tarde nos ofrecían el té. Y después la tía, que
hasta ahora había estado sentada en el diván, por regla general se cambiaba a su mesa de
trabajo, lugar que Cordelia dejaba para acercarse a la mesita de té ante el diván. Eduardo
le sigue, y yo sigo a la tía. Eduardo se aparta, intenta cuchichear, y normalmente lo hace
tan bien que se queda mudo. Yo, por el contrario, no hago ningún secreto de mis
efusiones con la tía: precios de mercado, cálculos de los galones de leche que se necesitan
para una libra de mantequilla con los promedios de la nata y la dialéctica de la tinaja;
todas cosas prácticas, que las jovencitas no sólo tienen que escuchar sin parpadear sino, y
esto es aún más raro, que forman tema de sólida, concreta y noble conversación tan
edificante para la mente como para el espíritu. Por regla general doy la espalda a la
mesita de té y a las fantasías de Eduardo y de Cordelia, y fantaseo con la tía. ¿No es la
naturaleza grande y sabia en sus creaciones? ¿No es la mantequilla un don maravilloso,
así como resultado magnífico de naturaleza y arte? De esta forma la tía no puede oír lo
que se dicen Eduardo y Cordelia, admitiendo que esos dos se digan algo. Se lo prometí a
Eduardo y, como siempre, mantengo la palabra. Yo, sin embargo, consigo atrapar todas
las sílabas, consigo percibir el menor movimiento. Para mí es muy importante, ya que no
se puede saber nunca lo que un individuo, desesperado, puede hacer. Los más cautos y
los más tontos son a veces capaces de los intentos más desesperados. Así, aunque no
tenga nada que ver con esa pareja aislada, procuro tener controlada a Cordelia, para estar
así invisible y continuamente presente entre ella y Eduardo.
Y, a pesar de todo, entre los cuatro formamos un cuadro muy singular. Si me pongo a
pensar en una imagen conocida, podría encontrar cierta analogía, con tal de que me
imaginara en el papel de Mefistófeles. La dificultad, sin embargo, radicaría en que
Eduardo no es un Fausto. Si, por el contrario, yo asumiese el papel de Fausto, crecerían
las dificultades, ya que Eduardo no es ningún Mefistófeles. Ni tampoco yo soy un
Mefistófeles, por lo menos a los ojos de Eduardo. Él me tiene por el buen genio de su
amor, y en esto no se equivoca, porque sin duda puede estar seguro de que nadie vigila su
amor con tanta solicitud como yo. Le he prometido dar conversación a la tía y cumplo
este honorable cometido con toda seriedad. La tía se empantana en problemas de pura
economía agraria; vamos a la cocina, a la bodega y a la buhardilla, admiramos los pollos
y las gallinas, los patos, etcétera. Todo esto molesta a Cordelia. Ella no entiende
realmente mis verdaderas intenciones. Para ella sigo siendo un enigma, un enigma que no
intenta resolver, sino que le desespera, le indigna. Se da cuenta perfectamente de que su
tía, con ese comportamiento, hace el ridículo, su tía, que es una señora respetable y que
en realidad no se merece esto. Por otra parte, yo realizo tan bien mi papel que advierte la
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inutilidad de cualquier intentona suya para hacerme dudar. Yo llevo las cosas tan lejos
que induzco a Cordelia a reírse de su tía a sus espaldas. Pero también hay que aprender
estas cosas. No es que yo lo haga de acuerdo con Cordelia, pues en ese caso no
conseguiría que se riese de su tía. Yo me mantengo invariablemente serio y compuesto, y
sin embargo ella no puede contener la risa. Es la primera lección de falsedad: hay que
enseñar a reír irónicamente, aunque esta sonrisa me duela a mí casi tanto como a la tía, ya
que ella no sabe qué pensar de mí. ¿Seré un joven envejecido antes de tiempo? Es
posible, como son posibles tantas otras cosas. Después de haberse reído de la tía, se
enfada con ella misma, y yo me doy la vuelta y, aunque siga hablando con la tía, la miro
con tanta seriedad, que ella se ríe de mí y de la situación.
Nuestras relaciones no se basan ni en una delicada y fiel comprensión ni en la
atracción recíproca, sino en las repulsiones de la incomprensión. Mi relación con ella no
es nada sustancial, es puramente espiritual, lo que, naturalmente, equivale a nada en las
relaciones con una joven. El método que sigo ahora tiene sus conveniencias particulares.
Un hombre que se presenta vestido de caballero despierta sospecha y levanta resistencia
contra él. Yo estoy exento de todo esto. No despierto desconfianza, más bien, al
contrario, se me ve como hombre sincero, al que se le puede confiar una jovencita. El
método sólo tiene un defecto, es demasiado lento y por esto puede, y con ventaja, ser
utilizado sólo con criaturas a las que compense someter.
¡Qué poder renovador no tiene una jovencita! Ni el fresco de la brisa de la mañana,
ni el silbido del viento, ni la frescura del mar, ni el perfume del vino o su suavidad, ¡nada
en el mundo tiene tanto poder renovador!
Quiero esperar que pronto la habré llevado a odiarme. No represento suficientemente
el papel del soltero impenitente. No hablo más que de estar sentado o echado cómodamente,
de tener un criado honesto, un amigo del que fiarse y con el que poder ir del
brazo. Ya he conseguido convencer a la tía de que abandone esas disertaciones agronómicas,
conduciéndola a estos nuevos planteamientos y consiguiendo así una ocasión
más directa para la ironía. Se puede uno reír o al menos tener conmiseración de un soltero
impenitente, pero un joven, que a pesar de todo no carece de espíritu, con una postura así
no hace más que turbar a la jovencita, pues toda la importancia, la belleza y la poesía de
su sexo quedan anuladas.
Así van pasando los días; la veo, y no hablo con ella, sin embargo hablo con su tía
delante de ella. Pero por la noche, a veces, me acosa el deseo de desahogar mi amor. Entonces,
envuelto en mi capa, con el sombrero calado hasta las cejas, me pongo bajo su
ventana. Su dormitorio da al patio, y, puesto que la casa se levanta en la esquina, se ve
también desde la calle. Puede ocurrir que ella se acerque un instante a la ventana, o que la
abra para mirar las estrellas, nadie se dará cuenta a no ser ése del que nunca pensaría que
la está observando. A estas horas de la noche vago como un espírtu por los alrededores, y
como un espíritu pertenezco al lugar donde vive. En esos instantes me olvido de todo: ni
planes, ni cálculos; dejo a un lado la razón, mientras profundos gemidos, una emoción
intensa hinchan y fortalecen mi pecho y no siento la urgencia de dejar guiar mi compostura
por la sistematicidad. Otros son virtuosos de día y pecadores de noche, yo,
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simulación de día y de noche, deseo vehemente. ¡Si ella me viese ahí, si ella pudiese ver
mi alma por dentro... si ella viese!
Si esta jovencita se entendiese a sí misma, debería también entender que yo soy el
hombre adecuado para ella. Es demasiado impulsiva, demasiado profundamente emotiva
para ser feliz en el matrimonio. Y sería demasiado poco para ella ceder ante un vulgar
seductor; cediendo ante mí ella se salvaría de este naufragio interesante. Ella debe decir,
al referirse a mí, lo que los filósofos expresan con un giro de palabras: zu Grunde gehen
[ir a fondo].
Es verdad que se aburre escuchando a Eduardo. Como pasa siempre, cuanto más
cortos son los límites de lo interesante, más se descubre. De vez en cuando escucha mi
conversación con la tía. Y cuando me doy cuenta, llega, relampagueando en el horizonte
y con sorpresa tanto de la tía como de Cordelia, un síntoma lejano de otro mundo. La tía
ve el relámpago, pero no oye nada. Cordelia oye la voz, pero no ve nada. Y mientras
tanto, un instante después todo queda tranquilo, mi conversación con la tía prosigue su
ritmo uniforme, como el caminar de los caballos de posta en el silencio de la noche; nos
acompaña el murmullo de la tetera. En esos momentos, en el salón, hay en nosotros, en
particular en Cordelia, cierto malestar. Ella no tiene a quien escuchar o con quien hablar.
Si se dirige a Eduardo corre el peligro de que, en su desconcierto, éste comente alguna
estupidez; si se vuelve a la otra parte, hacia mí y a la tía, le molesta nuestra seguridad, le
ata el martilleo monótono de nuestra incesante conversación, que resalta mucho al compararla
con la confusión de Eduardo. Me doy cuenta de que Cordelia sospecha que la tía
está incluso encantada, ya que se mueve según el tempo de mis ideas ingeniosas. Y tampoco
puede tomar parte en estas conversaciones, pues uno de los expedientes que ahora
utilizo para turbarla es tratarla como a una niña. No es que, al hacer esto, me conceda
alguna libertad con ella, no, sé muy bien las desastrosas consecuencias que esto podría
tener, y a mí sólo me interesa que su femineidad pueda elevarse pura y bella. A través de
mis charlas amistosas con la tía me resulta fácil tratarla como a una chiquilla que no tiene
ninguna experiencia del mundo. Por este motivo, no ofendo su femineidad sino sólo la
neutralizo; pues efectivamente su femineidad no se puede ofender por el hecho de que
ella no esté ducha en los precios del mercado, y sin embargo puede turbarla el
pensamiento de que éstas sean las cosas más importantes de la vida. En este sentido, y
con mi gran ayuda, la tía se supera a sí misma. Es casi fanática, aunque de esto tenga que
agradecer a otros más que a mí. Lo único que no puede soportar es que yo no haga
absolutamente nada. Ahora he adoptado la postura de decir, cada vez que se habla de un
trabajo vacante: ¡un empleo para mí!, y luego ponerme a hablar con ella seriamente.
Cordelia se da cuenta de la ironía, y es lo que deseo.
¡Pobre Eduardo! Lástima que no se llame Fritz. Cada vez que en mis tácitas
consideraciones pienso en mi relación con él, siempre me acuerdo del Fritz de La esposa5.
Por otra parte, Eduardo se parece a su arquetipo, cabo de la Guardia urbana. A fuer de
sincero, tengo que añadir que también Eduardo es indiscretamente aburrido. Él no se
enfrenta con las cosas de forma adecuada y resulta siempre prolijo y embarazado. De su
amistad, unter uns gesagt [entre nosotros], me olvido con facilidad. ¡Pobre Eduardo! Lo
5 Trabajo teatral de Eugéne Scribe (1791-1861), actor y libretista francés.
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único que me da pena es que tiene tal ceguera por mí que no sabe cómo expresarme su
gratitud. Permitir que él me esté agradecido sería demasiado.
¿Por qué no conseguís estar más tranquilos? ¿Qué habéis hecho durante toda la
mañana además de pegar en mi persiana, entrar al mismo tiempo en la esfera y en el hilo
de mis pensamientos, jugar con la cuerda de la campanilla del tercer piso, tocar en los
cristales de la ventana, o sea, anunciar vuestra presencia con cualquier medio, como si
quisierais hacerme señales para que os siguiera? El tiempo es bastante bueno, pero yo no
tengo ganas, dejadme quedar en casa... Vos, petulantes, desembridados zéfiros, alegres
muchachos, podéis iros solos, iros, iros como siempre a divertiros con las jovencitas. Sé
que nadie mejor que vosotros sabe abrazar a una jovencita con tanta seducción; inútilmente
intenta alejarse de vos, no puede soltarse de ese abrazo, por otra parte, tampoco
quiere, ya que sois cálidos y frescos y no molestáis... ¡Id por vuestro camino! ¡Dejadme...!
Así no sacaréis nada, ¿es que entendéis que no lo hacéis por vos?... Pues bien, os
sigo. Pero con dos condiciones. En primer lugar, en la nueva plaza del Rey vive una
joven muy guapa, que tiene la desfachatez de no amarme y, lo que es aún peor, de amar a
otro, yéndose de paseo con él cogidos del brazo. Sé que él pasa a recogerla hacia la una.
Prometedme ahora que los vientos más fuertes permanecerán escondidos con vos en
algún sitio cercano hasta que él y ella salgan por la puerta de casa. En el instante en el
que ella doble por Kongensgade, pues que salga esa pandilla y de la forma más cortés le
quite el sombrero de la cabeza y lo mantenga en un dulce vuelo a la distancia de un brazo
de él, no más, porque de lo contrario posiblemente él se vuelva a casa. Pensará que puede
agarrarlo, por lo que no la soltará del brazo. Así empujaréis a él y a ella, por la
Kongensgade, a orilla del baluarte, hacia la Puerta Norte y los embarcaderos... ¿cuánto
tardarán en llegar? Una media hora. A la una en punto llego yo de la Oestergade. Cuando
esa pandilla haya empujado a los amantes al centro de la plaza, se debe producir un
violento ataque contra ellos, durante el cual le quitaréis también el sombrero a ella, le
revolveréis el peinado, le llevaréis el chal, y mientras tanto el sombrero de él subirá
silbando cada vez más alto; en resumen, crearéis tal confusión que toda la gente presente,
y no sólo yo, soltará una sonora carcajada, los perros se pondrán a ladrar y los
campanarios tocarán las campanas. Haced que el sombrero de ella vuele hacia mí, que
tendré así el honor de entregárselo... En segundo lugar: la cuadrilla que me sigue
obedezca todas mis indicaciones, se mantenga en los límites de la conveniencia, no
moleste a ninguna guapa jovencita, ni se permita libertad alguna, de forma que su alma de
niña durante esta broma pueda mantener su alegría, su sonrisa en los labios, su brillo en
los ojos y no sienta inquietud en su corazón. ¡Si uno de vosotros osa comportarse de otra
forma, que vuestro nombre sea maldito para siempre! ¡Y ahora, venga, vayamos a la vida
y a la alegría, a la juventud y a la belleza! ¡Que se me aparezca lo que siempre he
admirado, lo que nunca me cansaré de admirar! ¡Que se me aparezca una encantadora
jovencita, se incline ante mí su belleza para que ella sea aún más bella, la pueda yo
examinar y ella se sienta más contenta con este examen!... He escogido una calle céntrica,
pero sé que dispongo de tiempo hasta la una y media...
Viene una jovencita elegante y distinguida; hoy es domingo... ¡Soplad un poquito,
agarradla con una fresca brisa, envolvedla en un remolino lento, abrazadla con vuestros
inocentes contactos! Ya veo el tímido rubor de sus mejillas, los labios que enrojecen algo
más, los pechos que se levantan... ¿No es verdad, pequeña, que resulta un gozo inefable y
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bienaventurado poder respirar auras tan frescas? El pequeño cuello se mueve como una
hoja. ¡Qué profunda y fuerte es su respiración! Reduce el paso, casi viene transportada
por la dulce brisa, como una nube, como un sueño... ¡Oh brisa, sopla ligeramente más
fuerte, con suspiros más largos!... Ella se arregla, los brazos se aprietan contra el pecho,
como si quisiera taparse con más cuidado para evitar que la brisa pudiera ser traidora y
pudiera, penetrante y fresca, insinuarse por debajo del ligero vestido... Se pone roja por el
frío, las mejillas están más mofletudas, la mirada más transparente, el paso más de prisa.
Las tentaciones sirven para embellecer a una criatura. Todas las jóvenes se tendrían que
enamorar de los céfiros, ya que ningún hombre puede tanto como ellos, puesto que,
cuando luchan con ellos, crece la belleza... Su cuerpo se echa para delante, la cabeza se
inclina hacia el suelo... ¡Parad un momento, es demasiado! Su figura se hace pesada,
pierde su bonito encanto... ¡Soplad aún un poco!... Pequeña, ¿no es verdad que un
temblor restaurador de ese tipo es un dulce alivio cuando uno se acalora? Querría abrir
los brazos para reconocerlo, por la alegría de vivir... Ella se vuelve de costado... ¡En
seguida, un soplo rápido y enérgico, para que yo pueda descubrir la belleza de las
formas!... ¡Algo más fuerte, para que se puedan pegar completamente sus vestidos!...
¡Ahora es mucho! La postura ya no es agraciada, el paso ligero se interrumpe... ¡Vuelve a
darse la vuelta!... ¡Venga, soplad más! ¡Dejad que ella prosiga!... ¡Basta! Es demasiado:
ha desaparecido su único rizo... ¡Intentad moderaros!... Se acerca un regimiento, a paso
de parada:
Die eine ist verliebt gar sebr;
Die andere wäre es gerne6.
Ir del brazo izquierdo con su propio cuñado es innegablemente una forma estúpida de
vivir la vida. Para una jovencita equivale poco más o menos a lo de un sustituto para un
hombre... Sin embargo un sustituto puede hacer carrera, al mismo tiempo tiene su puesto
en la oficina y, en algunas ocasiones, su destino no es el de una cuñada; pero, sin
embargo, su carrera no es tan lenta: cuando llega un ascenso y lo mandan a otra oficina...
¡Soplad más fuerte! Cuando se tiene un punto firme al que agarrarse, uno puede oponer
resistencia... El centro se aleja hacia delante, las alas no pueden aguantar... Él está firme,
el viento no consigue moverlo, ya que es muy pesado, demasiado pesado para que las alas
puedan levantarlo del suelo. Se cae delante para mostrar... que es un cuerpo pesado, pero
cuanto más inmóvil se queda más sufren las chiquillas... Preciosa señora, ¿puedo daros un
buen consejo? Poned a un lado al futuro compañero o futuro cuñado, intendad ir sola, y
ya veréis que os sentiréis más feliz... ¡Soplad un poco más lentamente!... ¡Cómo se
balancean las acometidas del viento! Pronto, en la calle de bajada, aparecen el uno ante la
otra. ¿Puede un paso de danza dar una alegría más vivaz, sin que el viento sea más débil,
sino reforzándolo?... Ahora separad a uno de la otra, y a velas desplegadas bajen por la
calle. ¿Puede un vals más seductor arrastrar consigo a una jovencita, sin que el viento la
sujete, sino que la empuje...? Ahora se vuelve para atrás el compañero o cuñado. ¿No es
placentero algo de resistencia? Se lucha de buena gana para conseguir poseer lo que se
ama, y se consigue siempre aquello por lo que se lucha. Si nos guía un ideal muy alto,
6 Es mucho la primera novia;/ de buena gana lo sería la segunda.
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siempre vendrá el amor en ayuda, por esto el hombre tiene el viento a su favor... ¿No he
preparado las cosas de forma adecuada? Cuando se tiene el viento a favor, fácilmente se
puede ir de acuerdo con el amado, y resultan más eficaces, más atractivos, más seductores
los golpes de viento; los golpes de viento congelan el fruto de los labios, que
generalmente hay que gozarlo frío, ya que es tan caliente, que, como el champagne, se
calienta mientras se enfría... Ellos se ríen y charlan -y el viento lleva lejos las palabras-,
¿pero, aquí y ahora, hay algo de que hablar?... Vuelven a sonreír y a doblarse con el
viento y a tener el sombrero y a inclinarse hacia delante... ¡Parad ahora, para no impacientar
a la jovencita, para que no se enfade por nosotros o tiemble por culpa nuestra...!
¡Muy bien! Resuelta y decidida, con el pie derecho delante del izquierdo... ¡Cómo mira a
su alrededor atrevida y descarada...! Veo perfectamente que va del brazo de un hombre,
luego tiene novio. ¡Veamos, pequeña, qué aguinaldo te han puesto en el árbol de la
Navidad de la vida...! Parece que es un novio bastante respetable. Ella cruza el primer
estadio del noviazgo, lo ama -es muy posible-, pues con remolinos amplios y largos lo
envuelve el amor de ella. Ella posee aún el Manto del Amor, en cuyo interior esconde
muchas cosas... Soplad un poco más. Cuando se camina tan de prisa, no se extraña uno de
que las cintas del sombrero se agiten con el viento, parecen alas simétricas y desnudas;
incluso esa ligera figura -como su amor- se agita como un velo embrujado, con el que
juega el viento... ¡Que Dios os conserve! Cuando se ha tenido el coraje de dar un paso
decisivo para toda la vida, entonces no sería necesario tener la audacia de ir contra
corriente. ¿Quién lo duda? No yo. Pero sin vehemencia, pequeña señorita, sin
vehemencia. El tiempo es un malvado vengador y el viento tampoco es tonto... ¡Reíros un
poco!... ¿Dónde está el pañuelo?... Ya lo habéis agarrado... Sí, una cinta de vuestro
sombrero se ha perdido... y esto es muy embarazoso para el prometido, que está presente...
Llega una amiga, y conviene que le saludéis. Es la primera vez que os ve ir por
ahí como novios, y precisamente para mostraros como tales habéis venido aquí al parque
y, además, en la Langelinie, estáis expuestos a todas las miradas. Por cuanto sé, es
costumbre que los recién casados, el primer domingo después del matrimonio, vayan a la
iglesia, y, sin embargo, los novios vayan a la Langelinie. En general un noviazgo tiene
mucho que ver con la Langelinie... Escuchad: el viento estropea vuestro sombrero y juega
alrededor, agachad la cabeza... Es muy molesto, no pudisteis saludar de ninguna forma a
la amiga, no sentisteis placer en saludar con ese aire de superioridad, ya que una jovencita
con novio debería considerarse superior a las que no lo tienen... ¡Ahora soplad más
despacio!... Dentro de poco llegarán días hermosos... ;Cómo se pega al ama- "1 do, se
adelanta en ese trecho que basta para poder volver la cabeza y mirarlo, y estar orgullosa
de él, ser su riqueza, su suerte, su esperanza, su futuro!... ¡Pequeña, tú lo amas mucho!...
¿Quizá no debería él estar agradecido al viento y a mí por su aspecto robusto? ¿Y no
deberías también tú estar agradecida a mí por estas leves brisas que ahora curan tu dolor
empujándolo hasta el olvido? ¿No deberías estar agradecida por ese aspecto tuyo tan
lleno de vida, tan lánguido, tan trepidante?
¡Oh!, no deseo un estudiante
que pasa la noche encima de los libros.
Deseo, por el contrario, un teniente
que tenga plumas en el sombrero.
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Se comprende rápidamente por tu aspecto, pequeña: hay algo en tu mirada... No, no
sabrías qué hacer con un estudiante... Pero, ¿por qué un teniente? Un licenciado, que hubiese
acabado los estudios, ¿no te valdría?... Pero, en este momento, no te ayudaría ni un
teniente ni un licenciado. Podrían ayudarte unos céfiros templados... ¡Venga, soplad un
poco ahora!... Bien, echaos de nuevo el chal por la espalda, pero caminad despacio, y así
las mejillas palidecerán, y el resplandor de los ojos no será tan vivo... Así. Sí, algo de
ejercicio, sobre todo con un tiempo tan delicioso como el de hoy, todavía un poco de
paciencia, y conseguiréis a ese teniente... -Hacen juntos una buena pareja, parecen hechos
la una para el otro. ¡Qué armonía en sus pasos, qué seguridad basada en la recíproca
confianza en el caminar, qué harmonia praestahilita en cada movimiento, qué firmeza
más precisa! Su porte no es ligero ni agradable, no van a paso de danza, hay cierta
firmeza, cierta confianza, que despierta una infalible esperanza, que inspira una recíproca
estima. Apuesto a que su punto de vista sobre la vida es éste: la vida es un camino. Y
ellos parecen destinados a ir del brazo entre los placeres y dolores de la vida. Se
armonizan de tal forma que ella ha renunciado a la pretensión de abandonarse
completamente... Pero vosotros, queridos céfiros, ¿por; qué os habéis preocupado tanto
de esa pareja? Parece que no valga la pena pensar en esos dos. ¿Hay quizá alguna particularidad?...
¡Ya son las dos y media, y se van hacia los embarcaderos!
No hay que creer que se pueda calcular con precisión, exactamente, un proceso de
desarrollo espiritual. Esto demuestra la integridad de Cordelia. En realidad se trata de una
jovencita distinta. Es, sin duda, tranquila, modesta y sin pretensiones, sin embargo,
incomprensiblemente, hay en ella una pretensión monstruosa. Me ha resultado muy
emocionante verla hoy entrar por la puerta. Hasta la más ligera resistencia de un soplo de
viento casi desata toda su fuerza, sin que se perciba esfuerzo en ella. No es una chiquilla
tan insignificante que se escape entre los dedos, tan frágil que casi uno tenga miedo de
que se pueda romper por el simple hecho de mirarla, ni tampoco es una pretenciosa flor
exótica. Como un médico, yo puedo detectar en esta historia clínica todos los síntomas.
Poco a poco empiezo, en mi asalto, a cercarla cada vez más y a pasara ataques
directos. Si tuviera que marcar este cambio en mis planes estratégicos en relación con la
familia, diría: he colocado mi silla de tal forma que ahora estoy de costado. Me ocupo
más de ella, le dirijo la palabra y consigo alguna respuesta. Su alma tiene ímpetu y pasión
y, sin pretender lo excepcional, mediante estúpidas y sofisticas reflexiones, ella siente
necesidad de lo insólito. Mi ironía por la estupidez de los hombres, mi desprecio por su
cobardía, por su estúpida dejadez la fascinan. Está dominada por el deseo de conducir por
la bóveda del cielo el carro del sol para acercarlo más a la tierra y quemar un poco a los
hombres. Sin embargo aún no ha puesto en mí su confianza, ya que yo hasta ahora no he
hecho más que impedir todo acercamiento, hasta en el campo espiritual. Ella tiene que
consolidarse en sí misma antes de que yo le permita apoyarse en mí. A veces, parecería
que yo quisiera hacer de ella una iniciada en mi masonería, aunque esta impresión dura
sólo un instante. Ella tiene que desarrollarse sola en sí misma, tiene que advertir la fuerza
de tensión de su alma, tiene que saber agarrar el mundo y levantarlo. Claramente me
dicen sus respuestas y sus ojos los progresos que está haciendo, una vez que he
descubierto hasta una ira destructora. A pesar de todo, ella no tiene que sentirse obligada
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por nada hacia mí, ya que es necesario que ella sea libre; el amor sólo está en la libertad,
sólo en la libertad está el eterno deleite del tiempo que pasa. Aunque yo me imponga por
encima de ella, de forma que, casi por una necesidad natural, ella tenga que caer entre los
brazos, me esfuerzo por llevarla para que ella gravite hacia mí; sin embargo a la vez
conviene que no caiga como cuerpo pesado, sino como espíritu que gravita alrededor de
otro espíritu. Es cierto que ella deberá pertenecerme, pero esto no tiene que identificarse
con un hecho nada bonito, o sea que ella caiga encima de mí como un saco. Ella no tiene
que ser una molestia, desde el punto de vista físico, ni un compromiso, desde el punto de
vista moral. Entre nosotros dos sólo tiene que reinar el juego de la libertad. Ella tiene que
ser tan ligera para mí que pueda sostenerla en mis brazos.
Cordelia ya me ata demasiado. Pierdo de nuevo mi equilibrio, no ante ella, cuando
ella está presente, sino cuando, en el sentido más estricto, me quedo a solas con ella. Llego
a desearla con ardor, no para hablarle sino sólo para dejar que su imagen aparezca ante
mí; llego a seguirla lentamente, cuando sé que ha salido, no para que me vea sino para
verla. Anoche salimos juntos de casa Baxter, la acompañaba Eduardo. De prisa me separé
de ellos y me fui a otra calle, donde estaba esperándome mi criado. Me disfracé con
rapidez y pasé una vez más junto a ella sin que se diera cuenta. Eduardo estaba taciturno,
como de costumbre. Estoy enamorado, es verdad, pero no de una forma normal; hay que
ser muy cautos para no caer en peligrosas consecuencias, y así de enamorado sólo se está
una vez en la vida. Aunque el dios del amor es ciego, si uno es prudente se le puede
engañar. El arte está, en relación con la emoción, en ser lo más perceptivo posible, saber
qué impresión se da y qué impresión se recibe de cualquier chica. De este modo, se puede
estar enamorado de muchas chicas a la vez, porque se puede estar enamorado de forma
distinta de cada una de ellas. Amar a una sola es demasiado poco, amar a todas es una
superficialidad. Conocerse a uno mismo y amar a cuantas se pueda, dejar que nuestra
alma esconda en sí todas las potencias del amor, de forma que cada una reciba el alimento
que le corresponde, mientras la conciencia abraza todo, esto es gozo, esto es vivir.
Eduardo en realidad no se puede quejar de mí. Es cierto que deseo que Cordelia se
desengañe de él, que por su causa sienta disgusto del amor prosaico, y por tanto disgusto
de superar sus límites, pero para esto conviene que Eduardo no sea ridículo, ya que en ese
caso me sería de poca ayuda. Eduardo no sólo es, en el sentido burgués, lo que se llama
un buen partido -lo que a los ojos de ella no quiere decir nada, pues una jovencita a los
dieciséis años no se fija en esas cosas-, sino que él tiene también algunas y agradables
cualidades personales, que yo intento ayudar a poner en primer plano de la forma más
ventajosa. Lo mismo que un maquillador, un decorateur, intento arreglarlo-lo mejor que
puedo, según la posibilidad de mis manos; igual lo arreglo con plumas ajenas. Cuando
nos dirigimos a casa de Cordelia, me resulta una experiencia singular caminar a su lado.
Me parece casi que él sea mi hermano, mi hijo, y sin embargo es sólo mi amigo, mi
compañero, mi rival. Nunca llegará a ser peligroso para mí. Pues cuanto más alto logre
colocarlo, para cuando tenga que caer, más precisa será la conciencia que Cordelia tendrá
de lo que ella detesta y más impetuoso el presentimiento de lo que ella ansía. Yo le ayudo
a buscar lo acertado, le doy consejos, hago, en resumidas cuentas, lo que un amigo puede
hacer por un amigo. Para poner más de relieve mi frialdad, casi me indigno con Eduardo.
Lo pinto como un visionario. Entonces Eduardo no sabe salir adelante por sí solo, y así
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me tengo que comportar empujándole hacia delante.
.Cordelia me odia y me teme. ¿Qué teme una jovencita? El espíritu. Porque el
espíritu representa la negación de toda su existencia femenina. Una belleza masculina, un
aspecto atractivo, etcétera son medios óptimos. Con éstos se pueden realizar varias
conquistas, pero nunca una victoria total. ¿Por qué? Porque con ellos se establece una
guerra en su mismo campo, y en su campo ella es la más fuerte. Con esos medios se
puede hacer enrojecer a una jovencita, que baje los ojos, pero nunca se consigue
provocarle esa ansiedad sofocante e indescriptible que hace interesante su belleza.
Non formosus erat, sed eras facundus Ulixes
et tamen aequoreas torsit amore Deas7.
Ahora cada uno debería conocer sus posibilidades. Pero lo que a menudo me turba es
que los que tienen dotes naturales deben comportarse como aguafiestas. Habría que poder
distinguir enseguida entre las jóvenes víctimas de un amor por otro, o mejor por sí
mismas, en qué sentido han sido engañadas. El experto asesino mata siempre de una
determinada forma y el policía avezado reconoce inmediatamente, tras examinar las
heridas, al autor del delito. ¿Pero dónde están tales seductores sistemáticos, tales psicólogos?
Seducir a una jovencita significa para la mayoría seducir a una jovencita, y
basta; sin embargo, tras este pensamiento se parapeta toda una ciencia.
Como mujer, ella me odia; como mujer experta, me teme; como mujer inteligente,
me ama. Ahora, por primera vez, he conseguido provocar en su alma este contraste. Mi
altivez, mi arrogancia, mi frío desprecio, mi despiadada ironía la atraen, pero no hasta el
punto de que ella desee amarme, no, no hay ningún síntoma de estos sentimientos en ella,
y menos hacia mí. Ella quiere enfrentarse conmigo. Le atrae la arrogante independencia
frente a los hombres, que es una libertad parecida a la del árabe en el desierto. Mi ironía y
mi excentricidad neutralizan cualquier manifestación erótica. Es siempre expansiva
conmigo, y si tiene alguna reserva es más bien intelectual que femenina. Está tan lejos de
ver en mí a un amante que nuestra relación se ha convertido en la relación de dos mentes
discretas. Me agarra de la mano, me aprieta, sonríe y me dedica cierta atención en el
sentido griego de la palabra. Puesto que la ironía y el desprecio la han distraído demasiado,
sigo el consejo de aquel verso antiguo: el caballero tire su manto purpúreo y pida a
la bella doncella que se siente. Por otra parte, yo no tiro mi capa para sentarme con ella
en los verdes prados, sino para desaparecer con ella en el espacio en alas del
pensamiento. O no la llevo conmigo, sino que me agarro a un pensamiento, la saludo con
la mano, le mando un beso en la punta de los dedos, me hago invisible para ella, apenas
audible en el silbido de la palabra alada y, al revés que Jehová, mi voz cada vez se hace
más tenue, ya que cuanto más hablo más alto me elevo. También ella quiere ahora
seguirme, levantarse en pensamientos alados. Pero esto sólo dura un instante, pues un
instante después me vuelvo frío y comedido.
7 "Ulises no era guapo, sino elocuente / por eso enredó a las ninfas marinas."
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Hay varias clases de rubor femenino. Está el sonrojo vulgar. Está ése del que se valen
los novelistas cuando hacen sonrojar über und über [totalmente] a sus heroínas. Está el
rubor delicado, que es el clarear de la aurora en el cielo del espíritu. En una jovencita es
inestimable. El rubor fugaz que acompaña a un pensamiento feliz es hermoso en el hombre,
más hermoso en el adolescente y encantador en la mujer. Es el vislumbrar del
relámpago, el centellear del espíritu. Es muy hermoso en el joven, encantador en la
jovencita, ya que en él se muestra su virginidad y por tanto implica el pudor de la
sorpresa. Cuanto más viejo se hace uno, más pronto desaparece este rubor.
A veces le leo a Cordelia cosas en voz alta, en general cosas intrascendentes.
Eduardo, como de costumbre, tiene que sujetar la vela. En realidad, le he advertido que
un óptimo sistema para establecer relaciones con una joven cita es prestarle libros. Pues,
en efecto, él ha sacado partido, y ella se lo ha agradecido. Pero quien más gana con eso
soy yo, porque yo selecciono los libros, aunque me quede a un lado. De esta forma tengo
un amplio campo para mis observaciones. A Eduardo le puedo dar el libro que quiera, ya
que la literatura no es su fuerte, puedo arriesgar cuanto quiera, incluso empujándolo hasta
un precipicio. Luego, cuando me encuentro con ella por la tarde, cojo por casualidad el
libro, lo hojeo, leo en voz baja, alabo a Eduardo por su elección. Ayer por la tarde quise,
con un experimento, conocer la versatilidad de su ánimo. Estaba indeciso acerca de si
Eduardo debía prestarle la lírica de Schiller, para luego, por casualidad, haber podido
abrirlo por el canto de Tecla y recitarlo, o la lírica de Burger. Me decidí por esta última,
pues Leonora es algo exaltado, aunque de notable belleza. Abrí el libro por Leonora y leí
esa balada en voz alta con la mayor pasión posible. Cordelia se quedó conmovida, cosía
con tanta prisa febril, que parecía que Guillermo había venido a llevársela a ella. Me
callé, la tía estaba sentada escuchando, sin interesarse mucho; ella no se conmueve ni por
los Guillermos vivos ni por los muertos, y además no domina el alemán. En cambio, se
encontró como pez en el agua cuando le enseñé el volumen perfectamente encuadernado
y me puse a hablar del arte del encuadernador. Mi intención era ahogar en Cordelia la
emoción de lo patético en el mismo instante en que se la había suscitado. Ella se quedó
algo angustiada, pero me resultó evidente que esta angustia obraba en ella no de forma
tentadora, sino unheimlich [siniestra].
Hoy, por primera vez, mi mirada se posó un buen rato en ella. Es necesario que el
sueño haga los párpados tan pesados que tengan que cerrarse; puede que mi mirada tenga
tal poder. Se le cierran los ojos, pero oscuras fuerzas se agitan en ella. Ella no ve que yo
la estoy mirando: lo siente, lo advierte en todo su cuerpo. Los ojos se le cierran y es de
noche, pero en su interior es pleno día.
Hay que desembarazarse de Eduardo. Está llevando las cosas muy lejos, y debo
esperar que de un momento a otro otro le haga una declaración. Nadie, por otra parte,
puede saberlo mejor que yo, que soy su confidente y que lo mantengo en esta situación
para que él pueda obrar en favor mío respecto a Cordelia. Sin embargo, permitir que le
confiese su amor es demasiado arriesgado. No me cabe la menor duda de que recibiría un
rechazo, pero con esto no terminaría la historia. Él seguiría insistiendo, y esto podría
conmover y hacer dudar a Cordelia. En ese caso, aunque yo no deba temer lo peor, al
tener ella que repetir su rechazo, probablemente la arrogancia de su alma quedaría herida
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por un sentimiento de simple compasión. Si esto tuviese lugar, todos mis planes respecto
a Eduardo fracasarían rotundamente.
Mis relaciones con Cordelia empiezan a tomar un cariz dramático. Va a suceder algo,
y sea lo que sea yo no puedo recitar el papel de un simple espectador, sin dejarme escapar
el momento preciso. Es necesario que la coja de sorpresa; pero hay que sorprenderla,
tengo que asumir mi papel. Lo que normalmente sorprende a alguien, podría no
sorprenderla a ella. Si tiene que sorprenderse, conviene que desde el primer momento
aparezca un acontecimiento corriente como causa de esta sorpresa. Después debe parecer
que algo sorprendente está implícito en esto. Efectivamente ésta es la ley constante de lo
interesante, y por tanto es la ley que debe guiar todos mis movimientos respecto a
Cordelia. Sólo si se consigue despertar sorpresa se gana la partida; de esta forma, por un
instante se priva a la víctima de su energía haciéndole imposible la reacción, ya se valga
uno de lo insólito o de lo habitual. Recuerdo aún con cierta satisfacción una intentona tan
desfachatada como atrevida con una dama de una familia distinguida. Durante un tiempo
había revoloteado a su alrededor furtivamente para encontrar una forma interesante de
acercarme a ella, y una mañana a mediodía me la encontré en la calle. Estaba seguro de
que no me conocía ni sabía que vivía en la misma ciudad. Estaba sola. Pasé de refilón al
lado de ella, mientras ella seguía por la calle. En ese momento le dirigí una mirada triste,
y creo que incluso tenía lágrimas en los ojos. Me quité el sombrero. Ella se paró. Con voz
conmovida y mirada suplicante dije: "No se enfade, ilustre señorita. El parecido entre sus
rasgos y los de una criatura que yo amo, pero que por desgracia vive lejos de mí, son tan
impresionantes que os ruego me perdonéis este extraño comportamiento". Ella creyó que
yo fuese un visionario, pero cierto fanatismo excita siempre a una jovencita, sobre todo
cuando se da cuenta al mismo tiempo de su superioridad y se ríe de esa circunstancia. Y
ella se sonrió, lo que le dio un candor indescriptible. Me saludó con una cortesía
condescendiente y sonrió. Siguió luego por su camino, y yo la seguí de cerca, a casi dos
pasos de distancia. Días más tarde la volví a encontrar y me permití saludarla. Ella me
sonrió... La paciencia es una virtud preciosa, y quien ríe el último ríe mejor.
Se podrían imaginar varios sistemas para sorprender a Cordelia. Podría intentar
desencadenar una tempestad erótica y arrancar los árboles con raíces y todo. Y mediante
ésta podría intentar, si fuera posible, levantarla del suelo, alejarla de su adhesión a la
realidad, intentando, en esta turbación, resaltar con medios secretos su pasión. Y no habría
muchas dificultades para hacerlo. Mediante su pasión se puede empujar a una
jovencita a la meta prefijada. Sin embargo sería estéticamente un error. No me gusta el
estado de desmayo, pues es una condición sólo recomendable cuando se tiene delante a
una jovencita que únicamente en ese estado podría conseguir un relámpago de poesía.
Pero, por lo demás, el verdadero gozo se pierde con facilidad, ya que tanta confusión
termina perjudicando. Y no tendría ningún efecto para ella. Podría beberme de un par de
tragos lo que, por el contrario, con el tiempo podría gozarme en paz, y lo que es aún peor,
con la conciencia de que podría haber conseguido un mayor y mejor placer. No, a
Cordelia no hay que gozarla en la exaltación. Quizá, en un primer momento, un
comportamiento mío en este sentido suscitaría sorpresa, pero pronto se saciaría, porque
esta sorpresa a menudo ha arrasado su alma Noble.
Un noviazgo en toda regla es el mejor sistema de todos, lo más conforme a su fin.
Quizá ella no daría crédito a sus oídos si me oyera hacer una prosaica declaración de
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amor, ítem si pidiese su mano, mucho menos si oyera mi encendida elocuencia y,
bebiendo el embriagador veneno, oyese cómo late su corazón al pensar en un rapto.
El lado execrable de un noviazgo es el lado ético. La ética es tan aburrida en la
ciencia como en la vida. ¡Qué contraste! Bajo el cielo de la estética todo es fácil,
hermoso, alado; pero, cuando entra la ética, todo se convierte entonces en adusto, triste,
infinitamente aburrido. Sin embargo, un noviazgo no implica una realidad ética en
sentido estricto como un matrimonio, tiene su validez ex consensu gentium. Esta
ambigüedad puede serme muy útil. El lado ético del noviazgo es suficiente para que
Cordelia, en el momento preciso, tenga la impresión de que ha superado los límites de lo
ordinario. Y por otra parte este lado ético no es tan grave que pueda temer una sacudida
más peligrosa. Yo he tenido siempre un cierto respeto por la ética. Jamás he hecho
promesa de matrimonio a una jovencita, ni en momentos de debilidad, y, aunque pueda
parecer que en este momento lo voy a hacer, es sólo una superficialidad. Lo haré de tal
forma que ella misma desate mi compromiso. Mi orgulloso instinto caballeresco
desprecia hacer promesas. Tengo como afrenta que un juez, con la promesa de libertad,
empuje a confesar a un culpable. Tal juez renuncia a su fuerza y a su dignidad. En la
práctica hay que tener en cuenta la norma de que yo no deseo nada que, en el más estricto
sentido, no me sea dado libremente. ¡Pues estos sistemas los utilizan los seductores de
tres al cuarto! ¿Y qué sacan? Por otra parte, quien no es capaz de cercar a una jovencita
para que pierda de vista todo lo que se pretende que ella no vea, quien no consigue
adueñarse del alma de una jovencita para que conceda todo lo que quiere según su deseo,
es y seguirá siendo un chapucero. No le envidiaré yo sus placeres. Chapucero es y sigue
siendo un seductor así, un hombre así; y esto no se puede decir de mí en ningún sentido.
Yo soy un esteta, un erótico, alguien que ha comprendido la esencia y la importancia del
amor, y lo conoce profundamente. Y al mismo tiempo tengo mis opiniones sobre el
particular, como que toda novela de amor tiene que durar un máximo de medio año, y que
toda relación tiene que acabar una vez que se haya gozado a fondo. Todo esto lo sé, y sé
también que el mayor gozo que uno puede imaginar es el de ser amado, amado sobre todas
las cosas del mundo. Adueñarse del alma de una jovencita es un arte, pero quedar
libre es un obra maestra, aunque esto último depende esencialmente de la primera.
Habría otra forma posible. Podría disponer todo para que estableciera un noviazgo
con Eduardo. Me convertiría así en el amigo de la familia. Eduardo tendría una confianza
absoluta en mí, ya que estaría obligado por su suerte. Entonces tendría que
acostumbrarme a pasar más de incógnito. Pero no me conviene. Ella no podría establecer
un noviazgo con Eduardo, sin desacreditarse. Entonces se conseguiría que mi relación
con ella se convirtiera en excitante más que en interesante. El infinito prosaísmo en el que
se apoya un noviazgo es, lo interesante, como una caja armónica.
Todo se hace más significativo en casa de los Wahl. Se nota claramente que, bajo las
formas habituales, se mueve una vida escondida, que pronto tendrá que encontrar una
manifestación exterior. La casa de los Wahl se prepara para un noviazgo. Quizá un
observador superficial podría suponer que la pareja fuésemos yo y la tía. ¿Cómo se podría
evitar, en ese caso, que la descendencia nacida de ese matrimonio no se dedicara a
difundir la ciencia agronómica? Y así me convertiría en el tío de Cordelia. Soy partidario
de la libertad de pensamiento, y sin embargo ningún pensamiento me resulta tan absurdo,
pues no tengo el coraje de detenerme en él. Cordelia tiene miedo de una declaración por
parte de Eduardo, y Eduardo confía en que una declaración salde todas las cuentas. Él
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puede estar seguro de esto. Mientras tanto, para evitar las desagradables consecuencias de
un paso así, intentaré prevenirlo. Espero despacharlo rápidamente, ya que me resulta un
estorbo. Me he dado cuenta de esto hoy. No parece tan fanático, tan ebrio de amor, que
pueda uno tener miedo de que se dedique a dar vueltas por la ciudad confesando su amor,
aunque sea objetivamente tan reservado que no se atreva siquiera a acercarse a Cordelia.
Hoy no le he quitado los ojos de encima. Igual que un elefante agarra algo con la trompa,
así lo agarré con mis ojos, me lo eché a las espaldas. Aunque él haya caído sentado, creo,
sin embargo, que él ha advertido un temblor en todo el cuerpo.
Cordelia ya no está tan segura de mí como hasta ahora. Antes se me acercaba
siempre con una seguridad femenina, ahora duda bastante. Esto, por otra parte, no tiene
mucha importancia y no me resultaría difícil poner cada cosa en su antiguo sitio. Pero no
quiero. Pocas exploraciones más, y después el noviazgo. No deberían surgir dificultades.
Para su sorpresa Cordelia dirá que sí, y la tía un Amén de corazón. No cabrá en sí de
satisfacción por la alegría de tener un yerno agrónomo. ¡Yerno! ¡Todo se enmaraña como
enredadera cuando se arriesga en este campo! Realmente, en ese caso, no me convertiría
en su yerno, sino sólo en su sobrino, o mejor, volente deo [si Dios quiere], ni en una cosa
ni en otra.
Hoy he recogido el fruto de un rumor que puse en circulación, o sea, que estaba
enamorado de una joven. Con ayuda de Eduardo ha llegado a oídos de Cordelia. Tiene
ganas de noticias, no me quita ojo y mientras tanto no osa hacerme preguntas; sin
embargo, no le resulta indiferente tener certeza, en parte porque le parece increíble, en
parte porque vería en esto un precedente para ella misma: si un denigrador tan frío como
yo puede enamorarse, también ella podría hacerlo sin tener que avergonzarse. Estoy convencido
de ser el hombre adecuado para contar una historia de forma que su desenlace
tenga éxito y no llegue demasiado pronto. Mantener in suspenso a los que escuchan mi
historia, asegurarme, con pequeñas desviaciones episódicas, el desenlace que ellos
quieren que tenga, engañarlos con los avatares de la narración es mi satisfacción. Mantener
el relato en una línea ambigua, de forma que los oyentes entiendan sólo una parte de
cuanto se dice y luego, de repente, adviertan que las palabras podían ser interpretadas en
un sentido completamente distinto, en esto está mi arte. Cuando se quiere tener la ocasión
de colocar sus observaciones en un determinado sentido, hay que hacer un discurso. En
una conversación, el que lleva la voz cantante puede sacarte mejor, o con preguntas y
respuestas esconder mejor, la impresión que producen las palabras. Empecé mi discurso
dirigido a la tía con solemne seriedad. "Debo atribuirlo a la benevolencia de los amigos o
a la perversidad de los enemigos, y ¿quién no tiene demasiados de unos y de otros?"
Entonces la tía hizo una observación que intenté por todos los medios aclarar para
mantener la tensión de Cordelia, que estaba escuchando, una tensión que yo no quería
aflojar, aunque hablase con la tía con voz solemne. "¿O tengo que atribuirlo a la
casualidad, a la generatio aequivoca de un chismorreo (Cordelia, está claro, no entendió
estas palabras, la confundieron, sobre todo porque yo las pronuncié con exagerado énfasis
y asumí una expresión de astucia, como si el punto estuviera en esto) el hecho de que yo,
que tengo la costumbre de vivir aislado del mundo, haya sido hoy objeto de chismes que
dicen que tengo novia?" Cordelia, resultaba muy claro, deseaba una explicación;
proseguí: "Mis amigos, pues siempre se ha considerado una gran felicidad estar
enamorado (ella se sobresaltó), mis enemigos, pues, si hubiera tenido esa suerte, siempre
se la considera ridícula (agitación en sentido contrario), o la casualidad, ya que no hay el
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menor fundamento; o la generatio aequivoca de un chismorreo, ya que todo esto puede
haber partido de las desconsideradas elucubraciones de una cabeza hueca". La tía se
apresuró, con curiosidad femenina, a hacer preguntas: quién era esa mujer, quién tenía el
gusto de ser mi novia. Todas las preguntas en ese sentido fueron rechazadas. Creo que
toda esta historia le causó tanta impresión a Cordelia, que las acciones de Eduardo
subieron un par de puntos.
Se acerca el momento decisivo. Podría dirigirme a la tía, pidiéndole por escrito la
mano de Cordelia. Es la praxis normal en los asuntos del corazón, como si fuera más natural
al corazón escribir que hablar. Lo que me decidiría a escogerla es lo que de
filistea tiene esta praxis. Por otra parte, si la adoptase, faltaría el factor sorpresa, y yo no
puedo renunciar a eso. Si tuviese un amigo, éste quizá me diría: ¿Has reflexionado
bastante sobre el paso tan importante que vas a dar, paso tan decisivo para toda tu vida
futura como para la felicidad de otro? Es la ventaja de tener un amigo. Yo no tengo
ningún amigo; no sé precisar si esto es una ventaja, aunque retengo para mí que es una
ventaja estar libre de sus consejos. Por otra parte, yo he examinado, en el sentido más
riguroso de la palabra, realmente a fondo esta cuestión.
Por mi parte no hay nada que me impida un noviazgo. ¡Me voy a convertir en osito
de peluche, pensará alguien! Pronto mi mísera persona será apreciada con miras más altas.
Acabo de dejar de ser hombre para convertirme... en un partido, en un buen partido,
como dice la tía. Y me disgusta sobre todo por la tía, pues ella me ama con un amor tan
puro y tan genuinamente agrónomo que, como su ideal, casi me adora.
Es verdad que en mi vida he hecho muchas declaraciones de amor, sin embargo toda
mi experiencia no me ha servido para mucho en el caso presente, ya que tengo que hacer
esta declaración de una forma particular. Lo que en realidad tiene que preocuparme es
que todo está basado en las apariencias. He hecho pruebas para ver en qué dirección se
podría seguir adelante con mayores ventajas. Sería muy difícil dar al momento un tono
erótico, porque esto significaría anticipar lo que vendrá más tarde, lo que se tiene que
explicar después; darle un tono serio es peligroso, pues para una jovencita este momento
es tan importante que toda su alma puede depender de esto, como para el moribundo
expresar sus últimas voluntades; darle un tono irreflexivo, medio cómico, no se adecuaría
con la máscara que hasta ahora he utilizado, y tampoco con la nueva que quiero ponerme;
un tono agudo e irónico sería muy peligroso. Si para mí, como, en general, para otros en
estas ocasiones, el fin principal fuese arrancar el pequeño "sí", podría decir que ya tengo
un pie en la estafa. Es verdad que esto es importante para mí, pero no tiene una importancia
absoluta, pues aunque haya decidido escoger a esta jovencita, aunque haya
puesto en ella mucha atención -¡todo mi interés!-, habría aún condiciones por las que yo
no aceptaría su "sí". Yo no deseo poseer a una jovencita en sentido completamente
externo, sino gozarla artísticamente. Por este motivo el inicio tiene que ser lo más
artístico posible. El inicio tiene que ser lo más indeterminado posible, tiene que estar
abierto a cualquier desarrollo. Si ella ve inmediatamente en mí a un mentiroso, me habrá
malentendido, porque no soy un vulgar mentiroso; si ve en mí a un amante ideal, también
me habrá malentendido. Esto es debido al hecho de que su alma, ante tal acontecimiento,
tiene que estar lo menos determinada posible. En ese momento, el alma de una jovencita
tiene la misma sensibilidad poética que un moribundo. Y hay que evitar esto. ¡Mi querida
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Cordelia! Yo te engaño por algo hermoso, y no puede ser de otra forma, por lo que
intentaré compensarte lo mejor que pueda. Hay que dar al acontecimiento, en la medida
de lo posible, poca importancia, de forma que ella, una vez que haya dicho su "sí", no
esté en grado de aclarar lo más mínimo que tenga que esconder a mi vista. Esta infinita
posibilidad es realmente lo interesante. Si ella está en grado de prever algo, el error habrá
sido mío y nuestra relación perderá el significado. Es poco probable que ella vaya a decir
sí porque me ama, ya que en realidad no me ama. Sería mejor que consiguiese transformar
el matrimonio de negocio en aventura, de algo que ella hace en algo que le pasa,
por lo que ella tenga que decir: ¡sólo Dios sabe cómo ha sucedido!
31 de julio
Hoy he escrito una carta de amor por encargo de otro. Esto me produce siempre un
gran placer. En primer lugar, me resulta siempre interesante tomar parte viva en una situación,
aunque se tengan todas las comodidades posibles.
Lleno la pipa, escucho los detalles, me enseñan las cartas. Me resulta siempre
interesante estudiar cómo escribe una jovencita. El otro, sentado allí, como una rata
enamorada, lee las cartas de ella en voz alta, interrumpido por mis lacónicas
observaciones: ella escribe bastante bien, tiene sentimiento, gusto, discreción, seguro que
ya ha amado antes, y así sucesivamente. En segundo lugar: estoy haciendo una buena
acción. Ayudo a una pareja de jóvenes a amarse, y luego echo cuentas. Por cada pareja
que hago feliz, busco una víctima para mí; hago a dos personas felices, y al máximo sólo
a una infeliz. Soy honesto y sincero, nunca he engañado a nadie que se haya fiado de mí.
Es verdad que siempre hay algún apaño, pero, por otra parte, es una incumbencia legal.
¿Por qué gozo de esta confianza? Pues porque sé latín y me preocupo de mis estudios, y
me guardo para mí las pequeñas historias. ¿No merezco esta confianza? Jamás abusé de
ella.
2 de agosto
Ha llegado la hora. Vi de lejos a la tía por la calle, y así supe que no estaba en casa.
Eduardo estaba en la Aduana. Se daban todas las probabilidades para que Cordelia
estuviera sola en casa. Y efectivamente estaba sola. Sentada a su mesita de bordar, metida
en su trabajo. Raramente iba a hacer visitas por la mañana a la famila, por lo que, al
verme, se quedó un poco desconcertada. La situación estaba a punto de saltar. Y la culpa
no hubiese sido suya, ya que ella se recobró en seguida, sino mía, pues, aunque me
sintiese acorazado, ella suscitó en mí una impresión bastante violenta. ¡Qué encantadora
estaba con ese vestidito de casa de rayas azules, con una rosa recién cortada en el pecho...
con una rosa recién cortada! ¡La jovencita parecía una rosa recién cortada! ¡Tan fresca,
apenas abierta! ¡Quién sabe, por otra parte, dónde va errando una jovencita por la noche!
Yo pienso que al reino de las ilusiones, pero todas las mañanas ella vuelve trayendo su
juvenil frescura. Su aspecto era tan virginal y al mismo tiempo tan maduro, que parecía
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como si la naturaleza, semejante a una madre generosa y rica, por primera vez en ese
momento la hubiese depuesto de sus propios brazos. Casi me pareció ser testigo de esa
escena de adiós, como si viese a esa amorosa madre que una vez más, en señal de adiós,
la abrazase, y casi la oyese decir: "Vete ahora al mundo, criatura mía. Recibe este beso
como un sello en tus labios, un sello que guarde la castidad, que nadie pueda romper.
Cuando llegue el hombre destinado a ti, te darás cuenta». Y puso un beso en sus labios,
no un beso que se lleva algo, como un beso humano, sino un beso divino, que dona todo,
que da a la jovencita el poder de los besos. ¡Admirable naturaleza, qué profunda y
misteriosa eres, tú das al hombre la palabra, y a la jovencita la elocuencia del beso! Ella
recibió este beso en los labios y uno de adiós en la frente, su mirada era alegre, ya que
ella aparecía a la vez tan modesta, porque en realidad se sentía cómoda, y tan
desconcertada, porque no conocía el mundo, sino sólo a su madre amorosa, que, invisible,
la vigilaba. Era realmente encantadora, tan joven como una niña, y sin embargo adornada
de la noble dignidad virginal que infunde respeto... Pero pronto me volví desapasionado y
tomé un aire arrogante de estúpido, como corresponde cuando se pretende que algo muy
importante suceda de tal forma que no signifique nada. Después de unas observaciones
vagas me acerqué a ella y le hice mi pregunta. Es muy aburrido oír a un hombre que
habla como un libro impreso, sin embargo hablar así a veces trae excelentes resultados.
Un libro en realidad tiene la notable cualidad de poder ser interpretado como se quiera. Y
esta cualidad también la adquiere el discurso del que habla como un libro. Yo me atuve
bastante a los formularios habituales. Como me esperaba, ella se quedó sorprendida, no
cabe la menor duda. Pero difícilmente podría describir su aspecto. Era vago, parecía más
bien un comentario, no editado sino anunciado, a mi libro, un comentario susceptible de
múltiples interpretaciones. Una palabra, y ella me habría sonreído. Una palabra, y ella se
habría conmovido. Una palabra, y ella se habría ido. Pero ninguna palabra acudió a mis
labios, me comporté solemnemente como un estúpido y me atuve irreprochablemente al
ritual. -"Ella me conocía desde hacía tan poco tiempo!" -¡Dios mío, estas dificultades se
encuentran sólo en la empinada cuesta que lleva al noviazgo, no en el sendero florido del
amor!
¡Es raro! Cuando en los últimos días pensaba en el tema, era más bien optimista
sobre el particular, seguro de que ella, sorprendida, habría dicho sí. Está claro que todos
los preparativos no habían conseguido su efecto, ya que ella no dijo ni sí ni no, sino me
mandó a la tía. Tendría que haberlo previsto. Sin embargo, tengo que estar satisfecho,
pues éste era el mejor resultado.
No he tenido nunca la menor duda sobre el consentimiento de la tía. Cordelia
siempre sigue sus consejos. En cuanto a mi noviazgo, no puedo presumir de que sea poético,
es, bajo todos los aspectos, terriblemente prosaico y burgués. La jovencita no sabe
si debe decir sí o no; si la tía dice sí, también la jovencita dice sí; yo tomo a la jovencita,
ella me toma a mí, y así empieza la historia.
3 de agosto
Ya soy novio, y Cordelia también. Eso al menos se dice. Si tuviese una amiga a la
que pudiese confiarse abiertamente, le diría: «No entiendo lo que significa todo esto. Él
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tiene algo que me atrae, pero no tengo la menor idea de qué es. Él ejerce sobre mí una
gran fascinación, pero en realidad no lo amo y quizá no consiga nunca amarlo; sin
embargo podría aguantar vivir con él e incluso ser verdaderamente feliz, ya que en
realidad no pretende mucho, sino que aguante vivir con él». Querida Cordelia, él quizá
pretende mucho más, y a cambio exige menos constancia... El noviazgo es la más ridícula
entre todas las cosas ridículas. El matrimonio, por lo menos, tiene un sentido, aunque ese
sentido me resulte molesto. El noviazgo es pura invención del hombre y en realidad no
hace ningún honor a su inventor. No es ni carne ni pescado, y es al Amor lo que el
uniforme del bedel es a la cátedra del profesor. Pues ahora yo pertenezco a este noble
grupo. Y tiene su importancia, ya que, como dice el brigada, para tener derecho a juzgar a
los artistas basta con ser artista. ¿Un novio no es también un artista de harén?
Eduardo está rabioso. Se ha dejado crecer la barba y se ha quitado el traje oscuro, lo
que supone mucho. Quiere hablar con Cordelia y descubrirle mi engaño. Sería una escena
estremecedora. Eduardo, sin afeitarse, vestido de malas las trazas, que habla a voces con
Cordelia. Espero que no me quite el puesto con esa barba. Intento en vano que se venga a
razones, explicarle que la tía ha tomado este partido, y que quizá Cordelia tiene
sentimientos para él, y que yo estaría dispuesto a retirarme si consigue él conquistarla.
Por un instante él duda si tiene que cortarse la barba de otra forma, comprar un nuevo
traje oscuro, pero instantes después me trata desconsideradamente. Hago todo lo posible
para mantener buenas relaciones con él. Y, aunque esté enfadado conmigo, estoy
convencido de que nunca dará un paso sin consultarlo previamente conmigo. No se
olvida de lo que le he enseñado mientras he sido su mentor. ¿Por qué quitarle la última
esperanza, por qué romper con él? Es una buena persona, y ¡quién sabe lo que puede
pasar!
Lo que tengo que hacer ahora es, por una parte, disponer todo para poner en
cuarentena el noviazgo, y así asegurarme un vínculo más bonito y significativo con
Cordelia; por otra parte, utilizar lo mejor que pueda el tiempo para gozar de todo el
encanto, de toda la amabilidad de la que le ha dotado la naturaleza, gozar de ella, pero
con reserva y circunspección, para impedir que algo sea tomado antes de tiempo. Una vez
que haya dispuesto todo de forma que ella haya aprendido qué siginifica amar y qué significa
amarme, entonces el noviazgo, como forma imperfecta, se romperá, y ella me
pertenecerá. Otros, cuando llegan a la conclusión de no tener otra perspectiva mejor que
un matrimonio aburrido para toda la eternidad, se hacen novios. Así hacen otros.
Todo está aún en el statu quo anterior, pero ningún novio puede ser más feliz que yo,
ningún avaro que haya encontrado un tesoro puede estar más contento. Me embriago
pensando que ella está en mi poder. ¡Una pura, inocente femineidad, diáfana como el mar
y como éste melancólica, sin la más mínima sospecha de amor! Ahora ella tiene que
aprender el poder del amor. Como una hija de rey que desde una choza es llevada al trono
de sus padres, también ella debe ser elevada a ese reino al que pertenece. Y yo promoveré
esto. Una vez que haya aprendido a amar, aprenderá a amarme; una vez que haya resuelto
la regla, se someterá al paradigma, que soy yo. Una vez que haya advertido toda su
capacidad de amar, la utilizará para amarme, y cuando sienta que ha aprendido a amar por
mí, me amará el doble. El pensamiento de mi felicidad me excita tanto que casi olvido
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toda precaución.
Su alma no persigue vagas emociones de amor, ni se pierde en ellas, esas emociones
que impiden a muchas jovencitas conseguir amar, diremos, con determinación, energía,
rendición. En su conciencia éstas tienen una vaga imagen nebulosa, que tendría que ser el
ideal con el que se mide el verdadero objeto del amor. Entre estos espíritus simples hay
alguno al que se podría uno acercar sólo para vivir cristianamente la vida. Ahora, una vez
que en su alma se despierte el amor, yo entro y lo separo de las otras voces de amor que
hay en ella. Me entero de qué forma ha tomado en ella y me adecúo a la misma; y
mientras estoy preocupado por esto, se extinguirá el amor en su corazón, y así
aparentemente yo, de la forma más engañosa, me habré separado de ella: Una jovencita,
después de todo, ama sólo una vez.
Cordelia ya me posee legítimamente, tengo el consentimiento de la tía y su
bendición, las felicitaciones de los amigos y de los parientes; conviene que siga esta
situación. Superados los inconvenientes de la lucha, ha empezado el bienestar de la paz.
¡Qué tontería! Como si la bendición de la tía y las felicitaciones de los amigos estuviesen
en grado de hacer aún más profunda mi posesión de Cordelia; como si el amor exigiera
esta antítesis entre tiempo de guerra y tiempo de paz, y no más bien, al principio, se anunciase
durante la guerra; como si las armas no fueran distintas. Hay una diferencia si se ha
luchado cominus [de cerca] o eminus [de lejos]. En una relación amorosa, cuanto más se
ha luchado eminus, más dolorosas serán las consecuencias, ya que resulta más ineficaz el
cuerpo a cuerpo. Al cuerpo a cuerpo pertenecen un apretón de manos, un toquecito en los
pies, algo como un beso dado según las reglas y las recomendaciones de Ovidio, un
abrazo. El que lucha eminus, en general, se preocupa sólo del botín, aunque, si fuera un
artista, sabría utilizar las mismas armas con tal virtuosismo que consiguiera poco más o
menos los mismos fines. Podría posar su mirada en una jovencita con ternura inconstante,
lo que supone tocarla por casualidad; podría con su mirada estrecharla tan fuerte, como si
la tuviese sujeta entre sus brazos. Y por esto, si se tiene que luchar durante mucho tiempo
eminus, un error termina convirtiéndose en una desgracia, pues una batalla así es siempre
y sólo una demostración de fuerzas y no un gozo. Cuando se lucha cominus todo
adquiere, por primera vez, su verdadero significado. Cuando no hay batalla en el amor,
quiere decir que se ha llegado al final. Yo, bien o mal, no he luchado eminus, y por esto
ahora, no al final sino al principio, desenvaino las armas. Es cierto que ella es mía en el
sentido estrictamente jurídico y medio-burgués, pero para mí esto no vale nada; yo tengo
las ideas muy claras. Es verdad que ella es mi novia, pero, si de eso quisiera deducir que
ella me ama, cometería un gran error, pues ella sobre todo no ama. Ella me posee
legítimamente, pero de hecho yo no la poseo, como también podría poseer a una
muchacha sin poseerla legítimamente.
Auf heimlich erröthender Wange
Leuchtet des Herzens Glühen8
8 “En el secreto rubor de la mejilla/ brilla el ardor del corazón."
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Ella se sienta en el diván, junto a la mesita de té, yo en una silla al lado: Esta postura
tiene algo de confidencial, pero también una compostura que mantiene las distancias.
Mucho depende en general de la postura, al menos para quien tiene ojos para ver. El amor
tiene muchas posturas, y ésta es la primera. Todo me embriaga en esta jovencita tan bien
dotada por la naturaleza: sus formas puras y delicadas, su profunda y virginal inocencia,
sus ojos claros. Le saludé al entrar. Ella ha salido al encuentro alegre, como de costumbre,
pero algo rara, quizá insegura; el noviazgo sin duda ha debido cambiar algo nuestras
relaciones. Ella no sabe en qué sentido; me ha dado la mano, pero no con su sonrisa habitual.
Y este saludo yo lo intercambié con un ligero, casi imperceptible roce de mano; fui
dulce y afable, aunque no apasionado... Ella se sienta en el diván, junto a la mesita de té,
yo en una silla al lado. Una transfiguradora solemnidad nos embarga, una dulce aurora.
Ella calla, nada rompe su silencio. Mi vista se arrastra lentamente hacia ella, no deseosa,
pues entonces sería una insolencia. Un delicado y fugaz rubor, como una nube sobre un
campo, se extiende por su rostro, aparece y desaparece. ¿Qué significa este rubor? ¿Es
amor, deseo, esperanza, temor, ya que el rojo es el color del corazón? Nada. Ella se
asombra, se admira..., pero no de mí, sería demasiado poco infundirle estos sentimientos.
Ella se asombra, pero no de sí misma, sino en sí misma, ella se transforma en sí misma.
Tal momento exige tranquilidad, por esto no debe ser interrumpido por ninguna reflexión,
no debe ser turbado por ninguna alarma dictada por la pasión. Es como si yo no estuviese
presente, aunque mi presencia sea condición de ese estupor contemplativo. Mi ser está en
armonía con el suyo. En estos momentos se adora y se idolatra a una jovencita, como a
una divinidad, callando.
¡Qué suerte tener la casa de mi tío! Si quisiera que un joven tomara manía al tabaco,
le llevaría a uno de esos salones de fumar que hay en Regentsen; si deseo que una
jovencita coja manía al noviazgo, basta que la lleve a esta casa. Así como a una
cooperativa de sastres sólo van los sastres, aquí sólo vienen los novios. Hay una cuadrilla
espantosa, cuando caes por allí, y no voy a reprochar a Cordelia si pronto se aburre.
Cuando nos reunimos en masse, creo que somos unas diez parejas, exceptuando los batallones
de auxiliares, que, en las grandes solemnidades, vienen a la capital. Entonces los
novios gozamos plenamente de las alegrías del noviazgo. Me acerco con Cordelia a la
plaza de las armas para infundirle desagrado por esos enamorados palpamientos, por las
tonterías de estos artesanos del amor. Durante toda la velada se oyen unos ruidos
continuos, como si alguien estuviese cazando moscas: son los besos de los enamorados.
En esta casa se goza una libertina complacencia; no se esconde uno en los rincones -¡no!-
, sino se sienta alrededor de una gran mesa redonda. Simulo tratar a Cordelia de la misma
forma, pero tengo que hacer un gran esfuerzo. Sería realmente repugnante si me
permitiera ultrajar así su profunda femineidad. Me haría a mí mismo, por esta falta, unos
reproches más duros que si la traicionase. En general, puedo garantizar a todas las
jovencitas que se fíen de mí un trato perfectamente estético, aunque después terminen
engañadas. Pero también esto se contempla en mi Estética, ya que o la jovencita engaña
al hombre o el hombre a la jovencita. Resultaría muy interesante hacer una pesquisa
literaria por los cuentos, leyendas, mitos y canciones populares para determinar quién es
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más infiel si una jovencita o un hombre.
No me duele el tiempo que empleo con Cordelia, aunque sea mucho. Cada encuentro
requiere a menudo largos preparativos. Yo vivo con ella la mutación de su amor. Yo
mismo estoy presente casi invisiblemente, aunque de forma visible esté sentado a su lado.
Me comporto con ella como en una baile que deben bailar dos y en realidad baila sólo
uno. Soy el otro bailarín, aunque invisible. Ella se mueve como en sueños, pero hay otro
con el que ella baila, y ese otro, que mientras yo estoy visiblemente presente es invisible
y cuando estoy invisiblemente presente es visible, soy yo. Los movimientos del baile
requieren la presencia de otro; ella se inclina, le tiende la mano, escapa y vuelve a
acercarse. Tomo su mano, completo su pensamiento, que es ya completo en sí mismo.
Ella se mueve en la melodía de su alma, yo ofrezco sólo sus movimientos.
No soy apasionado, que valdría sólo para despertarla de su sueño; soy dúctil,
flexible, impersonal, casi como un estado de ánimo.
¿De qué hablan normalmente los novios? Por lo que sé, las dos partes tratan de
establecer aburridas relaciones entre las respectivas familias. ¡Qué suerte si el ímpetu
erótico desaparece mientras tanto! Si no se entiende que se debe hacer un Absoluto del
Amor, en relación con el cual debe desaparecer el resto, no habría que comprometerse a
amar, aunque uno se case diez veces. Si tengo una tía que se llama Mariana, un tío que se
llama Cristóbal, un padre mayor, etcétera, etcétera, todo esto no tiene nada que ver con
los misterios del amor. Hasta nuestra vida pasada no cuenta nada. Y una joven, sobre el
particular, no tiene mucho que decir; en caso contrario, vale la pena escucharla, no
amarla. Yo personalmente no busco historias, ya tengo bastantes, busco lo inmediato. Es
ley eterna del amor que las criaturas nacen la una para la otra sólo en el primer instante de
amor.
Es necesario inspirarle algo de confianza, o mejor, alejarle las dudas. En realidad, no
pertenezco al grupo de amantes que se aman por estima recíproca, se casan por estima
recíproca, tienen hijos por estima recíproca; pero sé muy bien que el amor, sobre todo
hasta que no se suscita la pasión, exige en el que es objeto del mismo que no empuje la
estética contra la moral. En este sentido el amor tiene su dialéctica. Aunque mi modo de
proceder con Eduardo es, desde el punto de vista moral, mucho más criticable que mi
actitud con la tía, me resultaría más fácil justificar a Cordelia esto que aquello. Es verdad
que ella no me lo ha preguntado, pero he pensado que sería mejor explicarle qué
necesidad me empujó a obrar así. La cautela en la que me refugio halagará su orgullo, y
el secretismo con el que me muevo llamará su atención. Podría parecer que haciendo esto
traiciono una gran experiencia erótica, poniéndome en contradicción conmigo mismo,
como si estuviera obligado a confesar que jamás antes he amado. Pero no tiene
importancia, no tengo miedo de las contradicciones, a condición de que ella no se dé
cuenta y yo consiga mi fin. Dejemos que los grandes polemistas se enorgullezcan de
cómo salir de todas las contradicciones. La vida de una jovencita es demasiado rica para
que no haya contradicciones en la misma, o sea, hace necesaria la contradicción.
Ella es arrogante y, a la vez, no tiene una idea exacta de su erotismo. Mientras tanto,
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hasta cierto punto por una especial atención, parecería incluso probable que, una vez que
lo erótico empiece a mostrar su valor, ella pueda tener la intención de descargar contra mí
su arrogancia. De lo que he podido captar ella está insegura sobre el verdadero significado
de la femineidad. Por esto resultó fácil soliviantar su orgullo contra Eduardo.
Este orgullo era excéntrico, pues ella no tenía ni idea del amor. Cuando lo tenga,
adquirirá su arrogancia; pero se le podrá aplicar un resto de esa excentricidad. Podría
suceder que entonces ella se vuelva contra mí. Aunque no se arrepienta de haber dado su
consentimiento al noviazgo, posiblemente vea que yo lo he aceptado como un asunto
mediocre, vea que por su parte no ha dado un primer paso. Cuando se dé cuenta, intentará
atacarme. Y tiene que ser así. Entonces habré acertado en la profundidad de su
persuasión.
Perfectamente. Desde la calle, de lejos, veo la graciosa y rizada cabecita que se
asoma a la ventana. Hace tres días que la estoy observando... Una jovencita no se asoma a
la ventana sin un fin, ella tendrá sus razones... ¡Os ruego, por amor del cielo, que no os
asoméis tanto! Por vuestra postura, apuesto que estáis encima de una silla. Pensad qué
horror si os caéis encima de la cabeza, no encima de la mía, no, pues estoy bien lejos,
sino encima de él, él, porque tiene que haber un él... Pero, ¿qué veo? A lo lejos, por el
centro de la calle, viene el pastor Hansen, mi amigo. Hay algo raro en su caminar, se
mueve de una forma extraña, veo que viene sobre las alas del deseo. ¿Lo vais a recibir en
vuestra casa, a mis espaldas?... Querida señorita, habéis desaparecido; pienso que habéis
bajado a abrir la puerta para recibirlo... Pero volved, él no va a vuestra casa... ¿Cómo
puedo afirmarlo? Puedo aseguraras... él mismo me lo ha dicho. Si ese carruaje que ha
pasado no hubiese hecho un ruido tan ensordecedor, lo habrías podido oír. Le dije, casi en
passant: ¿Vas allí? Y me contestó con una sola palabra: No... O sea, que le podéis decir
adiós, pues ahora el pastor y yo iremos de paseo juntos. Él está en una situación
embarazosa, y la gente así suele ser muy locuaz. Ahora hablaré con él del cargo de pastor
al que aspira... Adiós, querida señorita; vamos a dar un paseo hasta la Aduana. Cuando
hayamos llegado allí, le diré: Ha sido muy inoportuno por tu parte alejarme de mi
camino; yo tengo que ir hacia la Oestergade... Ya estamos de vuelta. ¡Qué fidelidad! Ella
está aún en la ventana. Una jovencita como ella debe hacer feliz a un hombre... ¿Os
preguntáis por qué hago todo esto? ¿Soy tal vez un hombre despreciable, cuyo placer
consiste en reírse de los demás? Nada de eso. Lo hago en atención a vos, amable señorita.
En primer lugar: habéis esperado al pastor, lo habéis deseado ardientemente, así que os
parecerá doblemente adorable ahora que vuelve. En segundo lugar: una vez que el pastor
haya cruzado la puerta, dirá: »¡Casi nos traicionamos! Si ese maldito no hubiera estado
cerca de la puerta, habría venido mucho antes a haceros una visita. Pero he sido prudente,
me puse a hablar un buen rato sobre el cargo al que aspiro, de arriba abajo, hasta llevarlo
a la Aduana. Juraría que no se ha dado cuenta de nada». ¿Y con esto? Con esto amaréis a
vuestro pastor mucho más que antes, ya que siempre le habéis atribuido un ingenio notable,
pero que también era prudente... Bien, pues ya lo veis. Y me tendríais que dar las
gracias a mí de esto... Me acuerdo de una cosa. Su noviazgo no ha debido ser anunciado
oficialmente, ya que me habría enterado. La jovencita es guapa y atractiva, pero es joven.
Quizá no está aún intelectualmente madura. No sería de extrañar que se disponga a dar un
paso tan importante de forma irreflexiva. Hay que impedirlo, tengo que hablar con ella.
Es una obligación que tengo con ella, porque es una jovencita muy amable. Es una obliLibrodot
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gación que tengo con el pastor, porque es mi amigo; así como también mi obligación con
ella, porque es la prometida de mi amigo. Es mi obligación con la familia, porque es una
familia muy respetable. Es mi obligación con toda la humanidad, ya que se trata de una
buena obra. ¡Toda la humanidad! Pensamiento digno, noble intención, obrar en nombre
de toda la humanidad, poseer un poder tan amplio... ¡Y ahora a casa de Cordelia! Puedo
siempre apoyarme en este estado de ánimo, ya que la dulce pasión de la jovencita me ha
conmovido.
Ahora empieza la primera guerra con Cordelia, durante la cual yo huyo, y, cuando
me persiga, le enseñaré a vivir. Yo me retiro huyendo, ofreciéndole con este movimiento
hacia atrás la posibilidad de agarrar todas las potencias del amor, sus pensamientos, sus
pasiones, qué anhela el fogoso y cuál es la esperanza y sus impacientes esperas. Mientras
yo finjo de esta forma ante ella, todo se desarrolla en ella como consecuencia. La empujo
a una marcha triunfal, y yo mismo canto con ditirambos sus victorias y, al mismo tiempo,
le enseño el camino. Ella tendrá el coraje de creer en el amor y en su eterna potencia y, al
ver mis movimientos, se percatará del dominio del amor sobre ella. Ella creerá en mí, en
parte porque yo atesoro mi arte, en parte porque la verdad inspira siempre todas mis
acciones. Si no fuera así, ella no creería en mí. Con cada movimiento mío crecerá cada
vez más su fuerza: el amor se despertará en su alma y quedará consagrada como mujer...
Hasta ahora yo no he cortejado a Cordelia, como burguésmente se dice; lo hago ahora
haciéndola libre, pues sólo así quiero amarla. Ella no debe sospechar sentirse obligada,
pues así adquiere confianza en sí misma. Y cuando se sienta libre, tan libre que esté
tentada en romper nuestra relación, habrá comenzado la segunda batalla. Entonces ella
tendrá fuerza y pasión, y la batalla adquirirá importancia para mí, a pesar de las
consecuencias inmediatas. ¿El orgullo le producirá tales vértigos que quiera romper
nuestra relación? Pues bien, que se tome su libertad. Sin embargo me pertenecerá siempre
a mí. Es una estupidez que el noviazgo la ate a mí, sólo quiero poseerla en la libertad.
Pues que me abandone, la segunda batalla va a empezar, y en esta segunda batalla
venceré yo, así como fue una ilusión que ella haya vencido en la primera. Cuanto más
aumenta su fuerza más crece mi interés. La primera es una guerra de liberación, es una
mentira; la segunda es una guerra de conquista, y es guerra a vida o a muerte.
¿Amo a Cordelia? ¡Sí! ¿Con toda sinceridad? ¡Sí! ¿Lealmente? Sí, en sentido
estético, y esto quiere decir algo. ¿Qué satisfacción habría conseguido esta jovencita en
caso de caer en brazos de un marido fiel? ¿Qué habría sido de ella? Nada. Se dice que en
el mundo se necesita algo más que lealtad para vivir; yo diría que se necesita algo más
que lealtad para amar a esa jovencita. Ese algo más lo tengo yo: es la falsedad. Y sin
embargo yo la amo lealmente. Con seriedad y moderación me vigilo para que todo lo que
hay en ella, toda su rica y divina naturaleza pueda salir a la luz. Yo soy uno de los pocos
que puede conseguirlo; ella es una de las pocas que se lo merece. ¿No estamos, por esto
mismo, hechos el uno para la otra?
¿Es culpa mía que, en lugar de mirar al pastor, mi vista se fije en el pañuelo bordado
que tenéis en la mano? ¿Y es culpa vuestra tenerlo así?... En una esquina está bordado un
nombre... ¿Os llamáis Carlota Hahn? Es muy excitante llegar a conocer de forma tan
casual el nombre de una dama. Podría parecer que un espíritu amable haya sido el que
misteriosamente me hizo conoceros... ¿O no es una casualidad que el pañuelo estuviera
doblado así para que yo pudiera leer el nombre?... Estáis conmovida, os secáis una
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lágrima... El pañuelo se ha caído, abandonado. Os molesta que yo os mire a vos y no al
pastor. Miráis el pañuelo y os dais cuenta de que ha traicionado vuestro nombre... Pero es
un hecho absolutamente inocente, pues se admite que se puede conocer el nombre de una
jovencita... ¿Por qué tiene que pagar el pañuelo las consecuencias, por qué tiene que ser
enrebujado? ¿Por qué montáis en cólera conmigo? Oíd lo que dice el pastor: "No se debe
inducir al prójimo a la tentación. Incluso quien lo hace sin ser consciente es también
responsable, también él está en pecado con los demás, y sólo puede pagarlo acrecentando
su buena voluntad..." Ahora él ha dicho Amen, y fuera de la iglesia podríais desplegar el
pañuelo al viento... ¿u os angustiáis por mí? ¿He sido más osado de cuanto podáis
perdonar, más de cuanto osaríais pensar... para luego perdonar?
Respecto a Cordelia tengo que desarrollar un doble movimiento. Si sigo huyendo
ante su superioridad, podría darse el caso de que se disuelva lo erótico en ella y se extienda
demasiado, para que se pueda hipostasiar una femineidad más profunda. Entonces
ella, una vez iniciada la segunda guerra, ya no estaría en grado de oponer resistencia. Ella
se duerme en los laureles, y es conveniente que lo haga; pero, por otra parte, es
conveniente que se la despierte continuamente. En el mismo instante en que parezca que
se le escapa la victoria se agarrará a ella con fuerza. En esta lucha va madurando su
femineidad. No podría servirme de las palabras para infamarla, ni de las cartas para
congelarla, ni hacer al revés. Sin embargo, prefiero las últimas. Entonces yo gozaré de
sus instantes más maravillosos. Cuando haya recibido una epístola, cuando el dulce
veneno de ésta le haya penetrado en la sangre, una palabra será suficiente para que
explote el amor. Un instante después la ironía, como brizna helada, la hará dubitativa,
pero no hasta tal punto que cuando reciba la siguiente epístola no siga sintiendo su
victoria, y la sienta acrecentada. La ironía no se presta muy bien para las cartas, sin que
se corra el peligro de que ella no la entienda. Como tampoco el éxtasis se presta
normalmente a un coloquio. Sólo mi presencia impedirá el éxtasis. Sólo, cuando estoy
presente por carta, ella puede fácilmente soportarme, confundiéndome hasta cierto punto
con el ser universal que vive en su amor. En una carta además se puede tener una mayor
libertad de movimientos, por carta yo puedo echarme a sus pies y cosas así, algo que
resultaría grotesco si lo hiciese en persona, pues se perdería toda la ilusión. La
contradicción de este comportamiento despertará en ella, reforzándolo y consolidándolo,
el amor. En una palabra, la tentará.
En principio estas epístolas no tienen que tener un matiz muy erótico. Es mejor que
éstas, al principio, tengan un marchamo más universal, que contengan una simple insinuación,
que levanten una pequeña duda. En su momento se pueden insinuar las ventajas
que suponen para el noviazgo poder con mistificaciones, tener a la gente a raya. Por otra
parte, no le faltarán ocasiones para darse cuenta de las imperfecciones que también
supone. Sobre este particular, la casa de mi tío ofrece un óptimo cuadro caricaturesco, del
que me puedo valer. Sin ninguna ayuda, ella no puede evocar la eroticidad íntima. Si yo
se lo niego y dejo que la atormenten los grotescos ejemplos de la casa de mi tío, entonces
sentirá fastidio de ser novia, sin que propiamente pueda decir que yo le sugiero este
fastidio.
Una corta epístola, que hoy le enviaré, describiendo mis estados de ánimo, de hecho
se referirá a sus estados de ánimo. Es el método adecuado, algo que nunca falla. Esto
tengo que agradecéroslo a vosotras, queridas jovencitas, a quienes he amado
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anteriormente. Os estoy agradecido de que mi alma esté tan amaestrada, si puedo ser lo
que deseo a los ojos de Cordelia. Os recuerdo con agradecimiento, os debo este honor.
Yo siempre sostendré que una jovencita es una maestra nata, de la que se aprende al
menos la forma de engañarla, ya que nadie mejor que las mismas jovencitas nos lo
pueden enseñar. Cualquiera sea la edad a que llegue, jamás olvidaré que para un hombre
todo habrá acabado cuando se haya hecho tan viejo que no pueda aprender nada de una
jovencita.
Cordelia mía:
Dices que no me habías imaginado así, tampoco yo había imaginado que hubiera
podido llegar a ser así. ¿Está el cambio en ti -pues en realidad se puede pensar que yo no
he cambiado, sino han cambiado los ojos con que me miras o está el cambio en mí? Está
en mí, porque te amo; está en ti, porque eres tú a la que amo. A la luz fría y tranquila de
la razón, yo miraba todo, arrogante e inmóvil, y nada me producía miedo, no me
extrañaba de nada; aunque a mi puerta hubieran llamado los espíritus, con tranquilidad
habría cogido el candelabro y habría salido a abrir. Pero no quitaré el cerrojo a los
fantasmas, ni a pálidas y exangües sombras, sino a ti, Cordelia mía, Vida y juventud,
Salud y Belleza se para ron delante. Tiembla mi brazo, yo no puedo sostener la luz con
firmeza; huyo ante ti, y no puedo hacer a menos de clavar mi mirada en ti, de no desear
más que poder sostener la luz con firmeza. Estoy cambiado, ¿pero por qué, cómo, en qué
he cambiado? No lo sé, yo no conozco otra definición más precisa que añadir, predicado
más rico que utilizar, mientras repito enigmáticamente y hasta el infinito: estoy
cambiado.
Tu Juan
Cordelia mía:
El amor ama el misterio: un noviazgo es una revelación; el amor ama el silencio: un
noviazgo es un bando; el amor ama el bisbiseo: un noviazgo es una ensordecedora divulgación.
Sin embargo, un noviazgo, con el arte de mi Cordelia, será el medio excelente
para engañar a los enemigos. En una noche oscura, nada es más peligroso para las otras
barcas que poner una linterna, pues engaña aún más que las tinieblas.
Tu Juan
Ella está sentada en el diván, junto a la mesa de té, yo estoy sentado al lado; su brazo
me envuelve, su cabeza, grave por muchos pensamientos, se apoya en mi hombro. Ella
está muy cerca de mí, pero aún lejos; se abandona, pero no me pertenece. Hay aún
resistencia en ella, pero no está reflejada subjetivamente, es la vieja resistencia de la
femineidad; pues efectivamente la esencia de la mujer es un abandono en forma de
resistencia... Ella está sentada en el diván, junto a la mesa de té, yo estoy sentado al lado.
Su corazón palpita, pero sin pasión; su pecho se subleva, pero sin agitarse; de vez en
cuando se le cambia el color, pero con matices muy tenues. ¿Es el amor? Ella escucha y
comprende, escucha la palabra del espíritu y la comprende como si fuera suya; escucha la
voz del espíritu que encuentra eco en ella, y comprende este eco como si fuera la misma
voz que resuena por ella y por otro.
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¿Qué tengo que hacer? ¿Fascinarla? No, nada de eso, ni siquiera sería capaz.
¿Robarle el corazón? No, nada de eso. Prefiero que la jovencita a la que amo conserve su
corazón. ¿Qué hacer, entonces? Plasmar mi corazón igual al suyo. La alegría de un pintor
es pintar a su amada, y la de un escultor, esculpirla. También lo quiero hacer yo, aunque
sea en sentido espiritual. Ella no sabe que yo poseo esa imagen, y en esto está mi engaño.
La he conseguido misteriosamente, y en ese sentido le he robado el corazón. Dicen que
así robó Rebeca el corazón de Labán, sustrayéndole los ídolos9.
El ambiente y los objetos que nos rodean ejercen sobre nosotros un gran influjo.
Algunas particulares se imprimen firme y profundamente en la memoria, o mejor en toda
el alma, y por tanto no se olvidan nunca. Por viejo que pueda llegar a ser me será
imposible imaginar a Cordelia en un ambiente distinto al de esta pequeña habitación.
Cuando me acerco a hacerle una visita, la jovencita normalmente espera que yo haya
cruzado la puerta de la sala; luego ella sale de su habitación y, mientras abro la puerta de
la sala para entrar en el salón, ella abre la otra puerta e inmediatamente, en el umbral, se
encuentran nuestros ojos. La habitación es pequeña, acogedora, un intermedio entre el
salón y el despacho. Me gusta, desde el diván, echar una mirada alrededor, aunque a estas
alturas ya he estudiado todos los ángulos de esa habitación. Ella se sienta a un lado.
Delante de nosotros hay una mesita de té redonda, cubierta con un mantel de bonitos
pliegues. Sobre la mesa hay una lámpara en forma de flor que, frondosa y fuerte, se eleva
para sujetar la corola, de la que cuelga un finísimo velo de papel acolchado, tan fino que
no puede estar sin moverse. La forma de la lámpara me recuerda la vegetación de
Oriente; y los movimientos del velo, las dulces brisas de aquellos países. El suelo está cubierto
con una estera tejida con un tipo de juncos, un trabajo que nos indica su origen
exótico. En algunos momentos yo dejo que la imagen de la lámpara me guíe en mis fantasías.
Estoy echado en el suelo, junto a ella, bajo la flor de la lámpara. Otras veces dejo
que la estera de juncos me traiga la imagen de una barca, de un camarote, y en ese
momento los dos navegamos por el océano inmenso. Y, lejos de la ventana, miramos
directamente el horizonte fabuloso del cielo. También esto crece la ilusión. Cuando me
siento junto a ella, me abandono a todo esto como a una visión que huye, a ras de la
realidad, así como la muerte vuela sobre nuestra tumba... Siempre es importante el
ambiente, sobre todo por los recuerdos. Toda relación amorosa tiene que vivirse de tal
forma que resulte más tarde fácil para nosotros conservar un recuerdo que encierre toda la
belleza. Para que esto tenga lugar fácilmente, conviene poner especial atención en el ambiente.
Y cuando esto no se acomode a nuestro deseo, hay que adaptarlo. Aquel ambiente
se adecúa a Cordelia y a su amor. ¡Qué imagen tan distinta, por el contrario, me aparece
delante cuando pienso en la pequeña Emilia! ¿Y acaso no le convenía también a ella el
ambiente? No sé imaginármela o mejor no sé recordarla nada más que en aquella
habitacioncilla. Las puertas están abiertas, ante la casa un pequeño jardín limitaba la
vista, obligándole a detenerse e impidiéndole seguir por la calle principal, que
desaparecía a lo lejos. Emilia era encantadora, pero más insignificante que Cordelia. Sin
embargo se adaptaba al ambiente. La mirada se fijaba en el suelo, no se dirigía hacia
delante atrevida e impaciente, descansaba en la pequeña pared; aunque la calle principal
9 No fue Rebeca, hermana de Labán, sino Raquel, hija de éste y esposa de Jacob, la que le robó los ídolos
(Gén. 31,19).
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se perdiese románticamente en el horizonte, esto hacía que la mirada recorriese ese corto
tramo de calle que se veía por delante, y luego se volvía para atrás recorriéndolo de
nuevo. La habitación estaba abajo. El ambiente que rodea a Cordelia no debe tener otro
fondo que la infinita audacia del cielo. Ella no se debe quedar en la tierra, sino liberarse
en el aire, no caminar, sino volar, no amiba y abajo, sino eternamente hacia delante.
Cuando uno es novio, se entera de las tonterías de los otros novios. Hace unos días vi
al pastor Hansen con esa amable jovencita, su novia. Me confió que era una criatura
deliciosa, algo que también sabía yo; me confió que era muy joven, algo que también
sabía, y por fin me confió que por esto él la había elegido, precisamente para plasmarla
según el ideal que siempre había tenido. ¡Dios mío, qué pedazo cabeza de teólogo... y una
jovencita fresca, floreciente y llena de vida! Yo no soy un viejo práctico, pero no me
acerco a una chiquilla nada más que como a un Venerabile10 de la naturaleza, y soy el
primero en aprender de ella. Aunque pueda ejercer sobre ella una influencia formativa,
me limito a enseñarle continuamente lo que de ella tuve ocasión de aprender.
Su alma tiene que ser sacudida, empujada en todos los sentidos posibles, y no a
empellones, o a golpes de viento, sino totalmente. Ella tiene que descubrir el infinito, tiene
que experimentar qué es a lo que más tiende el hombre. Y a este descubrimiento ella
debe llegar no por el camino del pensamiento, que para ella supondría perderse, sino con
la fantasía, que es el verdadero medio de comunicación entre ella y yo, pues lo que en el
hombre es parte, en la mujer es todo. Ella no tiene que conquistar el camino hacia el
infinito a través del fatigoso camino del pensamiento, porque la mujer no ha nacido para
la fatiga, sino sólo por el camino de la fantasía y por el camino fácil del corazón. Para una
joven el infinito es tan natural como la idea de que el amor tiene que ser siempre feliz.
Por cualquier parte que mire una jovencita tiene siempre a su alrededor el infinito, y para
superarlo no necesita nada más que un salto, un salto, se tenga bien en cuenta, de mujer y
no de hombre. ¡Qué poco mañosos suelen ser los hombres! Cuando deben saltar, tienen
que coger carrerilla, hacen unos preparativos muy largos, miden a ojo la distancia,
prueban varias veces: luego les entra miedo y vuelven para atrás. Por fin saltan y... se
caen. Una jovencita salta de modo distinto. A menudo se encuentra, en un lugar
montañoso, entre dos peñas que sobresalen. Un profundo abismo las separa, espantoso
mirar hacia abajo. Nadie osa dar ese salto. Una joven, por el contrario, como cuentan los
habitantes de la región, osó hacerlo, y por eso ahora se llama el Salto de la Virgen. Yo lo
creo de buena fe, como creo en todo lo grandioso que se cuenta de una joven, o me embriago
escuchando a los lugareños cuando hablan. Yo creo todo, creo hasta lo increíble y
me quedo sorprendido sólo porque creo que la única persona en el mundo, la primera y
también la última, que me ha sorprendido haya sido una joven. Es verdad que un salto
como éste para una jovencita es sólo un brinco, mientras que para el hombre el salto
siempre es ridículo, ya que, por mucho que extienda la pierna, su esfuerzo es nulo, y poco
indicativo, en relación con el abismo. ¿Quién puede ser tan tonto de imaginar a una
jovencita tomando carrerilla? Se la puede imaginar, más bien, en el acto de saltar, y este
salto es un juego, un gozo, una muestra de encanto, pues la idea de una carrerilla no se
adapta al comportamiento de una mujer. Una carrerilla tiene efectivamente su propia
dialéctica, que va en contra de la naturaleza de la mujer. Y en cuanto al salto, ¿quién sería
10 Es el sacramento de la Eucaristía expuesto a la veneración de los fieles.
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tan ingenuo en este caso de distinguirlo de sus características? El salto de la jovencita es
un liberarse en el aire. Y cuando llega a la otra parte, no está agotada por el esfuerzo, sino
que está más hermosa, más animada que nunca, y nos tira un beso a nosotros, que nos
hemos quedado en la otra orilla. Joven, fresca como una flor apenas cortada entre los
retoños de la montaña, ella se columpia sobre el abismo, que cada vez parece más negro a
nuestros ojos... Lo que ella tiene que aprender es cómo seguir todos los movimientos que
conducen al infinito, a columpiarse, a acunarse en las sensaciones, a confundir Poesía y
Realidad, Verdad y Ficción, a tirarse en el infinito. Cuando se haya acostumbrado a ese
tumulto, yo le añadiré lo erótico y ella entonces será como yo la quiero y la deseo. Mis
prestaciones, mi trabajo habrán terminado, amainaré mis velas y me sentaré a su lado;
zarparemos entonces con sus velas. Y en realidad, cuando esta jovencita esté
eróticamente embriagada, tendré más que suficiente con remar y con moderar la
velocidad, para que nada tenga lugar de forma precipitada y de modo desconsiderado. De
vez en cuando se cose un pequeño rasgón en la vela, y seguimos adelante.
Cordelia desprecia cada vez más la casa de mi tío. Varias veces me ha propuesto no
volver más, pero no le ha valido de nada, yo encuentro siempre pretextos. Ayer por la
noche, cuando nos fuimos de allí, me agarró la mano con insólita pasión. Probablemente
en esa casa ha tenido que sufrir mucho; no hay que extrañarse. Si no me divirtiera
mirando a todas esas artificiosas afectaciones, incluso para mí sería imposible aguantar.
Esta mañana he recibido una carta en la que, con una sutileza superior a la que podía
suponer en ella, se burla de los novios. He besado la carta, es la más querida entre las que
he recibido. ¡Muy bien, Cordelia mía, es lo que deseo!
Hay, y es un hecho poco común, en la Oestergade, dos confiterías una frente a otra.
En la primera, a la izquierda, hay una doncella o señorita. Por regla general, está escondida
tras la cortina que tapa la ventana junto a la cual está sentada. La cortina es de tela
muy fina, y quien conoce a la jovencita o la ha visto más veces, si tiene buena vista, fácilmente
está en grado de reconocer de vez en cuando su rostro; pero para quien no la
conoce o no tiene buena vista le parecerá una sombra oscura. Esto último, en cierto
sentido, es mi caso; mientras que un joven oficial, que todos los días a mediodía en punto
se da una vuelta por esos parajes y apunta sus ojos hacia esa cortina, pertenece al
primero. En realidad me atrajeron la atención unas maniobras telegráficas de esa cortina.
No hay cortinas en las otras ventanas, así que una cortina solitaria, que cubre un cristal,
significa que detrás de ella constantemente hay alguien sentado. Una mañana yo me
encontraba cerca del escaparate de la otra confitería. El reloj marcaba las doce. Sin
fijarme en los transeúntes, me puse a observar la cortina, cuando de repente la oscura
figura tras ella empezó a moverse. Una cabeza de mujer se mostró de perfil a través del
cristal de al lado, vuelta y mirando hacia donde indicaba la cortina. Luego la dueña de esa
cabeza hizo una indicación muy cortés y desapareció de nuevo tras la cortina. En primer
lugar, yo deduje que la persona que ella saludaba era del sexo masculino, pues su
turbación traslucía demasiada pasión para que fuera causada por haber visto a una amiga;
en segundo lugar, deduje que aquél a quién dirigió el saludo viniese a menudo por allí. Y
ella había encontrado un lugar adecuado para poderlo ver aparecer desde lejos, como
también para saludarlo, aunque escondida tras la cortina... Bien, a las doce en punto llega
el héroe de esta escenita de amor, nuestro querido teniente. Yo estoy sentado en la
segunda confitería y la jovencita se encuentra en la primera. El teniente ya le ha echado el
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ojo. Pero ahora estáte atento, querido amigo, no es tan fácil devolver un saludo a la
primera tienda. Además, él no es antipático. Bien parecido, alto y elegante, nariz aguileña,
cabello negro, un sombrero con borlas que le cae muy bien. Está un poco tenso, las
rodillas empiezan poco a poco a hacer ruido, y las piernas parece que se alargan. Es una
impresión semejante a la que se siente cuando a uno le duelen las muelas y le parece que
se han hecho más largas en la boca. Pero, si concentra todas las fuerzas en los músculos
de su mirada para dirigirla en dirección a la primera tienda, fácilmente se sacan nuevas
energías de las piernas. Perdonad, señor teniente, si me paro con la mirada en vuestro
éxtasis. Sé bien que es una presunción. No es nada educada esta mirada, más bien
maleducada, pero es muy excitante. Está claro que todas estas excitaciones se le suben a
la cabeza, se tambalea, diciéndolo con las palabras del poeta: vaciló y se cayó. Es cruel, y
si tengo que decir lo que pienso: no debería haber sucedido. Él no se lo merece. Es
deplorable, pues, si se quiere, es de caballero impresionar a las señoras, pero nunca hay
que caerse al suelo. Si se quiere ser caballero hay que tener en cuenta estas cosas. Si, por
el contrario, se quiere uno mostrar como un genio, todo es indiferente; se mete uno en sí
mismo y al mismo tiempo uno se cae; entonces hay que caerse, ya que nada de esto sorprenderá...
¿Qué impresión ha podido causar este incidente en la señorita? Es una
desgracia que yo no pueda encontrarme a la vez en las dos orillas de este estrecho de los
Dardanelos. Es verdad que podría apostar a la otra orilla a un conocido mío, pero en parte
porque deseo hacer por mí mismo mis observaciones, en parte porque no sé qué podría
sacar de provecho para mí de esta historia, y en este caso no es bueno tener un cómplice,
pues entonces hay que perder un montón de tiempo para taparle la boca o para hacerlo
entrar en razón... Empiezo a cansarme de mi teniente. Día tras día hace su aparición
vestido de gala. Es una constante espantosa. ¿Se adecúa esto a un soldado? Señor, ¿no
lleváis la espada al costado? ¿No tendríais que asaltar la roca y coger a la jovencita por la
fuerza? Si hubieseis sido un hombre de estudios, un doctorcillo, un capellán, otro gallo
cantaría. A pesar de todo os perdono, considerando que cuanto más veo a la jovencita
más me gusta. Es encantadora, y sus ojos negros están llenos de picardía. Mientras espera
vuestra llegada su rostro resplandece con una belleza aún más sublime, que le embellece
inefablemente. De esto deduzco que tiene que tener mucha fantasía, y la fantasía es el
afeite natural del bello sexo.
Cordelia mía:
¿Qué es la aflicción? En lengua y poesía rima con pasión. ¡Qué absurdo! ¡Como si se
apenara sólo quien está en prisión! ¡Como si no se apenaran también los que son libres!
¡Si yo fuera libre, cuánta aflicción! Y, por otra parte, yo soy libre, libre como un pájaro,
¡pero cuánto me apeno míseramente! Yo te anhelo cuando voy a tu casa, te anhelo
cuando te dejo, e incluso cuando me siento junto a ti te anhelo ardientemente. ¿Se puede
anhelar algo que se posee? Sí, si se piensa que un instante después ya no se posee. Mi
aflicción es una eterna impaciencia. Sólo si hubiera vivido toda la eternidad y estuviese
convencido de que me perteneces en cada instante, sólo entonces volvería de nuevo a ti y
contigo volvería a vivir todas las eternidades, no teniendo la paciencia suficiente para
vivir separado de ti ni un instante sin sentir aflicción, sino la seguridad suficiente para
sentarme a tu lado tranquilo.
Tu Juan
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Cordelia mía:
Se ha parado un pequeño carruaje ante la puerta, para mí más grande que todo el
mundo, aunque apenas sea suficiente para nosotros dos. Hay enganchados un par de
caballos, tan salvajes e indomables como las fuerzas de la naturaleza, tan impacientes
como mis pasiones, tan impetuosos como mis pensamientos. Basta que tú quieras, y yo te
llevaré lejos, ¡Cordelia mía! Tus órdenes serán la señal para que tire de las bridas y dé
paso al deseo de la fuga. Yo te llevo lejos, pero no lejos de unos hombres para llevarte a
otros, sino lejos del mundo... Los caballos se encabritan. El carro se levanta, los caballos
corren por encima de nuestra cabeza. Vamos al cielo atravesando las nubes. ¡Y este
silbido! ¿Es el mundo que se remolina a nuestro alrededor o es nuestro vuelo atrevido?
¿Sufres, querida Cordelia, vértigo? Agárrate a mí, yo no sufro vértigo. Nunca, en sentido
espiritual, sufre uno vértigo cuando el objeto de nuestros pensamiento es único, y yo
pienso sólo en ti..., nunca, en sentido físico, sufre uno vértigo cuando fija la mirada
únicamente en un objeto, y yo te miro sólo a ti. ¡Agárrate muy fuerte! Si el mundo se
desmorona, si nuestro ligero carruaje desaparece ante nosotros, quedemos abrazados,
suspendidos en celestial armonía.
Tu Juan
¡Es demasiado! Mi criado ha estado esperando seis horas, otras dos esperé yo, con
viento y lluvia, sólo para espiar a esa querida jovencita, Carlota Hahn. Todos los miércoles
acostumbra, entre las dos y las cinco, ir de prisa a hacer una visita a su vieja tía. ¡Y
hoy no viene, hoy que tenía muchas ganas de verla! ¿Por qué? Ella me pone en un estado
de ánimo muy particular. La saludo, y ella se inclina de forma completamente terrenal,
aunque resulte a la vez muy celestial. Da la impresión de que se va a detener, de que se va
a caer de un momento a otro, pero echa una mirada como si fuera a levantarse hacia el
cielo. Cuando la miro, mi ánimo se convierte a la vez en anhelante y serio. Por otra parte,
la jovencita no me interesa, sólo deseo ese saludo, nada más, aunque quisiera darme otra
cosa. Su saludo me pone en ese estado de ánimo del que soy pródigo con Cordelia... Y
por esto espero que ella pase junto a mí. No sólo en las ficciones, sino también en la
realidad, es difícil ponerse al acecho de una jovencita, habría que tener tantos ojos como
dedos. Había una ninfa, Cardea, que se regodeaba burlándose de los hombres. Vivía en
los bosques y atraía a sus amantes entre los árboles más frondosos y desaparecía. Quiso
tomar el pelo a Jano, pero Jano se burló de ella, ya que él tenía ojos también en la nuca.
Mis cartas no fallan su objetivo. Ellas dan un desarrollo espiritual, y a veces hasta
erótico. Para este objetivo no hay que enviar cartas, sino notas. Cuanto más contenido
erótico aparece más cortas tienen que ser, tocando cada vez con mayor seguridad los
puntos eróticos. La ironía, para que no resulte sentimental y tierna, endurece los
sentimientos, pero al mismo tiempo está ávida de ese alimento que le resulta tan querido.
Las notas dejan presentir de lejos y vagamente lo que interesa. En el instante en que este
presentimiento se cuele en su alma se corta la correspondencia. Con este contraste el
presentimiento toma forma en su alma como si fuese un pensamiento suyo, un impulso de
su corazón. Y esto es lo que quiero.
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Cordelia mía:
En un lugar de esta ciudad vive una pequeña familia, compuesta por una viuda y tres
hijas. Dos de ellas acuden al Palacio Real para aprender cocina. Estamos a comienzos del
verano, alrededor de las cinco de la tarde; se abre lentamente la puerta de la salita y una
mirada atenta mira alrededor. No hay nadie, sólo una jovencita sentada al piano. La
puerta queda entreabierta para poder escuchar sin ser visto. La que toca no es una artista,
pues, en tal caso, habría mantenido la puerta cerrada. Ella está tocando un aria sueca, que
trata de la breve duración de la juventud y de la belleza. Las palabras de la canción
desmienten la juventud y la belleza de la jovencita, la juventud y la belleza de la jovencita
desmienten las palabras de la canción. ¿Quién tiene razón: la jovencita o la canción? Las
notas suenan tranquilas y melancólicas, como si la tristeza fuese el compromiso que
hubiera desencadenado esta disputa... ¡Se equivoca esta tristeza! ¿Qué relación hay entre
la juventud y esas consideraciones? ¿Qué tienen en común la noche y el día? El toque de
los dedos es tímido y suave, los suspiros del piano se elevan confusos e inarmónicos entre
ellos... ¿Cuánto tiene que alejarse en el tiempo un acontecimiento para recordarlo, para
que la nostalgia del recuerdo ya no pueda confundirlo? Sobre este particular, la mayoría
de los hombres tiene un límite: lo demasiado cerca en el tiempo no pueden recordarlo, y
lo demasiado alejado, tampoco. Yo no tengo límites. Lo que he vivido ayer, aunque
volviese mil años para atrás, lo recordaría como si lo hubiera vivido ayer.
Tu Juan
Cordelia mía:
Mi confidente, tengo que confiarte un secreto. ¿A quién otro podría confiarlo? ¿Al
eco? Lo traicionaría. ¿A las estrellas?
Son frías. ¿A los hombres? No lo entienden. Tan sólo a ti te lo puedo confiar, pues
sabes conservarlo. Hay una jovencita más hermosa que el sueño de mi alma, más pura
que la luz del sol, más profunda que las fuentes del mar, más noble que el vuelo del
águila... hay una jovencita, inclina la cabeza y acerca tu oído a mi voz, para que mi
secreto pueda entrar dentro furtivamente... yo la amo a esta jovencita más que a mi vida,
pues ella es mi vida; más que todos mis deseos, pues ella es mi único deseo; más que
todos mis pensamientos, pues ella es mi único pensamiento; más ardientemente que el sol
ama la flor, más íntimamente que el dolor ama la discreción de los sentimientos
ofendidos, más apasionadamente que la arena inflamada del desierto ama la lluvia; yo la
acuno con mayor ternura que el ojo de la madre al hijo, más fervientemente que el alma
suplicante a Dios, más inseparablemente que la planta a su raíz... Tu cabeza se toma
grave y pensativa, se inclina sobre el pecho, y los senos se levantan para ir en su ayuda...
¡Cordelia mía, tú me has entendido, me has entendido exactamente, perfectamente, no se
te ha pasado ningún punto por alto! ¿Acaso debería tender el puente de mi oído para que
tu voz me lo asegure? ¿Podría dudar? ¿Guardarás este secreto? ¿Puedo fiarme de ti? Se
cuenta de hombres que, con ocasión de tremendos crímenes, se prometieron
recíprocamente un cómplice silencio. Te he confiado un secreto que es toda mi vida y el
fin de mi vida; ¿no tienes tú nada que confiarme, que sea tan significativo, tan bonito, tan
casto, que las fuerzas sobrenaturales se desencadenarían si fuera desvelado?
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Tu Juan
Cordelia mía:
El cielo está cubierto de nubes: oscuras nubes de lluvia arrugan su apasionado rostro
como negras cejas; los árboles del bosque se agitan, movidos por inquietos sueños. Te
han raptado al bosque. Detrás de cada árbol descubro un ser femenino que se parece a ti,
me acerco, y él desaparece detrás del árbol siguiente. ¿No quieres mostrarte, venir cerca?
Todo se confunde alrededor, cada parte del bosque pierde sus nítidos límites, veo todo
como en un mar de niebla, y por todas partes seres femeninos, parecidos a ti, aparecen y
más tarde desaparecen. Pero no te veo a ti. Tú te mueves en las ondas de la intuición,
aunque cualquier parecido contigo basta para hacerme feliz. ¿De qué depende que tu ser
sea una rica unidad o el mío una pobre multiplicidad? ¿Amarte no es como amar a un
mundo?
Tu Juan
Sería muy interesante poder reproducir con suficiente exactitud los discursos que
intercambio con Cordelia. Sin embargo, comprendo perfectamente que es imposible,
pues, aunque consiguiese recordar todas las palabras intercambiadas entre nosotros,
quedaría luego la dificultad de cohesionarlas, que constituye la auténtica alma del discurso,
los sorprendentes desahogos y la pasionalidad, que son los principios vitales de una
conversación. Naturalmente yo no acostumbro a prepararme, cosa que también choca
contra la verdadera naturaleza de la conversación erótica. Tengo siempre in mente sólo el
contenido de mis cartas, y siempre delante de los ojos el estado de ánimo que éstas
consiguieron suscitar en ella. Naturalmente no se me ocurre preguntarle si ha leído mis
cartas. Lo puedo deducir con facilidad, pero nunca hago una alusión directa, aunque
mantenga en mis conversaciones una secreta referencia a ellas, en parte para grabar más
profundamente en su alma una u otra impresión, y en parte para dejarle esa impresión o
dejarle en la incertidumbre.
Ha tenido y está teniendo lugar en ella un cambio. Si tuviera que definir su estado de
ánimo en este momento, diría que se trata de audacia panteísta. Su mirada claramente la
traiciona. Es atrevida, casi descarada en sus esperanzas, como si a cada instante exigiera,
y lo consiguiera, descubrir lo extraordinario. Como el ojo mira más allá de sí mismo, así
esta mirada suya ve más allá de lo que se le aparece inmediatamente delante, y descubre
lo maravilloso. Es atrevida, casi descarada en su esperanza, pero no se fía de sí misma, es
algo que sueña e implora, nada altanera ni arrogante. Ella busca lo maravilloso fuera de sí
misma, y casi suplica que esto se muestre, como si no estuviese en su poder evocarlo. Es
necesario impedir esto, de lo contrario pronto le tomaré ventaja. Ayer me dijo que en mi
ser había algo de regio. Quizá quería inclinarse ante mí, y esto es inadmisible. Es verdad,
querida Cordelia, que hay algo de regio en mi ser, pero ni sospechas sobre qué reino yo
impero. Yo reino sobre una tempestad de sensaciones. Como Eolo, las he encerrado en la
montaña de mi personalidad y permito que se vayan desencadenando una a una. Las
adulaciones le darán confianza y la diferencia entre lo mío y lo tuyo se hará evidente. Se
necesita mucha cautela para adular. Quizá hay que ponerse muy alto, de forma que
»quede un lugar todavía más alto; o quizá hay que ponerse muy bajo. Se debe recurrir al
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primer caso cuando nos dirijamos a lo espiritual, y al segundo cuando nos dirijamos a lo
erótico... ¿Me debe ella algo? Nada. ¿Podría desearlo? No. Yo soy demasiado buen
conocedor, tengo demasiada experiencia del erotismo para pararme en estas tonterías. Si
me tuviese que suceder, emplearía todas mis fuerzas para inducirle a olvidarlo y para
sosegar mi pensamiento. Cada jovencita, frente al laberinto de su corazón, es una
Ariadna: tiene el hilo para encontrar la salida, pero lo tiene de forma que ella no sabe
utilizarlo.
Cordelia mía:
Habla, yo obedeceré. Tus deseos son órdenes; tu plegaria es un poderoso exorcismo,
el más mínimo deseo es para mí un beneficio, pues yo no te obedezco como un espíritu
servil, cono si te tolerase. En el mismo instante en que tú ordenas, tu voluntad cobra vida,
y con ella también yo. Pues yo soy un desorden del alma, que sólo espera una palabra de
ti.
Tu Juan
Cordelia mía:
Tú sabes que me gusta mucho hablar conmigo mismo. En mí he encontrado a la
persona más interesante entre mis conocidos. A veces temí que me faltaran argumentos
para estos coloquios, pero ya no existe ese temor, ahora te tengo a ti. Desde ahora en
adelante, hasta la eternidad, yo hablaré de ti conmigo mismo, del argumento más
interesante con el hombre más interesante... ¡Ay de mí! Yo soy sólo un hombre interesante,
pero tú eres el argumento más interesante.
Tu Juan
Cordelia mía:
Tú crees que hace muy poco tiempo que te amo, tú crees que casi hay que tener
miedo de que yo haya amado antes. Hay manuscritos en los que el ojo afortunado
inmediatamente descubre un escrito anterior, que con el pasar del tiempo ha sido tachado,
y se han escrito encima insignificantes tonterías. Con sustancias ácidas se elimina lo que
se ha escrito encima, y así aparece, claro y evidente, lo anterior. De esta manera tu ojo me
ha enseñado a encontrarme a mí mismo, yo dejo que el olvido corroa todo lo que no tiene
que ver contigo; y así descubro un antiguo y aún reciente escrito divino, o sea descubro
que mi amor por ti es tan antiguo como yo mismo.
Tu Juan
Cordelia mía:
¿Cómo puede subsistir un reino que está en guerra consigo mismo, cómo puedo
subsistir yo, si lucho contra m? ¿Y por qué motivo? Por ti, para encontrar, si es posible, la
tranquilidad pensando que yo estoy enamorado de ti. Pero ¿cómo encontraré esta paz?
Una de las fuerzas en lucha convencerá siempre a la otra de estar profunda e íntimamente
enamorada; un instante después será la otra la que le convenza. Y esto no me afligiría
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demasiado, si la lucha no tuviese lugar en mi interior. Si alguien osase estar enamorado
de ti, u asase no estarlo, el delito seria igualmente grave. Sin embargo, esta lucha en mi
interior me consume, da unidad a la duplicidad de la pasión.
Tu Juan
Ocúltate, mi pequeña pescadora, ocúltate entre los árboles, levanta tu carga. ¡Qué
hermosa eres cuando te agachas, en ese momento tú te agachas con un encanto espontáneo
bajo las ramas recogidas...! ¡Esa figura tan elegante obligada a llevar esa carga!
Como una danzarina, revelas la belleza de las formas: cintura fina, abundante pecho, alta,
lo tendría que admitir hasta un sargento cocina. Tú crees que es algo sin importancia,
piensas que las grandes damas son mucho más guapas. ¡Querida pequeña, no sabes la
falsedad que hay en el mundo! Sigue, con tu carga, por ese camino de ese bosque
maravilloso que probablemente se extiende por millas y millas hasta llegar a aquellas
montañas azules. Tal vez no eres una pescadora, sino una princesa víctima del hechizo, y
eres esclava de un mago tan perverso que te manda al bosque a recoger leña. Así pasa en
los cuentos. ¿Por qué te metes más dentro en el bosque? Si en realidad fueses una
pescadora, deberías, para volver a tu cabaña con la leña, pasar delante de mí, que estoy al
otro lado del camino. Sigue el sendero que serpentea caprichoso entre los árboles, mi
mirada no te pierde de vista; vuélvete a mirarme, mi mirada te sigue; no me puedes
mover de aquí, ni siquiera el ardiente deseo me saca de aquí, yo sigo tranquilo a la orilla
del camino y fumo mi puro... Otra vez... quizá... Tu mirada resulta maliciosa, cuando
vuelves para atrás la cabeza de ese modo, tu paso ligero es atractivo... Sé, intuyo dónde
lleva ese camino: a la soledad del bosque, al murmullo de los árboles, al vago silencio. El
cielo te acompaña, se esconde entre las nubes y oscurece el fondo del bosque, parece que
baja una cortina delante de nosotros... ¡Adiós, bella pescadora, vive feliz! Gracias por tu
dulzura, ha sido un momento bellísimo, una sensación bellísima, aunque no ha sido
suficiente para hacerme mover de la orilla del camino, sí ha sido rica en íntimas
emociones. Adiós, mi bella pescadora, adiós; te agradezco infinitamente tu amabilidad y
ese momento de dulce sensación que me has proporcionado, que, si no basta para que me
levante del borde del camino, me ha conmovido muy íntimamente.
Cuando Jacob acordó con Labán la recompensa por sus servicios, establecieron que
Jacob habría apacentado las ovejas blancas y, como precio por su trabajo, habría cogido
para sí todas aquellas manchadas que hubieran nacido en el rebaño del otro, luego plantó
las varas en los abrevaderos y se puso a mirar las ovejas... así, me coloque donde me
coloque, la mirada de Cordelia siempre me descubre. Ella tiene la impresión de que esto
se debe a mera diligencia de su parte, pero por mi parte sé que su alma no tiene interés
por ninguna otra cosa y que dentro de ella se desarrolla una concupiscencia espiritual, por
lo que me ve en cualquier parte.
Cordelia mía:
¡Si pudiese olvidarte! ¿Mi amor es tal vez obra de la memoria? Aunque el tiempo
borrase todo lo que está escrito en sus páginas, perdiéndose hasta el recuerdo, mi lazo
contigo permanecería tan vivo y no te podría olvidar. ¡Si pudiese olvidarte! ¿Para qué
serviría el recuerdo? Me he olvidado de mí mismo para acordarme de ti. Si te olvidara,
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terminaría recordándome a mí mismo, y, al recordarme a mí mismo volvería a recordarte
a ti. ¡Si pudiese olvidarte! ¿Qué pasaría? La antigüedad nos ha dejado una imagen que
representa a Ariadna. Ella se levanta de su yacija para seguir ansiosa con la mirada una
nave, que desaparece rápidamente con las velas desplegadas. Junto a ella Amor, con un
arco sin cuerda, se limpia los ojos. Detrás de él hay una alada figura femenina con el
yelmo en la cabeza. Por lo general, se piensa que esta figura es Némesis. Imaginaos este
cuadro, imagináoslo algo cambiado. Amor no llora y su arco tiene cuerda -¿o acaso tú serías
menos bella y triunfadora, porque yo hubiese enloquecido?- Amor sonríe y tensa el
arco. Némesis no se queda ociosa a su lado, y también tensa el arco. En el otro cuadro, en
la nave se ve la figura de un hombre atareado. Se supone que es Teseo. No así en el
cuadro. Él está en la popa, mira ansiosamente para atrás, tiende los brazos, se ha
arrepentido, o mejor, su delirio lo ha abandonado, pero la nave se lo lleva. Ambos, Amor
y Némesis, apuntan, de cada arco sale una flecha, corren seguras -se ve, se intuye- y
ambas alcanzan su corazón en el mismo punto, queriendo significar que Némesis vengó
su amor.
Tu Juan
Cordelia mía:
Dicen de mí que estoy enamorado de mí mismo. Esto no me extraña; pues, si alguien
es capaz de notar que yo pueda amar, entonces yo sólo te amo a ti; si alguien puede
sospe- charlo, entonces yo sólo te amo a ti. ¿Por qué estoy enamoado de mí mismo?
Porque estoy enamorado de ti; porque yo te amo a ti sola y a cuanto te pertenece. Es así
como me amo a mí mismo, porque este Yo mío te pertenece; y si dejase de amarme a mí
mismo, dejaría de amarte a ti. Esto que a los ojos profanos del mundo es expresión del
mayor egoísmo, a tus ojos iniciados es expresión de la más pura simpatía; esto que a los
ojos profanos del mundo es expresión del más prosaico amor propio, a tu vista
consagrada es expresión de la más entusiástica anulación de la propia persona.
Tu Juan
He tenido gran preocupación de que él desarrollo completo de Cordelia me llevase
demasiado tiempo. Veo, sin embargo, que hace grandes progresos y que resulta necesario,
para mantenerla firme en su espíritu, poner todo en movimiento. Ella no tiene
que cansarse demasiado pronto, es decir antes de tiempo, antes de que haya pasado el
tiempo para ella.
Cuando se ama no se transita por las calles céntricas. Sólo el matrimonio va por las
calles principales. Cuando se ama y se quiere sacar la cabeza fuera del cascarón, no se
pasea uno por los alrededores del lago; aunque sólo sea un camino para pasear, ya está
abierto, y el amor prefiere abrir caminos. Se entra en la profundidad del bosque. Y dando
vueltas, se comprenden mutuamente y todo se ve más claro, lo mismo que antes
oscuramente nos hacía alegrar o penar. No se tiene la sospecha de que alguien esté
presente... Por eso esta deliciosa haya ha sido testigo de nuestro amor; a su sombra os
declarasteis por primera vez. Recordáis todo con mucha claridad: la primera vez que os
visteis, la primera vez que en un baile os cogisteis el uno a la otra la mano, cuando sólo al
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amanecer os alejasteis, cuando no quisisteis confesaros nada ni deciros nada
mutuamente... Es muy agradable escuchar estos repertorios de amor... Cayeron de rodillas
a los pies del árbol, se juraron recíprocamente amor eterno y sellaron el pacto con el
primer beso... Son fecundas sensaciones y hay que utilizarlas con Cordelia... Esta haya
fue testigo. Un árbol es el testigo adecuado, pero es siempre demasiado poco. Es verdad
que pensáis que también el cielo fue testigo, pero el cielo, sin más, es una idea muy
abstracta. De aquí que hubiese algún otro testigo... ¿Tengo que ponerme de pie y hacerles
notar que estoy aquí? No, podrían reconocerme y se habría acabado el juego. ¿Tengo que
ponerme de pie, mientras se alejan, y darles a entender que hubo alguien presente? No, no
convendría. El silencio tiene que envolver su secreto... hasta que me convenga. Están en
mi poder, puedo separarles cuando quiera. Conozco su secreto, y sólo por él o por ella he
podido conocerlo... por ella es imposible... entonces, por él... es abominable... ¡excelente!
Esto roza la astucia. Bueno, vamos a ver. Si puedo recibir de ella una determinada
impresión, que no podría recibir de otra forma, una impresión normal, como la deseo yo,
no me queda más remedio.
Cordelia mía:
Yo soy pobre... tú eres mi riqueza; estoy inmerso en la oscuridad... tú eres mi luz; no
poseo nada, nada necesito. ¿Y cómo podría poseer algo? Sería una contradicción que
pudiera poseer algo quien ni siquiera se posee a sí mismo. Soy tan feliz como un niño que
no puede nada y nada debe poseer. No poseo nada, pues te pertenezco sólo a ti. Yo no
existo, he dejado de ser, para ser tuyo.
Tu Juan
Cordelia mía:
Mía... ¿qué significa esta palabra? No lo que me pertenece, sino aquello a lo que yo
pertenezco, aquello que posee todo mi ser, que es mío en cuanto yo le pertenezco a ella.
Mi Dios no es el Dios que me pertenece, sino el Dios al que yo pertenezco; y así también
cuando hablo de mi patria, de mi casa, de mi vocación, de mi nostalgia, de mi esperanza.
Si antes hubiese existido la inmortalidad, este pensamiento de que yo sea tuyo habría
interrumpido el curso normal de la naturaleza.
Tu Juan
Cordelia mía:
¿Qué soy yo? El humilde cronista que sigue tus triunfos, el bailarín que se inclina
ante ti, mientras te mueves con vaga ligereza; la rama en que descansas un instante
cuando estás cansada de volar; la voz de bajo que se calla ante tu gorjeo, para dejar que
sobresalga... ¿Qué soy yo? El fardel terrestre que te aprisiona a la tierra. O sea, ¿qué soy?
Cuerpo, materia, polvo y ceniza... tú, Cordelia mía, tú eres alma y espíritu.
Tu Juan
Cordelia mía:
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El amor es todo; por su causa, para quien ama, todas las cosas han dejado de tener un
significado propio y sólo tienen el que el amor, interpretándolas, les da. Por tanto, si un
novio se convence de que hay otra jovencita que le inquieta, probablemente no sería más
que un miserable a los ojos de ella, que se quedaría molesta. Tú, sin embargo,
interpretaste que se trataba de un homenaje esta confesión, pues entiendes que es imposible
que yo ame a otra, dado que mi amor por ti expande un reflejo en toda tu vida. Si
me inquietase por otra, sería sólo para convencerme de que yo no la amo, sino que sólo te
amo a ti... y sería arriesgado. Pero entonces mi alma está llena de ti, y la vida tiene otro
significado, se convierte en tu mito.
Tu Juan
Cordelia mía:
Mi amor me consume, sólo me queda la voz, una voz que, enamorada de ti, te
susurra por todas partes que te amo. ¿No te cansas de oír esta voz? Te rodeo por todas
partes; como en un vago e inestable abrazo, yo pongo mi alma meditabunda en tu puro,
profundo ser.
Tu Juan
Cordelia mía:
Se lee en las antiguas leyendas que un río se enamoró de una jovencita. Mi alma es
como un río enamorado de ti. O está tranquilo, y permite que tu imagen se refleje
profunda e inmóvil; o cree que la ha atrapado, y sus olas se enfurecen para impedir que se
escape de nuevo; o se encrespa su superficie, y juega con tu imagen, y tal vez, cuando la
haya perdido, sus olas se hagan turbias y rotas... Así es mi alma: un río enamorado de ti.
Tu Juan
¡Muy bien dicho! Sin que uno estuviera dotado de una extraordinaria y fértil fantasía
se podía incluso imaginar una expedición algo más cómoda y desahogada, y sobre todo
más conveniente: ir en carruaje con un labriego sólo puede ser hasta cierto punto
agradable... Basta una curva muy estrecha para ponerse contenta. Se avanza un rato por el
camino principal, se vuelve para atrás, se recorre una milla sin encontrar nada; dos milas,
todo va bien; se tranquiliza uno; esta parte del camino es mucho más hermosa que otras,
ya hemos recorrido tres millas... ¿Quién iba a sospechar que se podía encontrar en este
camino, tan lejos de la ciudad, a uno de Copenhague? Y se nota rápidamente que es de
Copenhague, no es hombre de campo; tiene una forma muy peculiar de mirar, tan
decidido, observador y escrutador, incluso algo irónico. Es verdad, querida, que tu
postura no es cómoda, parece que estás sentada en un orinal, por lo plano del carruaje y
por no tener un hueco para los pies... Pero es por culpa vuestra, pues mi carruaje está a
vuestra entera disposición, y os podría ofrecer un lugar menos incómodo, y no tendría
que ser muy incómodo sentaros a mi lado. En caso contrario, os cedo todo el carruaje, y
yo me siento en el pescante, contento de poderos llevar a destino... El sombrero de paja
no os cubre lo suficiente para una mirada de soslayo, y es inútil que agachéis la cabeza,
pues yo admiro exactamente vuestro bonito perfil. -¿No es desagradable que el labriego
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me haya saludado? Pero es lógico que un labriego salude a un señor respetable-. Mientras
tanto no tengáis tanta prisa, aquí hay una taberna, una estación de posta, y un labriego es,
a su manera, demasiado pío para olvidarse de sus plegarias. Ahora me ocuparé de él.
Tengo una tendencia especial para atraerme a los labriegos. ¡No está dicho que no le
guste! Él no puede rechazar mi oferta, y, si la rechazase, tendría que sufrir las
consecuencias. Y si no lo consigo yo, lo conseguirá mi criado. -Ahora entra en la taberna,
os quedaréis sola en el carruaje, en el establo-. ¡Vete a saber que tipo de niña es! ¿Que
sea una burguesita, quizá hija de un sacristán? Si lo fuera, las hijas de sacristán suelen ser
elegantes y visten con mucho gusto. El sacristán parece que está muy bien. Sospecho, sin
embargo, que podría ser una señorita de sangre noble que, cansada de tirar del equipaje,
se ha ido de paseo por el campo o en busca de una aventura. Es muy probable. Pueden
suceder ambas cosas. -El labriego no sabe nada de nada, es un animal sólo bueno para
beber. Sí, sí, sólo bebe, ¡dioses del cielo!, y beber es lo único que sabe hacer. ¡Un momento!
¿Pero no es una de las Jespersen, la señorita Jespersen, una de las hijas del
almacenista? ¡Que Dios nos ayude! ¡Nosotros nos conocemos! A usted me la encontré
una vez en el parque, su carruaje venía en sentido contrario y no conseguía levantar la
ventanilla; me puse los anteojos y tuve la satisfacción de seguirla con los ojos. Fue una
situación embarazosa, iban muchos en el carruaje y ella no se podía mover, y
posiblemente no pudo hacerme ninguna señal. Pero también es embarazosa esta situación.
Nosotros dos nos conocemos. Debe de ser una jovencita romántica, pues se va por ahí a
distraerse... Mi criado viene con el labriego. Está completamente borracho. ¡Es detestable!
Estos campesinos son gentuza corrompida. Pero, ¡Dios mío!, hay gente aún peor
que estos campesinos... Estáis en el carruaje. No os queda más que arrear los caballos, es
muy romántico... Rechazáis mis servicios, decís que sois una buena conductora. No me
engañáis, pues ya me he dado cuenta de vuestra malicia. Cuando hayáis dado una vuelta,
regresad corriendo; en el bosque será fácil encontrar un bonito lugar... Yo os sigo a
caballo, pero me tienen que ensillar el caballo... Bueno, ya estoy preparado... Ya podéis
estar segura de cualquier contrariedad... Pero no tengáis tanto miedo, pues me vuelvo
para atrás. Simplemente quiero que os preocupéis un poco, y así tengáis ocasión de
acrecentar vuestra natural belleza. Ignoráis que he sido yo el culpable de que el labriego
se emborrachase, y que, por otra parte, no me he permitido una palabra ofensiva contra
vos. Todo puede ir mejor; sabré dar vuelta a las cosas de tal forma que os riáis de todo
esto. Pido sólo un acercamiento a vos; no penséis que yo haya asaltado, por sorpresa, a
alguna jovencita. Soy un defensor de la libertad, y todo lo que no puedo conseguir
libremente no me preocupa: "Vos misma os daréis cuenta de que no se puede seguir el
viaje en tales condiciones. Yo me voy de caza, y por eso me monto a caballo. Pero mi
carruaje se queda aquí parado en la taberna. Si lo ordenáis, en un instante estará a vuestra
disposición para llevaros donde queráis. Yo, por desgracia, no tendré el gusto de
acompañaros, he prometido ir de caza y las promesas son sagradas". -¡Aceptadlo! -En un
instante todo estará preparado... Mirad, no hay necesidad de que os sintáis embarazada al
verme de nuevo, en cualquier caso no más de cuanto efectivamente beneficie a vuestra
belleza. Os podréis reír de esta historia, reíros y pensad algo en mí. No deseo más. Os podrá
parecer poco, pero para mí es suficiente. No es nada más que el comienzo, y mi
especialidad está en crear precedentes.
Ayer por la tarde en casa de su tía había visitas. Sabía que Cordelia habría cogido el
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trabajo de punto, por lo que le dejé escondida una nota. Ella la dejó caer, y luego la recogió
y se conmovió, con aire mustio. Hay que sacar siempre partido de las
circunstancias. Es increíble las ventajas que se pueden sacar. Una pequeña nota, de por sí
insignificante, acaba siempre, leída en determinadas circunstancias, adquiriendo una
importancia decisiva a sus ojos. Ella no pudo decirme nada, pues yo había dispuesto las
cosas de tal forma que tuviese que acompañar a una de las señoras a su casa. Ha tenido
que esperar hasta hoy. Y esto es un buen sistema para infundirle una impresión más
profunda en el alma. Parece que siempre me preocupo yo. Tengo la ventaja de que cuanto
más presente estoy en sus pensamientos más la sorprendo.
El amor tiene realmente su dialéctica. Una vez me había enamorado de una jovencita.
Y el verano pasado, en el teatro de Dresde, vi a una actriz que se le parecía extraordinariamente,
por lo que pensé establecer contacto con ella y lo conseguí; sólo
entonces me di cuenta del poco parecido que tenía. Hoy me he encontrado en la calle con
una señora que se parece a esa actriz. Y esta historia podría continuar al infinito.
Mis pensamientos asedian a Cordelia; como ángeles se los envío a su alrededor.
Igual que Venus en su carro tirado por palomas, también ella se sienta en su carro triunfal,
al que yo ato mis pensamientos como criaturas aladas. Ella se sienta alegre, tan rica
como una niña, tan imponente como una diosa, y yo avanzo a su lado. ¡En realidad, una
jovencita es y seguirá siendo lo Venerabile de la naturaleza y de toda la existencia! Nadie
lo sabe mejor que yo. El único disgusto es que tanto esplendor dura muy poco. Ella me
sonríe, me saluda, me hace señas como si fuera mi hermana. Una sola mirada le recuerda
que es mi amada.
El amor tiene distintas posturas. Cordelia hace muchos progresos. Ella se sienta en
mis rodillas, con su brazo mórbido y cálido me rodea el cuello; se apoya en mi pecho, ligera,
sin gravedad corporal; sus mórbidas formas apenas me tocan, su elegante figura,
suelta y sin nudos, se enrosca alrededor como una flor. Sus ojos se esconden tras los párpados,
los blancos pechos ciegan como nieve, tan lisos que mi mirada no puede posarse,
patinaría si los pechos no se agitaran. ¿Qué quiere decir esta agitación? ¿Es amor? Quizá.
Es el presentimiento, el sueño. Pero aún no tiene energía. Ella me abraza por todas partes
como las nubes abrazan a quien viene transfigurado por la santidad, dulcemente como
una brisa, mórbidamente como se abraza a una flor; me besa vagamente, como el cielo
besa el mar, dulce y suavemente como el rocío besa las flores, solemnemente como el
mar besa la imagen de la luna.
Su pasión podría llamarla en este momento pasión ingenua. Cuando haya tenido
lugar el cambio y yo haya empezado seriamente a echarme para atrás, intentará por todos
los medios aprisionarme de verdad. Para este fin, ella no tiene más medios que el
erotismo, sólo que éste se mostrará entonces con una variante. Será un arma en sus manos,
que apuntará a mí. Entonces yo tendré una pasión reflejada. Ella lucha por sí misma,
pues sabe que yo poseo lo erótico; lucha por sí misma, para ganarme. Ella tiende a una
forma superior de lo erótico. Lo que yo, inflamándole, le he enseñado a sospechar, ahora
mi frialdad le enseñará a entender, pero de tal forma que ella crea que lo ha descubierto
por sí misma. Por eso ella querrá sorprenderme, creerá que me ha superado en temeridad
y así me ha aprisionado. Su pasión es ahora decidida, enérgica, concluyente, dialéctica; su
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beso es total, y su abrazo ininterrumpido... Ella busca en mí su libertad, y la encontrará
mejor cuanto más estrechamente la apriete. El noviazgo se romperá. Cuando tenga lugar
esto, ella tendrá necesidad de un poco de paz, para que nada desagradable pueda aflorar
durante este salvaje alboroto. Una vez más su pasión se concentrará, y ella será mía.
Así como en la época de Eduardo me ocupaba indirectamente de sus lecturas, ahora
lo hago directamente. Le ofrezco lo que pienso que es el mejor alimento: mitología y
leyendas. Pero en esto, como en todo lo demás, ella tiene su libertad, yo escucho sus
sugerencias. Si no me hace ninguna, entonces se lo inspiro yo.
En general, es una diversión muy tonta esa de las chachas, en verano, en el parque
zoológico. Sólo pueden ir una vez al año, y por este motivo han de sacar el mayor
provecho. Tienen que tener sombrerito y chal, o sea que quieren figurar cueste lo que
cueste. Su alegría es excesiva, vulgar y lasciva. Yo prefiero ir al parque de Frederiksberg.
Ellas van el domingo por la tarde, y yo las acompaño. Aquí todo es civilizado y decente,
la alegría es más tranquila y distinta. En general, el hombre que no se fija en las chachas
pierde más que lo que pierden ellas. La numerosa tropa de chachas representa la armada
más hermosa que tenemos en Dinamarca. Si yo fuera rey, ya sé lo que haría: no pasaría
revista a tropas en formación. Si yo fuera uno de los treinta y dos consejeros de la ciudad,
presentaría inmediatamente una propuesta para crear un comité de beneficencia, que, con
conocimiento, juicio, perspicacia y oferta de premios, intentase promocionar por todos
los medios que las chachas vistieran con mayor cuidado y gusto. ¿Por qué tiene que ser
derrochada la belleza? ¿Por qué tiene que pasar desapercibida toda la vida? ¡Dejemos
que, al menos una vez a la semana, se manifieste en el esplendor que más resalte! Pero en
primer lugar, gusto y discreción. Una criada no tiene que tener el aspecto de una señora;
es verdad que casi tiene un derecho político, pero es un presupuesto -que este estimado
escrito denuncia- totalmente equivocado. Pues, si de esta forma se pudiese anticipar un
deseable florecer de la clase de las criadas, ¿no resultaría incluso una ventaja para
nuestras hijas? ¿O es demasiado impulsivo por mi parte buscar por este camino el futuro
de Dinamarca, que se puede decir que es realmente incomparable? Si me fuera concedido
vivir hasta esa edad de oro, podría, en conciencia, estar todo el día dando vueltas por
calles y plazas alegrándome la vista con tanto espectáculo. ¡Qué veloz corre mi
pensamiento, presa del ímpetu y del patriotismo! De todas formas, yo vengo aquí, al
parque de Frederiksberg, donde los domingos por la tarde se acercan las chachas, y las
sigo... De entrada van las más provincianas, con sus amantes, en una segunda fila las
jovencitas con las manos delante y los chicos detrás, y en una tercera fila, dos chicas y un
chico. Esta multitud forma el marco, a menudo están de pie o se sientan a la sombra de
los árboles en la gran plaza, frente al pabellón. Están llenas de salud, frescas, sólo sus
colores, tanto del rostro como de los vestidos, son algo chillones. Luego, vienen las
chicas de Jutlandia y de Funen. Altas, desenvueltas, más bien fuertes, y algo
desordenadas en el vestir. El comité a tendría mucho que hacer por ellas. Tampoco faltan
representantes del distrito de Bornholm: buenas fregonas, pero poco accesibles tanto en la
cocina como en Frederiksberg; su aspecto tiene algo de altivamente intratable. A su
presencia, como contraste, no le falta eficacia; tal vez sentiría que faltasen, pero
raramente me acerco a ellas... Sigue el grueso del pelotón: las chicas de Nyboder. Más
bajas de estatura, muy llenitas, afables, delicadas de cutis, vivarachas, alegres, listas,
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habladoras, algo coquetas y, sobre todo, sin sombrero. Se visten de forma parecida a las
señoras, pero destacan dos cosas: no tienen chal sino un pañuelo al cuello, y nada de
sombrero, al máximo una graciosa cofia, aunque preferentemente van con la cabeza
descubierta... "¡Mira! ¡Buenos días, María! ¿Cómo por estos lugares? ¡Hace un montón
de tiempo que no la veía! ¿Siempre bien en casa del Consejero?" «Sí, señor». "Una buena
colocación, ¿no es cierto?" "¡Bueno!" "Es un buen puesto, ¿verdad?" "Sí". ¿Pero venís
aquí sola, no hay nadie que os acompañe... algún enamorado? ¿Quizá él no ha tenido
tiempo hoy, o lo esperáis...? ¿Cómo? ¿No tenéis novio? Es imposible. La jovencita más
linda de Copenhague, una jovencita que está al servicio del Consejero, una jovencita que
es gloria y honor de la categoría, una jovencita que viste tan bien y... con tanto gusto. Es
muy bonito el pañuelo que lleváis en la mano, y además de una tela muy fina... Veo que
tenéis las mangas bordadas, seguro que os han costado más de diez marcos... muchas
damas ilustres no las llevan así... guantes franceses... sombrilla de seda... Y una jovencita
como vos no tiene novio... Es inadmisible. Si recuerdo bien le gustabais bastante a Jens,
¿os acordáis de Jens? Jens trabajaba en el almacén, en el segundo piso...
He dado en el blanco... ¡porque no tenéis novio! Jens era un buen muchacho, tenía un
buen empleo, quizá con el pasar del tiempo y con una recomendación del almacenero
podía haberse hecho policía o calefactor, no era un partido nada despreciable... Sin lugar
a dudas la culpa ha sido vuestra, habéis sido bastante brusca con él... "¡Nada de eso!
Me enteré de que Jens ya era novio de una jovencita con la que no se debía
comportar muy bien"... ¡Qué cosas tengo que oír! ¡Quién habría dicho que Jens fuese un
tipejo así...!, sí, los militares... los militares: no se puede uno fiar de ellos... Habéis hecho
muy bien; una jovencita como vos no vale la pena que caiga con el primero que llegue...
siempre se puede encontrar un partido mejor, os lo garantizo... ¿Cómo está la señorita
Juliana? Hace mucho tiempo que no la veo. Querida María, tú podrías darme alguna
información -ya que sólo el desafortunado en amores puede ser comprensivo con los
demás... Aquí hay mucha gente... no quiero hablar no sea que alguien nos esté espiando...
Concédeme un momento de atención, querida María... Mira, ahí hay un sendero, en esa
calle sombreada, donde los árboles están más frondosos y nos ponen al reparo de los demás;
aquí, donde no vemos a nadie y no oímos voz alguna, sino un suave eco de los
temas musicales... aquí te puedo hablar de mi secreto... ¿No es verdad que, si Jens no
hubiese resultado ese tipejo, habrías venido aquí con él, del brazo, a escuchar la dulce
música y a gozar?... ¿Por qué estás tan nerviosa? ¡Olvida a Jens!... ¿Quieres ser injusta
conmigo?... He venido aquí para veros... para veros iba a casa del Consejero... Habrás
notado... cada vez que me era posible me acercaba a la puerta de la cocina... tú tienes que
ser mía... y luego se harán las amonestaciones... mañana por la tarde te explicaré todo...
mira, por la escalera de servicio, la primera puerta a la izquierda frente a la de la cocina...
adiós, querida María... procura que nadie sepa que me has visto o que has hablado
conmigo, tú ya conoces mi secreto... Es muy bonita, se podría sacar algo... Nada más
entrar en su habitación me encargaré yo mismo de las amonestaciones. Siempre he
intentado realizar la bella aárápkela [autosuficiencia] griega, y sobre todo prescindir del
pastor.
Podría ser muy interesante para mí, si fuera posible, estar detrás de Cordelia en el
instante en que recibe mi carta. Podría entonces conocer fácilmente lo que, en sentido
propiamente erótico, ella saca de ésta. Por sí mismas las cartas son y seguirán siendo un
medio impagable para impresionar a una joven, pues a menudo la escritura muerta ejerce
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un influjo muy superior al de la palabra viva. Una carta es una comunicación misteriosa;
se hace uno dueño de la situación, no se sienten las presiones de parte de alguien que esté
presente, y yo creo que una jovencita prefiere siempre quedarse a solas con su ideal,
aunque sólo sea un momento, pero precisamente en el momento en que ese ideal obra
fuertemente en sus sentimientos. Aunque su ideal haya encontrado expresión bastante
completa en una determinada persona amada, hay momentos en los que ella siente que en
el ideal existe una superabundancia que no tiene la realidad. Deben de tener lugar estas
grandes fiestas de reconciliación, basta aprovecharlas de forma justa, para que no vuelva
de nuevo agotada a la realidad, sino que salga reforzada de ellas. Y para esto resultan de
gran ayuda las cartas, ya que, al no ser vistos, se está espiritualmente presentes en esos
momentos de iniciación sagrada, mientras la imagen que acompaña a la persona del autor
de las cartas forma un natural y fácil paso a la realidad.
¿Podría estar celoso de Cordelia? (¡Muerte y cordura!). Sin embargo, desde otro
punto de vista, no. Si yo, a pesar de haber triunfado en mi guerra contra un rival, viese
que su naturaleza se ha deteriorado y ya no es como la deseaba... renunciaría a ella.
Un antiguo filósofo ha dicho que si se anota exactamente todo lo que nos toca vivir,
se convierte uno, sin saber una palabra de filosofía, en filósofo. Pues bien , yo he vivido
por mucho tiempo en contacto con la categoría de los novios. Algún fruto podré haber
sacado de esa experiencia. He pensado recoger el material para un ensayo titulado:
Contribución a la Teoría del Beso, Dedicada a los Amantes Sensibles. Resulta, por otra
parte, extraño que no exista ningún tratado sobre este tema. Si consigo llevarlo a cabo, a
la vez habré tapado un hueco que se notaba mucho. ¿Esta deficiencia en la literatura
depende del hecho de que los filósofos no se dedican a estos temas o de que son
completamente incompetentes sobre el particular? De todas formas, puedo desde este
momento dar algunas pistas. Para un beso real y auténtico se necesita la participación de
un hombre y una jovencita, que son los agentes. Un beso entre hombres es insípido o, lo
que es peor aún, desagradable. Además, yo entiendo que un beso se acerca más a su ideal
cuando un hombre besa a una jovencita y no cuando una jovencita besa a un hombre. Si
con el pasar del tiempo esta relación se hace distinta, el beso habrá perdido todo
significado. Esto vale particularmente para el beso marital doméstico, con el que los
cónyuges, a falta de servilleta, se limpian mutuamente la boca, como diciendo: ¡buen
provecho! Si hay mucha diferencia de edad, el beso se aleja totalmente de su ideal.
Recuerdo que en una escuela femenina de provincias en los cursos superiores había una
especie de examen final: besar al director, expresión con la que se comprometían a una
representación nada fácil. El origen de esta costumbre era el siguiente. La profesora tenía
un cuñado que vivía en su casa y que había sido director y, como era anciano, se tomaba
la libertad de besar a las jovencitas. El beso tiene que ser expresión de una determinada
pasión. Cuando un hermano y una hermana, además gemelos, se besan, su beso no es real
ni auténtico. Lo mismo se diga de un beso como prenda de un cumpleaños o de un beso
robado. El beso es una acción simbólica, que no significará nada si faltan los sentimientos
de los que es expresión, y estos sentimientos sólo le acompañan en determinadas
circunstancias. Si se quiere hacer una clasificación del beso, se pueden tener en cuenta
distintos principios. Se le puede clasificar por el sonido; por desgracia, nuestra lengua es
parca en relación con las observaciones hechas por mí. No creo, por otra parte, que
ninguna lengua del mundo tenga el suficiente vocabulario de términos onomatopéyicos
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para subrayar las diferencias que yo, en casa de mi tío, he conocido. Pueden ser
restallantes, silbantes, sonoros, explosivos, estruendosos, resonantes, crujientes como
seda japonesa, etcétera. Se pueden subdividir, en relación con el contacto, en besos
tangenciales, o en passant, y en besos adherentes. En relación con la duración.
se pueden subdividir en largos y cortos. En relación con el tiempo, hay otra
clasificación, la que mayor satisfacción me produce. Se distingue entre el primer beso y
los demás. El primero, que aquí tenemos en cuenta, es inconmensurable en relación con
las otras distinciones, y es en general indistinto en relación con el sonido, contacto y
tiempo. El primer beso es cualitativamente distinto a los demás. Pocos se fijan en estas
cosas, pues consideran una desgracia que tenga lugar el segundo sin que haya habido un
primero.
Cordelia mía:
Una buena respuesta es como un dulce beso, dice Salomón. Y tú sabes que no soy
muy apañado para hacer preguntas, parece que no sé preguntar. Esto depende del hecho
de que los demás no me entienden lo que pregunto, pues tú y sólo tú entiendes lo que yo
pregunto, tú y sólo tú sabes contestar, tú y sólo tú sabes dar una buena respuesta, pues
una buena respuesta, es como un dulce beso, dice Salomón.
Tu Juan
Hay una gran diferencia entre erotismo espiritual y terrenal. Hasta ahora traté de
desarrollar, sobre todo, el espiritual en Cordelia. Pero de ahora en adelante estaré presente
de una forma completamente distinta, mi presencia no debe tener sólo valor de
acompañamiento, sino que debe ser tentadora. En estos días me he preparado especialmente,
revisando el conocido pasaje sobre el amor de Fedro. Éste electriza
completamente mi ser y constituye un excelente preludio. Platón entendía realmente de
Erótica.
Cordelia mía:
Los latinos dicen del discípulo atento que pende de los labios del maestro. Para el
amor todo es imagen y, en cambio, la imagen se convierte en realidad. ¿No soy un
discípulo diligente y atento? No me respondas.
Tu Juan
Si otros, y no yo, viviesen este desarrollo, probablemente sería demasiado prudente
permitir que se lo guíe. Si consultara a un novio, éste con grandes aires de franqueza
seguramente diría: Yo busco en vano entre las posturas de amor el punto en el que se
cruzan los discursos de amor de los enamorados. Y le respondería: Me alegra que lo
busques inútilmente, porque este punto no tiene lugar en el campo de la Erótica, ni
siquiera cuando se introduce lo interesante. El amor es tan sustancial que no se puede
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contentar con chismes; la situaciones eróticas son tan significativas que no se pueden
saciar con tonterías. Éstas son, en determinados ambientes, tácitas y tranquilas, y sin
embargo tan elocuentes como el saludo musical de Memnón11. Eros obra, no habla. Y si
habla, lo hace con enigmáticos síntomas, mediante música alegórica. Las situaciones
eróticas son plásticas o pictóricas; pero la de dos que hablan de su amor no es ni plástica
ni pictórica. Si, por ejemplo, dos esposos que se respetan empiezan con estos discursos,
subsiste aún el hilo armónico de su locuaz matrimonio. Estos discursos son a la vez
premisa y promesa para que en su matrimonio no falte la dote de la que habla Ovidio: dos
est uxoria lites...[la dote es la disputa de la mojen. Si es preciso que se hable, basta que
hable uno. El hombre tiene que hablar, y por este motivo tiene que estar en posesión de
alguna de esas facultades que constituyen la verdadera fascinación de Venus:
conversación y adulación, es decir, el arte de insinuar. De esto no se debe deducir que
Eros sea mudo, y que tenga que ser eróticamente errado conversar, sino que la
conversación tiene que ser erótica, sin perderse en reflexiones ejemplares sobre los
aspectos de la vida y cosas por el estilo, y que la conversación se considera como un
descanso entre una acción erótica y otra, un pasatiempo, y no de los mejores. Tal charla,
tal confabulatio, tiene una naturaleza casi divina, y yo nunca me aburro conversando con
una jovencita. Es decir, que puedo terminar aburriéndome de la jovencita, pero nunca de
conversar con ella. Sería tan imposible como cansarme de respirar. Estas charlas tienen
de particular que surge espontáneamente la conversación. El coloquio se mantiene muy
pegado al suelo, no tiene un argumento, la casualidad es la ley de sus movimientos... pero
son infinitas y muy afortunadas sus procreaciones.
Cordelia mía:
Mía... tuyo»: estas palabras abren y cierran como un paréntesis el pobre contenido
de mis cartas. ¿No has notado que el intervalo entre ambos signos se hace cada vez más
corto? ¡Oh, Cordelia mía! ¡Es hermoso que, cuanto más pobre de contenido sea el
paréntesis, más rico resulte de significado!
Tu Juan
Cordelia mía:
¿Un abrazo es una batalla?
Tu Juan
En general Cordelia está en silencio. Y esto me gusta. Ella tiene una naturaleza
femenina demasiado profunda para afligir a un hombre con el hiato, figura retórica típica
de la mujer, y que es inevitable cuando el hombre, que debería representar las
consonantes anteriores y posteriores que limitan el hiato, es muy efímero. Por eso una
brevísima declaración desvela a veces lo que ella oculta. Entonces acudo en su ayuda. Es
11 Rey de los etíopes, aliado de Priamo en la guerra de Troya, lo mató Ulises, pero su madre Eos obtuvo
para él la inmortalidad. A orillas del Nilo había una estatua de un dios egipcio, que más tarde se llamó
estatua de Menón: al amanecer emitía un sonido que se intrepretó como el saludo de Menón a su madre
Eos.
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igual que, si detrás de un hombre, que con mano insegura traza los simples contornos de
un dibujo, hubiese otro que al mismo tiempo borra todo atrevimiento o redondez. Hasta
ella se sorprende, pero parece que le gusta. Por esto me preocupo de ella, de sus
expresiones inadvertidas, de sus palabras pronunciadas por casualidad y, al repetírselas de
nuevo, siempre asumen un significado más profundo, que ella a la vez conoce y no
conoce.
Hoy estábamos juntos. No nos habíamos intercambiado palabra alguna. Estábamos
cerca de la mesita, y entró el criado para decirle a Cordelia que un mensajero quería
hablar con ella. Este mensajero venía de mi parte, portador de una carta que contenía
alusiones sobre una expresión que se me había escapado. Había sabido entremezclarla en
la acostumbrada conversación de salón, de forma que Cordelia, aunque estuviera sentada
lejos de mí, necesariamente la tendría que oír y malentender. La carta se ocupaba de eso.
En caso de que no consiguiera dar este giro a la conversación, yo habría estado presente
para confiscar la carta en el momento más oportuno. Ella volvió y tuvo que recurrir a una
mentira. Este tipo de salidas consolida la misteriosidad erótica, sin la que no se puede recorrer
el camino que se le ha trazado.
Cordelia mía:
¿Crees que apoyando la cabeza en la colina de las hadas se ve en sueños la imagen de
alguna? No lo sé, pero sé que, cuando apoyo la cabeza en tu pecho y no cierro los ojos
sino levanto la vista, veo el rostro de un ángel. ¿Crees que apoyando la cabeza en la
colina de las ninfas se puede descansar tranquilo? Yo no lo creo, pero sé que, apoyando
mi cabeza en tu seno, éste se agita mucho y el sueño no viene a mis ojos.
Tu Juan
Jacta est alea [la suerte está echada]. Ahora hay que realizar una conversión. Hoy
estaba en su casa con una sola idea. No tenía ni ojos ni oídos para ella. Pero la idea era
interesante y ella estaba fascinada. No habría estado bien empezar esta nueva operación
comportándome con frialdad en su presencia. Ahora que ya me he ido y que el
pensamiento no me atormenta, ella descubre con facilidad que yo era distinto de lo que he
querido siempre aparentar. El hecho de que ella descubra este cambio en un momento de
soledad hará que este descubrimiento sea mucho más doloroso, tendrá un efecto más
lento, pero mucho más penetrante. Ella no puede desahogarse inmediatamente, y cuando
tenga la ocasión habrá formulado tantos pensamientos que no los podrá expresar todos de
una vez, y se quedará siempre con un resto de duda. Aumentará la inquietud, no habrá
cartas, se interrumpirá la nutrición erótica, el amor se despreciará como irrisorio. Quizá
por un instante ella querría seguirme en este campo, pero a la larga no podrá aguantar. Y
entonces intentará apresarme con los mismos medios que yo utilicé con ella, con el
erotismo.
En materia de rescisión de noviazgo, cada jovencita tiene una gran casuística; y,
aunque en los colegios no sea materia específica de curso alguno, una chiquilla es muy
práctica en los casos en los que, si surge una controversia, hay que rescindir el noviazgo.
En realidad, esto debería constituir materia obligatoria de examen en los últimos años; y,
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a pesar de que conozca que los programas que se desarrollan en los colegios femeninos
son monótonos, estoy convencido de que en este tema no faltarían variaciones,
considerando que el problema en cuestión abriría un amplio campo a la agudeza de una
jovencita. ¿Y por qué no habría que ofrecer a una jovencita la oportunidad de mostrar, de
la forma más brillante, su agudeza? ¿O no se le debe ofrecer la oportunidad de mostrar lo
madura que está... para el noviazgo? Una vez me tocó vivir una experiencia muy
interesante. En una familia, donde iba de visita de vez en cuando, un día los padres
estaban fuera y las dos hijas más pequeñas habían invitado a un grupo de amigas a tomar
el té. Eran ocho en total, entre dieciséis y veinte años. Probablemente no esperaban
ninguna visita, y la criada tenía órdenes de decir que no estaban en casa. A pesar de todo,
yo entré e inmediatamente me di cuenta de que ellas se quedaron algo sorprendidas. ¡Vete
a saber de qué estaban hablando estas ocho jovencitas en una asamblea sinodal tan
solemne! A veces las mujeres casadas se reúnen en asambleas parecidas. En estas
ocasiones, se exponen problemas de alta teología o, particularmente, cuestiones
importantes: cuándo se puede dejar que vaya sola una jovencita al mercado; si es mejor
abrir una cuenta con el carnicero o pagar todos los días; si se puede consentir que la
cocinera tenga novio, y de qué forma hay que liberarse de estos asuntos del corazón, que
retrasan la preparación de la comida...
Tomé asiento en esa agradable reunión. Estábamos al principio de la primavera. El
sol enviaba algunos rayos, cual apresurado anuncio de su próxima llegada. En la
habitación todo tenía un aspecto invernal, y por este motivo esos rayos de sol eran muy
prometedores. La cafetera fumaba en la mesa... y las jovencitas estaban alegres, frescas,
florecientes, desembridadas, ya que la turbación se había pasado. Y, por otra parte, ¿qué
podían temer? Su fuerza, en cierto sentido, se podía considerar masculina... Conseguí
atraer su atención sobre la pregunta: ¿Cuándo se puede romper un noviazgo? Mientras mi
mirada se satisfacía vagando de una flor a otra de ese tropel de jovencitas y gozaba
posándose en una u otra belleza, mientras mi oído externo se alegraba gozando de la
agradable música de sus voces, mi oído interno estaba tenso escuchando lo que decían.
Una sola palabra me bastaba para llegar a lo más profundo del corazón de estas jovencitas
y de su pasado. ¡Cuánta seducción hay en los caminos del amor, y qué interesante resulta
investigar lo lejos que a veces uno ha ido! Aunque continuamente yo atizase el fuego, y la
sutileza del ingenio, del espíritu y de la objetividad estética contribuyesen a que se
encontraran a gusto, nos quedamos siempre en los límites de la más respetuosa decencia.
Mientras dábamos vueltas por las fáciles regiones de la conversación, siempre había la
posibilidad de empujar con una palabra a esas extraordinarias chiquillas y ponerlas en un
brete fatal. Y esta posibilidad dependía de mí. Las jovencitas no lo entendieron ni lo
sospecharon. En el fácil juego de la conversación sus miradas estaban gachas, así como
Shahrazad retrasó con sus historias la condena a muerte... A veces yo empujaba la
conversación hacia los límites de la melancolía, otras dejaba que la insolencia se
manifestara, y otras las incitaba a un juego dialéctico. ¿Y qué temas, a la medida de
nuestro alcance, resultan más interesantes? Continuamente sacaba nuevos temas... Conté
que una jovencita había tenido que romper el noviazgo por la crueldad de los padres. El
resultado infeliz de este amor casi hizo que aparecieran lágrimas en sus ojos... Conté que
un hombre había roto su noviazgo aduciendo dos motivos: que la joven- cita era muy alta
y que no se había puesto de rodillas ante ella para confesarle su amor. Y, al objetarles que
difícilmente se podrían considerar-motivos suficientes, habría contestado que eran
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suficientes y así obtener la respuesta que yo quería, ya que ningún hombre puede
responder razonablemente a esas cosas... Sometí a la atención de la asamblea un caso
muy difícil. Una jovencita había roto su noviazgo por estar convencida de que ella y su
novio no estaban hechos la una para el otro. Queriendo hacerla razonar, el enamorado le
había asegurado que su amor era sincero, a lo que ella había contestado: o nosotros
estamos a gusto juntos y hay una simpatía efectiva, y entonces entenderás que no estamos
hechos el uno para el otro; o no estamos a gusto juntos y entonces entenderás que no estamos
hechos el uno para el otro. Fue una gozada ver cómo las jovencitas afinaban su
ingenio para entender este enigmático discurso, pero noté en seguida que dos lo habían
entendido perfectamente, pues en cuestión de rescisión de noviazgo cada joven es una
casuística... Estoy totalmente convencido de que, si una conversación trata de los casos en
los que se puede romper un noviazgo, es más fácil discutir con el diablo que con una
jovencita...
Hoy me encontraba en su casa. Con la mente revuelta me puse a llevar la
conversación al mismo tema con el que días antes había conseguido liarla, intentando una
vez más conducirla al éxtasis. "Tengo que hacer aún una observación, que ayer se me
ocurrió después de irme". Tuve suerte. Mientras estoy con ella, le gusta escucharme,
pero, cuando me voy, se da cuenta de que la he engañado y que yo he cambiado. Y con
este sistema desaparecen sus acciones. Es un sistema desleal, sin embargo es conforme a
la finalidad, como todos los métodos indirectos. Ella se puede explicar perfectamente
cómo estas cosas puedan ocupar mi pensamiento; esto despierta inmediatamente su
interés, y mientras tanto yo la engaño con el auténtico erotismo.
Oderint, dum metuant [Se odian mientras se temen], como si temor y odio estuvieran
atados juntos, y temor y amor no tuviesen nada que ver entre sí. ¡Como si el temor no
hiciera interesante el amor! ¿Qué es, por otra parte, el amor que dedicamos a la
naturaleza? ¿No está hecho, por casualidad, de ansia y de terror, pues su dulce armonía se
abre camino entre la iniquidad y desórdenes salvajes, su seguridad entre las infidelidades?
Pero es precisamente esta ansia lo que me ata. Así tiene que ser el amor para que sea
interesante. Tras él tiene que agazaparse la noche profunda y tenebrosa, de la que
despunta la flor del amor. Así la nynphaea blanca apoya su cáliz en la superficie de las
aguas, mientras el pensamiento se quiebra, cayendo en la más oscura tenebrosidad, en
donde tiene sus raíces... Me he dado cuenta de que ella siempre, cuando me escribe, me
llama mío, pero que no tiene el ánimo de decírmelo a la cara. Hoy se lo pedí,
insinuándoselo y con un arrebato erótico. Iba a hacerlo, pero una mirada irónica, rápida y
más corta de lo que se puede decir, fue suficiente para hacerlo imposible, aunque mis
labios la incitasen convincentes. Tal estado de ánimo es normal.
Ella es mía. No se lo confío, como es costumbre, a las estrellas, pues no veo qué
interés puede suscitar en esos mundos lejanos esta noticia. Ni se lo confío a los hombres,
ni siquiera a Cordelia. Este secreto lo tengo sólo para mí, casi se lo susurro a mi yo en los
más apartados coloquios conmigo mismo. La temida resistencia por su parte no fue muy
grande, aunque resultó admirable la fuerza erótica desplegada. ¡Qué interesante resulta en
esta profunda pasionalidad! ¡Qué rápida en ponerse a cubierto, lista en penetrar a
hurtadillas por todas partes, hábil en descubrir los puntos débiles! Todo se pone en
movimiento, y con el ruido de los elementos yo me encuentro en mi elemento. Sin
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embargo, a pesar de la agitación, no pierde su encanto,'ni las sensaciones le dejan
cansada, ni los instantes cruciales la encuentran distraída. Es una Anadiomene, que no
surge rodeada por fuertes emociones de amor, de ingenuo encanto o de quietud
imperturbable, sino turbada, a pesar de ser siempre unidad y Equilibrio. Armada con las
armas del amor, y dispuesta para el combate, lucha con los dardos de los ojos, con la
altanería de las cejas, con la misteriosidad de la frente, con la elocuencia de los pechos,
con los encantos peligrosos del abrazo, con la plegaria de los labios, con la sonrisa de las
mejillas, con la dulce seducción de toda la figura. Hay en ella una fuerza, una energía casi
de Valquiria, pero el vigor erótico está templado por la languidez difusa que sale de ella...
A la larga ella no puede estar en esta cima, donde sólo la angustia y la inquietud pueden
sujetarla e impedir que se caiga abajo. Después de estos movimientos, ella sentirá que el
noviazgo es algo angosto y vago. Se conver- tirá ella en la tentadora, y me seducirá para
que traspase los límites de lo habitual, de lo cual ella será consciente. Esto es lo que
busco.
No faltarán ahora declaraciones por su parte insinuando lo cansada que está del
noviazgo. No pasan desapercibidas a mi oído, son los centinelas de mis operaciones en su
ánimo que me hacen señales indicativas, son la punta del hilo que yo, en mi plan, voy
envolviendo a su alrededor.
Cordelia mía:
Te quejas del noviazgo, presumes de que nuestro amor no tiene necesidad de un lazo
externo, que resulta sólo un impedimento. ¡Qué bien reconozco en esto a mi mejor
Cordelia! ¡Te admiro, de verdad! Nuestra unión externa es sólo separación. Aún hay entre
nosotros una pared que nos separa como a Píramo de Tisbe. Aun la complicidad de los
hombres nos perjudica. Sólo en lo contrario está la felicidad. Cuando ningún extraño
sospeche el amor, sólo entonces éste adquiere significado; cuando el intruso crea que los
amantes se odian mutuamente, sólo entonces el amor es feliz.
Tu Juan
Pronto se romperá el lazo del noviazgo. Ella misma lo romperá, para encadenarse
mucho más, si esto fuera posible, con esta ruptura, de la misma forma que los anillos
rotos de una cadena aprisionan más los aún intactos. Si fuera yo el que rompiera el
noviazgo, no asistiría a ese salto mortale erótico, que resulta muy seductor y es signo seguro
de su intrepidez. Signo para mí muy importante. Toda esta aventura tendrá para mí
desagradables consecuencias en relación con los demás hombres. Saldré malparado,
odiado, despreciado, aunque sin razón, ¿pues no sería una ventaja para muchas? Hay
muchas doncellas que, no habiendo conseguido encontrar novio, se sentirían muy contentas
de llegar tan cerca de su noviazgo. A fuer de ser sincero, diré que es bueno infligir
una pequeña herida, pues, aunque se luche por conseguir un puesto en la Lista de Espera,
subsiste el riesgo de quedarse sin competencia; y cuanto más alto se coloca uno, cuanto
más se le empuja adelante, termina teniendo menos competencia. En el mundo del amor
no vale el principio de ancianidad, respecto a los ascensos y esperas. Y sucede que una
doncella se cansa de estar siempre encerrada en la tranquilidad doméstica, y tiene
necesidad de que su vida se vea agitada por una aventura. Y por esto no hay nada
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comparable con una buena historia de amor infeliz, sobre todo si se puede aguantar
fácilmente. Uno se ve entonces, con la ayuda del prójimo, formando parte del grupo de
las engañadas, y si no tiene méritos suficientes para que la acojan en un beaterio de
Magdalenas, no le queda más remedio que refugiarse en una congregación de lacrimosas.
Como consecuencia, me odian. Y a éstas se une el grupo de las que han sido
completamente engañadas, a medias, o en tres cuartos. En este sentido hay muchos
grados, desde las que tienen un anillo al que hace referencia su dolor hasta las que su odio
recuerda un apretón de manos en un baile. Su herida se abre con cualquier nuevo dolor.
El odio de éstas lo tomo como suplemento. Todas éstas que odian son naturalmente
cripto-amantes, aspirantes a mi pobre corazón. Ahora bien, un rey sin corona es una
figura ridícula, pero una guerra de sucesión, entre un grupo de pretendientes a un trono
sin reino, supera toda ridiculez. Y de esta forma yo tendría que ser amado y considerado
por el bello sexo como un banco. Un novio que se precie puede ocuparse de una sola,
pero a una cuadrilla tan grande sólo la puede contentar, o mejor dicho tolerablemente
contentar, un número adecuado de amantes. Y esta última parte del discurso no me afecta,
más aún tengo, por causa de esa ruptura, la ventaja de presentarme en un puesto bastante
nuevo. Las jovencitas me compadecerán, tendrán compasión de mí, suspirarán por mí,
mientras yo me inmiscuyo en su coro y puedo conseguir alguna presa.
Es muy raro, pero en los últimos tiempos me doy cuenta con dolor de que me está
saliendo esa marca deshonrosa que Horacio auguraba a toda jovencita infiel: un diente
negro, y además un incisivo. ¡Hasta qué punto se puede ser supersticioso! Este diente me
angustia constantemente, no consigo tolerar ninguna alusión sobre el particular, es mi
punto débil. Mientras en otros aspectos estoy completamente acorazado, sin embargo el
más tonto, por el simple hecho de insinuarme algo sobre el dichoso diente, me hiere más
profundamente de lo que él se piense. Intento inútilmente, por todos los medios, que se
ponga blanco. Digo entonces como Palnatoke12:
...día y noche yo lo refriego,
pero esta sombra negra no quito.
La vida es muy enigmática. Una particular tan insignificante me puede angustiar
mucho más que una situación dura, un trabajo arriesgado. Me lo arrancaré, aunque corra
el riesgo de destruir los órganos bucales y de debilitar la potencia de la voz. Me lo
arrancaré cueste lo que cueste, y me pondré uno falso. Para el mundo éste será falso, pero
para mí será falso el negro.
Es un hecho muy notable que Cordelia obstaculice el noviazgo. El matrimonio es y
sigue siendo una venerable institución, aunque le acompañe el aburrimiento, pues, gracias
a él, en la juventud se puede gozar de esa venerabilidad que sólo se logra con la edad. Un
noviazgo es, por el contrario, pura invención humana, y por esto mismo importante y a la
12 Héroe legendario danés
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vez ridícula, hasta tal punto que resulta bastante obvio que una jovencita, en la apoteosis
de su pasión, por una parte se considera al margen, y por otra advierte la importancia, y
siente la energía de su alma bajo la forma de una fuerte presión sanguínea en todo su
cuerpo. Por esto ahora es preciso saber llevar a Cordelia de manera que en su audaz vuelo
pierda de vista el matrimonio y, algo todavía más importante, la tierra firme de la realidad,
de forma que su alma, tanto por orgullo como por temor de perderme, anule esta
creación imperfecta y humana para ocuparse de algo que está más allá de las cosas
humanas. Y no tengo nada que temer sobre el particular, pues en el camino por encima de
la vida ella es tan alada y tan ligera, que, en parte, la realidad ya se ha perdido de vista.
Además, yo estoy siempre junto a ella, dispuesto a desplegar velas.
La mujer es y seguirá siendo para mí un inagotable tema de reflexión, una eterna
fuente de observaciones. Quien no siente la necesidad de un estudio así podrá ser lo que
quiera para el resto del mundo, para mí sobre todo no será un esteta. El lado magnífico y
divino de la estética es que puede ponerse en relación con la belleza, tiene que ver esencialmente
con las humanidades y con el bello sexo. El pensamiento del sol de la
femineidad irradiándose en una infinita multiplicidad, esparciéndose en una confusión de
expresiones, en el que cada mujer asume en sí una pequeña parte de toda la riqueza de la
femineidad, pero de forma que el resto de lo que ella posee armónicamente se concentre
en este punto, este pensamiento puede hacerme exultar, llenándome el corazón de alegría.
En este sentido, la belleza femenina es infinitamente divisible. Sin embargo, cada parte
de esa belleza tiene que estar regulada por la armonía, de lo contrario obra tan
negativamente, que me empuja á pensar que la naturaleza tuvo excelentes propósitos al
crear, por ejemplo, a esta jovencita, pero después no hizo nada. Mi mirada no se cansa de
recorrer esta diversidad periférica, este desparramamiento radiante que emana de la
belleza femenina. Cada punto tiene su pequeña parte y por tanto forma en sí una unidad
completa, feliz, alegre, bella. Y cada una tiene su fascinación particular: la sonrisa alegre,
la mirada maliciosa, el ojo escrutador, la cabeza inclinada, el ánimo libertino, la
tranquilidad inquieta, el presentimiento profundo, la melancolía profética, la nostalgia
terrena, las vagas emociones, las cejas temblorosas, los labios interrogantes, la frente
misteriosa, los rizos seductores, las cubiertas cejas, la celestial altanería, el terreno pudor,
la pureza angelical, el secreto rubor, el paso ligero, los elegantes movimientos, la postura
lánguida, los sueños ansiosos, el incomprensible suspiro, la delgada estatura, las formas
mórbidas, el pecho bullicioso, la tos profunda, el pie pequeño, la mano elegante... Y cada
punto con su fascinación particular, que no comparte con los otros. Cuando he visto y
revisto, contemplado y recontemplado la diversidad de este mundo, cuando he sonreído,
suspirado, lisonjeado, amenazado, deseado, tentado, llorado, esperado, temido, vencido,
perdido... entonces cierro el abanico, entonces lo que era parte se funde en un todo, las
partes no forman ya más que un todo. Entonces se alegra mi alma, mi corazón palpita, la
pasión arde. Esta jovencita, única en el mundo, tiene que pertenecerme, tiene que ser mía.
¡Que Dios conserve el cielo, si me reserva a ella! Conozco muy bien lo que he escogido.
Y es tan grande, que el cielo no consentiría esta partición, pues, si yo me la reservo, ¿qué
queda para el cielo? Los fieles mahometanos se quedarían desilusionados en su esperanza
si en su Paraíso abrazaran pálidas y vagas sombras, ya que no podrían encontrar
palpitantes corazones, pues el calor de todos los corazones sería transfundido en su
pecho; desoladamente se dispersarían si encontraran labios pálidos, ojos cansados, pechos
quietos, débil apretón de manos, pues todo el rubor de los labios y el fuego de los ojos y
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la agitación de los pechos y la promesa de un apretón de manos y el presentimiento del
suspiro y el sello del beso y la pasión del abrazo... todo... todo se reuniría en ella, y a mí
se me daría pródigamente lo que bastaría para ambos mundos, el terrenal y el celestial.
Así me lo he imaginado siempre, pero cada vez que lo pienso me acaloro, porque imagino
su calor. Aunque habitualmente se considere el calor como un buen signo, no se sigue de
esto que se conceda a la imaginación el glorioso predicado de la solidez. Por esto ahora,
para cambiar, yo, frío, me la imaginaré fríamente. Intentaré dar una clasificación de la
mujer. ¿En qué categoría la incluiré? La de un ser que existe para otro ser. Y no se debe
interpretar erróneamente, en el sentido que existiría para mí y, a la vez, para otro. Conviene
aquí, como en todo concepto abstracto, abstenerse de toda referencia a la
experiencia; pues, de lo contrario, en el caso que nos ocupa, quedaría desmentido y
conformado por la experiencia. La experiencia es una rara criatura, ya que siempre está
en su naturaleza el desmentir y confirmar. O sea, que ella existe para otro ser. Pero
también en este caso no hay que dejarse desviar por la experiencia, que nos enseña lo raro
que resulta encontrar una mujer que exista para otros, ya que hay un número elevado que
no son nada, ni para sí mismas ni para otros. Esta predestinación ella la comparte con
toda la naturaleza, con todo el eterno femenino. Así la naturaleza existe para otro, y no en
sentido teológico, o sea que cada miembro de la naturaleza exista para otro miembro, sino
en el sentido de que toda la naturaleza existe para otro... existe para el espíritu. Lo mismo
pasa con el individuo. Por ejemplo, la vida de la planta despliega con simplicidad sus
encantos escondidos sólo para los demás. Lo mismo se diga de un enigma, de una
charada, de un misterio, de una vocal, etcétera, sólo existen para otro. Así se explica
fácilmente por qué Dios, cuando creó a Eva, dejó caer sobre Adán un sueño profundo,
pues la mujer es el sueño del hombre. También se deduce de este ejemplo que está en la
naturaleza de la mujer existir para los demás. Se dice que Jehová sacó a la mujer de la
costilla del hombre. Si, por ejemplo, la hubiese sacado de la cabeza del hombre, la mujer
seguiría existiendo para otro ser; pero no era destino que ella tuviese que ser una quimera,
sino algo distinto. Ella se hizo carne y sangre, y por esto entra en los esquemas de la
naturaleza, siendo esencialmente un ser que existe para otros seres. Por primera vez ella
se despierta al contacto del amor, antes era sólo sueño. En esta existencia-sueño se
pueden distinguir dos estadios: el primero, el amor sueña con ella, y el segundo, ella
sueña con el amor.
Es la pura virginidad la que designa a la mujer como ser que existe para otro ser. La
virginidad es un estadio de la existencia que mientras existe para sí es una abstracción, y
así aparece a los demás. Lo mismo se diga de la inocencia femenina. Por esto se puede
decir que la femineidad en estado de inocencia es invisible. Es por otra parte muy conocido
que nunca ha existido una imagen de Vesta, la diosa que simboliza más de cerca
la virginidad. Este estadio de la existencia es estéticamente celoso de sí mismo, así como
Jehová lo es éticamente, y no permite que se tenga imagen alguna, ni siquiera una
representación. En esto consiste la contradicción de que el ser que existe para otros no
existiría para sí y sólo se haría invisible por primera vez mediante los otros. Desde un
punto de vista lógico, esta contradicción es bastante obvia, y quien logra pensar
lógicamente no se desviará de la misma sino que le sacará partido. Quien no piensa
lógicamente se imaginará que lo que existe para otro ser existe en sentido limitado; como
se puede decir de cualquier cosa: es en cuanto existe para mí.
Esta esencia de la mujer (la palabra existencia dice ya demasiado, pues ella para sí
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misma no existe) se indica con precisión como Gracia, expresión que nos recuerda la vida
vegetativa; ella es como una flor, gusta a los poetas, y hasta lo que hay en ella de
espiritual tiene algo de vegetativo.
Ella entra en los límites de la naturaleza y por esto es libresólo estéticamente. En
sentido más profundo, es liberada sólo por medio del hombre, y por esto se dice:
franquear, siendo el hombre el que libera. Si en realidad él libera no se la puede escoger
por otra elección. La mujer elige, pero si esta elección es el resultado de una larga
reflexión entonces ya no es una elección femenina. Será una deshonra recibir un rechazo,
pues el individuo rechazado habrá presumido demasiado, habrá querido liberar a otro ser
sin tener facultad. En esta relación se esconde una profunda ironía. El ser que existe para
otro ser aparece como el predominante: el hombre libera, la mujer escoge. La mujer es,
por este concepto, la vencida; el hombre es el vencedor, según el mismo concepto, sin
embargo el vencedor se inclina ante la vencida; y, siendo bastante natural, resulta un
índice de torpeza, estupidez, falta de sentido erótico plegarse para conseguir lo que
inmediatamente se nos somete. Pero hay aún una razón más profunda. La mujer es de
hecho sustancia, el hombre es reflexión. Por este motivo ella no es la que primero escoge,
sino que el hombre la libera y la mujer después escoge. El liberar del hombre es una pregunta,
la elección de ella, de hecho, es sólo una respuesta a una pregunta. En este sentido,
el hombre es superior a la mujer, en otro sentido es infinitamente inferior.
El existir para los demás es la verdadera virginidad. La antítesis de esta tentativa de
ser ella misma en relación con otro ser, para el que ella existe, se muestra en absoluto
desdén, pero este desdén muestra a la vez que la verdadera esencia de la mujer es existir
para los demás. Lo diametralmente opuesto a la absoluta entrega es el absoluto desdén,
que, por el contrario, es tan invisible como la abstracción, contra la que rompe cualquier
cosa sin que ésta adquiera vida. Luego la femineidad adopta el carácter de una crueldad
abstracta, que es la punta irónica del auténtico Sprödigkeit [desdén] virginal. Un hombre
nunca será tan cruel como una mujer. Si consultamos las mitologías, las leyendas, las
sagas populares, nos confirmarán esto. Si hay que describir un elemento desatado de la
naturaleza que no conoce límites en su crueldad, se echa mano de un ser virginal. Basta
ver el horror que se siente al leer que una jovencita, sin rechistar, deja que quiten la vida a
sus pretendientes, como se lee miles de veces en los cuentos y leyendas populares.
Barbazul mata a todas las jovencitas que ha amado la noche de bodas, pero su
satisfacción no está en matar, al contrario, su gozo para él es finito; aquí esta la
diferencia: no se trata de crueldad por el placer de la crueldad. Un Don Juan las seduce y
las abandona, pero su gozo no está en abandonarlas, sino en seducirlas; o sea, no es
crueldad abstracta.
Por esto yo constato, cuanto más lo considero, que mi práctica está en perfecta
armonía con mi teoría. El convencimiento de que la mujer esencialmente existe para otro
ser ha informado siempre mi práctica. De aquí la infinita importancia de que en estos
casos exista el instante; pues existir para los demás es siempre cuestión de un instante.
Podrá transcurrir mucho o poco antes de que llegue el instante, pero, cuando ha llegado,
lo que originalmente era un ser que existía para los demás asume una naturaleza relativa,
por lo que cesa de ser. Sé bien que los casados hablan de una teoría, según la cual la
mujer también en otro sentido es un ser que existe para los demás, siendo para ellos todo
durante toda la vida. Hay que ser indulgentes con los casados. En realidad, yo creo que
son ellos los que sugieren esta teoría. En general, en esta vida, cada condición tiene sus
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usos convencionales y, en particular, sus mentiras convencionales. Y entre ellas se cuenta
esta teoría. Entender el instante no es nada fácil, y quien lo malinterpreta consigue
naturalmente aburrimiento durante toda la vida. El instante es bello, y en el instante la
mujer es todo, y yo no entiendo de consecuencias. Entre éstas se encuentra también la de
tener hijos. Ahora bien, yo me imagino que soy un pensador bastante consecuente, pero,
aunque me volviera loco, no soy un hombre que se fije en las consecuencias, no las
entiendo, son cosas adecuadas para los casados.
Ayer Cordelia y yo hicimos una visita a una familia que está veraneando. Nos
quedamos en el jardín, y pasamos la mayor parte del tiempo haciendo distintos tipos de
ejercicios físicos. Entre otras cosas, jugamos a los aros. Un señor que estaba jugando con
Cordelia se marchó y aproveché la ocasión para sustituirlo. ¡Cuánto encanto desplegó,
resultando seductora y encantadora por el esfuerzo del juego! ¡Cuánta armonía en
contraste con sus movimientos! ¡Cuánta agilidad -como si danzara en la hierba- y energía,
aunque no se resistiera a nada! ¡Insidiosa hasta perder el equilibrio! ¡Su porte era
agradable; su mirada, provocadora! El juego naturalmente tenía para mí un interés muy
particular. Cordelia, por el contrario, parecía no hacer caso. Pero un aro que tiré a otra
jugadora fue para ella un rayo. Una luz más intensa iluminó desde entonces la situación,
dándole un significado más profundo, y ella se animó con mayor energía. Retuve los dos
aros, me paré un instante intercambiando unas palabras con los presentes. Ella entendió la
pausa. Volví a lanzar los aros. Ella agarró los dos. Luego, casi de forma desapercibida,
los tiró muy lejos, y me fue imposible agarrarlos. Este lanzamiento fue acompañado de
una mirada llena de infinita temeridad. Se cuenta que a un soldado francés, que tomaba
parte en la campaña de Rusia, hubo que amputarle una pierna por gangrena. En el mismo
instante en que acabó la dolorosa operación, agarró la pierna amputada por el pie y la tiró
lejos, gritando: "Vive l'empereur!" Con aire parecido ella lanzó lejos, más hermosa a
como la había visto antes, los dos aros, como si se dijera a sí misma: "¡Viva el amor!" Y
por esto no creí oportuno dejarle tomar la delantera en este estado de ánimo, ni de
abandonarla, por temor a la languidez que suele seguir a continuación. Me mantuve tranquilo
y la obligué, ayudado por la presencia de los espectadores, a seguir jugando, como
si no hubiera notado nada. Tal postura sólo le concede mayor elasticidad.
Si en nuestra época se tuviese alguna simpatía por ciertas averiguaciones, yo
propondría un concurso de premios con la pregunta: ¿Quién, estéticamente hablando, es
más púdica, una jovencita o una mujer joven, la inexperta o la experta? Pero en nuestra
época no nos interesan estas cosas. En Grecia, una pregunta de este tipo hubiera atraído la
atención general, todo el Estado se habría movido, y en particular las jovencitas y las
mujeres jóvenes. En nuestra época esto parece increíble, como resulta increíble la célebre
disputa entre dos doncellas griegas, y el examen profundamente minucioso a que dio
lugar, ya que en Grecia no se trataban estos problemas con rutina y por encima; todos
saben que Venus, precisamente con ocasión de esta disputa, recibió un nuevo atributo, y
que hoy todos admiramos la imagen que ha eternizado a Venus. Una mujer casada tiene
en su vida dos periodos en los que es interesante: el de la juventud apenas pasada, y de
nuevo, mucho tiempo después, cuando ya es muy anciana. Pero al mismo tiempo ella
tiene, y esto no se lo puedo negar, un instante en el que es más encantadora que una
jovencita, y entonces inspira más reverencia; pero es un momento que raramente tiene
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lugar en la vida, es una imagen de la fantasía que no tiene necesidad del cotejo con la
vida y que quizá nunca se verá. Yo me la imagino entonces fresca, floreciente,
voluptuosamente madura en el cuerpo, en el instante de tener un niño en su vientre, al que
dirige toda su atención y en el que se pierde su contemplación. Es, por así decir, una
imagen tan delicada que la vida humana no puede ofrecer, es un mito de la naturaleza y
como tal sólo se puede ver en el arte y no en la realidad. No debe haber en esta imagen
más figuras o fondos, porque la distorsionarían. A menudo en nuestras iglesias vemos que
una madre entra con su hijo entre los brazos. Prescindiendo del molesto vagido, del
ansioso presentimiento de las esperanzas de los padres por el futuro del pequeño,
excitadas por estos vagidos, todo el ambiente que los rodea obra de manera tan
perjudicial que, aunque el resto fuese perfecto, se perdería el efecto. Se mira al padre, y
es un error, que quita delante cuanto había de místico y fascinante, se mira -horrenda
rejero- al coro serio que rodea al padre, y no se ve... nada. Considerada como una imagen
de la fantasía es la más delicada de todas. Me faltan temeridad, rapidez, desfachatez para
osar atacarla, pero si en realidad viese una imagen así me sentiría completamente
desarmado.
¡Cómo me ata Cordelia! Pero el tiempo pasa, y mi alma me pide rejuvenecer. Ya casi
oigo el canto del gallo lejano. Quizá ella también lo oye, pero pensará que anuncia la mañana...
¿Por qué una jovencita es tan guapa? ¿Y por qué dura tan poco su belleza? Estos
pensamientos podrían acarrearme melancolía, aunque no me importe. ¡Gocemos sin retrasar!
En general, la gente que hace estas meditaciones no goza. Al mismo tiempo no
puede ser perjudicial que la mente se pare en estos pensamientos; ya que estas preocupaciones,
no precisamente por sí sino por lo que aportan a otros, hacen que el hombre sea
virilmente más guapo. Una preocupación que caiga, oscura como un velo de niebla e
ilusoria, sobre el porte masculino, pertenece también a la erótica masculina. Y a ésta, en
la mujer, le corresponde una melancolía... Cuando una jovencita se entrega completamente,
todo se ha acabado. Aún hoy yo me acerco a una jovencita con ansiedad,
palpitando el corazón, pues percibo el eterno poder que se esconde en su ser. Esto jamás
me ocurre con una mujer. Y no tiene importancia esa brizna de resistencia que
acertadamente quiere oponer. Sería como decir que la capucha de una mujer casada
inspira mayor respeto que la cabeza descubierta de una doncella. Por eso mi ideal ha sido
siempre Diana. Esa virginidad pura, esa reserva absoluta han podido conmigo. Y, aunque
ocupaba mi atención, yo la consideraba a la vez de mala gana. En resumen, considero que
ella no se merece los elogios que se hacen de su virginidad. Ella sabía que su juego en la
vida estaba en la virginidad, y por eso lo ha cuidado tanto. En un rincón del mundo, en el
que se respiraba aire filológico, he oído cuchichear que ella tuvo una advertencia en los
impresionantes dolores que su madre sufrió al parirla. Esto la habría atemorizado, y por
esto no puedo reprochar a Diana, sino diré más bien con Eurípides: prefiero ir tres veces a
la guerra antes que parir una sola vez. En realidad, yo no me podría enamorar de Diana,
pero no niego que daría mucho por una conversación con ella, por lo que yo llamaría un
intercambio de pareceres. Ella tendría que convenir conmigo en muchos enredos. Está
claro que, de un modo o de otro, mi buena Diana tiene una dosis importante de conocimientos
que la hacen menos ingenua que Venus. Yo no perderé el tiempo espiándola en
el baño, sino que la espiaré con mis preguntas. Si fuera a una cita, en la que temiese
conseguir la victoria, iría bien preparado y armado; pondría en movimiento, en una
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conversación con ella, todas las malevolencias de la erótica...
Yo he meditado a menudo sobre la situación, sobre el instante que se puede
considerar más seductor. La respuesta, naturalmente, depende de lo que se desea y del
grado de desarrollo al que se ha llegado. Yo me inclino por el día de bodas, y sobre todo
por un determinado momento. Cuando está elegantemente vestida de novia y toda su
magnificencia palidece frente a su belleza y ella a su vez palidece, cuando la sangre se
para, cuando los pechos se quedan inmóviles, cuando el pie duda, cuando la doncella
tiembla, cuando el fruto madura, cuando el cielo la exalta, cuando la seriedad le da
fuerzas, cuando la promesa la mantiene, cuando la plegaria la bendice, cuando el mirto le
ciñe la frente, cuando palpita el corazón, cuando baja la mirada, cuando ella se refugia en
sí misma, cuando ella ya no es de este mundo por pertenecer demasiado, cuando los
pechos se agitan, cuando la figura se sacude con suspiros, cuando baja la voz, cuando
tiemblan las lágrimas, cuando el enigma no está resuelto, cuando se enciende la antorcha,
cuando espera el esposo... es el momento. Pronto se cumple. Sólo hay que dar un paso,
pero podría ser un paso en falso. Ese instante puede incluso hacer interesante a una
jovencita insignifcante. Todo tiene que estar preparado, pues, si en el instante en que los
extremos se tocan falta algo, en particular uno de los principales extremos, la situación
pierde parte de su seducción. Hay un conocido grabado en cobre. Representa a una
penitente. Su aspecto es tan juvenil e inocente, que casi se turban ella y el confesor por lo
que ella va a confesar. Levanta un poco el velo y mira hacia el mundo, como si buscara
algo objeto de su confesión, y se nota rápidamente que no es más que una atención
hacia... el confesor. La situación es muy seductora y, puesto que en el cuadro es la única
figura, nada se opone a que imaginemos la iglesia, en la que tiene lugar esta escena, tan
espaciosa que podrían sermonear varios predicadores a la vez. La situación es muy
seductora, y no me opondría a colocarme en el fondo, sobre todo si la jovencita, a su vez,
no se opusiera. Sin embargo, la situación queda subordinada, ya que en ambas versiones
la jovencita parece que sea una niña, y por tanto tiene que pasar tiempo antes de que
llegue ese momento.
¿En mis relaciones con Cordelia he sido fiel a mis deberes? Quiero decir, a mis
deberes con la Estética, ya que lo que me da fuerza es que yo siempre tengo la Idea de mi
parte. Es un secreto como el de la cabellera de Sansón, que ninguna Dalila podrá
quitarme. Si se tratara simplemente de en gañar a una jovencita, no valdría la pena; pero
el hecho de que la Idea me acompañe en mis movimientos, que trabaje a su servicio y a
su servicio me consagre, me da austeridad a mí y fuerza para abstenerme de los placeres
prohibidos. ¿He tenido presente siempre lo interesante? Sí, puedo afirmarlo libre y
abiertamente en este diálogo secreto mío. Lo interesante de este noviazgo fue que no
diera lugar a lo que normalmente se entiende por interesante. Le mantuvo lo interesante
porque la apariencia exterior era en contradicción con la vida interior. Si mi relación con
ella hubiera sido secreta, habría sido interesante sólo a la primera potencia. Sin embargo
es interesante a la segunda potencia, y esto representa para ella lo interesante. El
noviazgo se rompe, pero ella misma lo romperá para iniciar un vuelo hacia una esfera
más alta. Así tiene que ser; ésta es la forma de lo interesante que más le convencerá.
16 de septiembre
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¡El vínculo se ha roto! Apasionada, fuerte, atrevida, divina levanta el vuelo como un
pájaro que ahora, por primera vez, pueda desplegar las alas. ¡Vuela, pájaro, vuela! En
realidad, si este vuelo regio fuese una separación de mí, mi dolor sería ilimitado y
profundo. Sería para mí como si la amada de Pigmalión se convirtiese de nuevo en
piedra. Yo la devolví ligera como un pensamiento, ¡y ese pensamiento ya no me
pertenecería! Se volvería uno loco. Un instante antes no me habría preocupado; un
instante después no me habría afligido; pero ahora... ¡ese instante es para mí una
eternidad! Pero ella no vuela lejos de mí. Entonces, ¡vuela, pájaro, vuela! ¡Elévate
orgulloso con tus alas, resbálate por el mórbido reino del aire, pronto estaré contigo,
pronto me esconderé contigo en la profunda soledad!
La tía se quedó sorprendida con la noticia. Por otra parte es lo suficientemente
honesta como para que no piense obligar a Cordelia, aunque yo, en parte por entontecerla,
en parte por dar vueltas alrededor de Cordelia, haya hecho algunas intentonas para que se
interese por mí. Ella se muestra muy solidaria y no sospecha que yo implore todo tipo de
solidaridad.
Ella ha obtenido permiso de la tía para pasar un tiempo en el campo, y se irá a ver a
una familia conocida. Esto viene muy bien, pues de esa forma no se abandonará a la
exuberancia de su nuevo estado de ánimo. Aún por un tiempo estará al reparo de
cualquier tipo de exaltación. Yo seguiré en contacto con ella mediante cartas, de forma
que nuestras relaciones vuelvan a reverdecer. Ahora tiene que fortalecerse; será mejor
permitirla que exprese un excéntrico desprecio a los hombres y a la vida en general. El
día de la partida se presentará ante ella, vestido de cochero, un joven leal, al que se unirá
fuera mi fiel criado. La acompañará hasta su destino y se quedará con ella para ayudarle y
darle una mano, en caso de necesidad. No conozco a nadie mejor que a Santi para
mandarle allí. Yo mismo he preparado todas las cosas. No falta nada que pueda de alguna
forma servir para que su alma se regocije y se tranquilice en el más voluptuoso bienestar.
Cordelia mía:
Aún las recriminaciones de las familias no se han unido en un general y alarmante
alboroto capitolino. Alguien a solo ya habrá tenido que soportarlo. Imagínate una
asamblea de infantes de tetera y damas de café, imagínate en la presidencia a una dama
que se pueda comparar con el inmortal presidente Lars del Claudius, y tendrás un cuadro,
una idea y una medida de lo que has perdido con la condena de la gente fina.
Te incluyo el famoso grabado que representa al presidente Lars. Por desgracia, no
pude conseguir una separata y he tenido que comprar el Claudius, he cortado el retrato y
he tirado el resto. ¿Como podría molestarte con un regalo que en estos momentos no tiene
para ti la menor importancia? ¿Cómo podría no ofrecerte lo que pueda producirte un
instante de placer? ¿Cómo podría permitir que en esta situación se mezcle algo más de lo
pertinente? Esta prolijidad pertenece sólo a los hombres esclavizados por la naturaleza y
por las limitadas contingencias de la vida; pero tú, Cordelia mía, tú, en tu libertad, me
odiarías.
Tu Juan
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La primavera es la estación más hermosa para enamorarse, el otoño la más bella para
apagar los deseos. En otoño nos acompaña una melancolía que se adapta a la conmoción
en la que cae el pensamiento tras apagar el deseo. Hoy he ido al campo, donde durante
unos días Cordelia encontrará el ambiente que armonice con su alma. No deseo ser
partícipe ni de su sorpresa ni de su gozo, pues estas debilidades eróticas sólo debilitarían
su alma. Si, por el contrario, se encuentra sola, se abandonará a las ensoñaciones, por
todas partes encontrará ilusiones, indicaciones, un mundo encantado; pero todo esto
perdería su importancia si yo me encontrase a su lado, ella podría hasta olvidar que para
nosotros ha llegado el momento en el que todo esto, gozado en comunión, volverá a tener
importancia. Este ambiente no debe irritar su alma como un narcótico, sino que debe
ayudarle continuamente a elevarse, mientras ella lo considerará como una broma sin
sentido en relación con lo que tiene que pasar. Yo mismo procuraré, en estos días que
faltan, visitar más a menudo esos lugares para mantenerme en un estado de ánimo
parecido.
Cordelia mía:
Ahora, de verdad, puedo llamarte mía; ningún signo externo me recuerda mi
posesión... Ahora, de verdad, te llamaré mía. Y cuando te tenga entre mis brazos, cuando
tú me ates con tu abrazo, ya no tendremos necesidad de ningún anillo para recordarnos
que nos pertenecemos mutuamente, ¿pues acaso este abrazo no es un anillo que vale más
que un símbolo? Y cuanto más estrechamente este anillo nos apriete, más
indisolublemente nos unirá, mayor será la libertad, ya que tu libertad consiste en ser mía,
y la mía en ser tuyo.
Tu Juan
Cordelia mía:
Alfeo, durante una cacería, se enamoró de la ninfa Aretusa. Ésta no quiso escuchar su
deseo y huyó corriendo delante de él hasta que llegó a la isla Ortigia y se transformó en
fuente. Alfeo sufrió tanto, que a su vez fue transformado en río, en el Peloponeso. A
pesar de todo, él no olvidó su amor, y por debajo de las aguas del mar se acercó a esa
fuente. ¿Ha pasado el tiempo de las metamorfosis? Contesta. ¿Ha pasado el tiempo del
amor? ¿Con qué otra cosa podría comparar tu alma pura y profunda, que no tiene ningún
contacto con el mundo, si no es con una fuente? ¿Y no te he dicho ser como un río que se
ha enamorado de ti? ¿Y no me precipito, ahora que estamos separados, entre las olas del
mar para unirme contigo? Allí, bajo las olas del mar, nos encontraremos de nuevo, pues
sólo en esas profundidades por primera vez nos perteneceremos mutuamente,
completamente.
Tu Juan
Cordelia mía:
¡Pronto, muy pronto, serás mía! Cuando el sol cierre su ojo vigilante, cuando la
historia haya acabado y empiecen los mitos, no sólo me envolveré en mi manto, sino me
envolveré en la misma noche como en un manto e iré corriendo a ti y me quedaré
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escuchando para encontrarte, no guiado por tus pasos, sino por los latidos de tu corazón.
Tu Juan
A veces, cuando no puedo encontrarme personalmente, como quisiera, junto a ti, me
intranquiliza el pensamiento que pueda pensar en el futuro. Hasta ahora no ha sucedido,
ya que he sabido aturdirla estéticamente. No puede pensarse en nada más antierótico que
en estos discursos sobre el futuro, cuyo origen está en la falta absoluta de temas con los
que ocupar el tiempo presente. Con tal de estar cerca, no me preocupan estas cosas, pues
sé cómo empujarla a olvidar el tiempo y la eternidad. Si, en una relación con el alma de
una jovencita, no se saben disponer así las cosas, entonces no habría que esforzarse en
intentar seducirla, pues en ese caso hay que salvar dos escollos: las preguntas sobre el
futuro y la catequización de la fe. Por esto resulta bastante natural que Margarita, en
Fausto, haga a Fausto un pequeño examen de este género, ya que éste cometió la
imprudencia de presumir de caballero, y contra tales ataques una jovencita siempre está
acorazada.
Creo que ya todo está dispuesto para recibirla; no le faltará ocasión para admirar mi
memoria; mejor aún, no tendrá tiempo de admirarla. No se ha olvidado nada que tenga
importancia para ella, y por el contrario no hay nada que pueda recordarle directamente a
mí, al ser yo invisible, presente en todas las partes. Por otra parte, el efecto dependerá
sobre todo de cómo ella vea todo desde el primer momento. Para este fin mi criado ha
recibido unas instrucciones muy precisas, y él, dotado de una inteligencia natural, es un
experto en materia. Cuando recibe órdenes sobre el particular, casual o negligentemente
sabe sacar conclusiones, sabe ser discreto, en resumen, no tiene precio. La situación es la
mejor que se podía esperar. Sentados en el medio de la habitación, por ambos lados se ve,
más allá del fondo, ante sí el horizonte infinito, y se siente uno solo en el extenso mar del
aire. Si se acerca uno a la ventana, lejos en el horizonte, se arquea como una corona un
bosque, que pone límites y lo rodea una segunda vez. Así tiene que ser. ¿Qué ama el
amor?... Un recinto. ¿No era el Paraíso un lugar cerrado, un jardín expuesto a Oriente? Si
nos acercamos más a la ventana, aparece un tranquilo lago, que humildemente se esconde
entre las escarpadas orillas: en la orilla hay una barca. Un suspiro del corazón hinchado,
un soplo del pensamiento inquieto: suelta amarras, resbala por las olas del lago, empujada
suavemente por la dulce brisa de una pasión que no tiene nombre. Se mete por la
misteriosa soledad del bosque, acunada por las olas del lago, que sueña con las profundas
tinieblas del bosque... Si miramos para el otro lado, ante los ojos se dispersa el mar, que
no puede detener nada, perseguido por el pensamiento, que no retiene nada... ¿Qué ama el
amor? El infinito. ¿Qué teme el amor? Los límites... El salón incluye una habitación más
pequeña, o mejor un pequeño estadio, porque esta habitación, como la de la casa de los
Wahl, está destinada a doble uso. El parecido es sorprendente. Una estera tejida con
juncos cubre el suelo, delante del diván hay una mesita de té y encima una lámpara,
completamente parecida a la de su casa; todo idéntico, sólo que más espléndido. Podía
permitirme este cambio en la decoración. En el salón hay un piano, muy sencillo, pero
que recuerda el piano que había en casa de las Jansen. Está abierto; en el atril, abierta, esa
breve aria sueca. La puerta de entrada está entornada. Ella entra por la otra puerta del
fondo, y Santi ha recibido instrucciones sobre el particular. Cuando su mirada se vuelva
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al pequeño estudio y al piano a la vez, se despertará el recuerdo en su alma, y en ese
instante Santi cerrará la puerta... La ilusión es perfecta. Ella entra en el estudio. Está
satisfecha, estoy convencido. Mientras tanto su mirada cae sobre la mesa, descubre un
libro; al mismo tiempo Santi lo coge para ponerlo ? en su sitio, añadiendo casualmente:
"Seguramente se lo ha olvidado el señor cuando estuvo esta mañana". Así se entera,
ahora por primera vez, de que he estado esta mañana, y por consiguiente querrá ver el
libro. Es una traducción alemana del famoso Amor y Psique de Apuleyo. No es un
poema, ni conviene que sea, ya que se considera una afrenta ofrecer a una jovencita una
obra poética, como si en ese momento ella no estuviese poéticamente dotada para
descubrir la poesía que se esconde en la realidad inmediata, poesía no elaborada por el
pensamiento de otro... Ella leerá el libro y se habrá conseguido lo que se pretendía...
Abriendo, al pasar, por donde por última vez se ha leído, encontrará una ramita de mirto,
y a la vez descubrirá que esto representa algo más que un registro.
Cordelia mía:
¿De qué tienes miedo? Si estamos muy unidos uno con otro seremos fuertes, más
fuertes que el mundo, más fuertes que los mismos dioses. Tú sabes que una vez vivió en
la tierra una estirpe, en realidad eran hombres, pero cada uno se bastaba a sí mismo y no
conocían los lazos íntimos del amor13 Sin embargo eran fuertes, tan fuertes que quisieron
asaltar el cielo. Zeus, que los temía, los dividió de forma que de cada uno saliesen dos, un
hombre y una mujer. Ahora igual sucede que lo que una vez estaba unido se vuelve a unir
de nuevo en el amor, y esa unión es más fuerte que Zeus, fuerte no sólo en relación a ese
único ser originario, sino aún más fuerte, ya que el lazo del amor es aún más poderoso.
Tu Juan
24 de septiembre
La noche es tranquila -son las doce menos cuarto; fuera, el cazador toca su saludo a
los campos, cuyo eco se oye en las paredes; entra por los muros, vuelve a soplar en su
cuerno: ahora el eco llega más lejos aún... Todo duerme en paz, menos el amor. ¡Venga,
despertaos, fuerzas misteriosas del amor, reuníos en mi pecho! La noche es silenciosa: un
pájaro solitario rompe ese silencio con su grito y batir de alas, volando a ras por los
campos de rocío, hacia el borde de los glaciares; también él se apresura a una cita de
amor -accipio omen! [tengo buenpresentimiento] ¡Qué profunda es la naturaleza! Yo
tengo presagios por el vuelo de los pájaros, por sus gritos, por el rutilante deslizamiento
de los peces en la superficie del lago, por su tirarse a los abismos, por un ladrido de
perros, por el lejano rumor de un carruaje, por el ruido de un paso cuyo eco se oye lejos
de aquí. No vemos fantasmas a esta hora de la noche, no veo lo que ha sido, sino lo que
será en la ensenada del lago, en el beso del rocío, en la niebla que se extiende por la tierra
para cubrirla con un fecundo abrazo. Todo es imagen, y yo mismo soy mi mismo mito,
¿pues no es un mito que yo me apresure a esa cita? No importa quien soy. Todo lo caduco
y lo mortal ha sido olvidado, sólo queda lo eterno, el poder del amor, su urgente deseo, su
13 Alude al mito del hombre-mujer, al que se refiere el "Discurso de Aristófanes" en el Banquete de Platón.
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beatitud... ¡Mi alma está tan tensa como un arco! ¡Y mis pensamientos tan preparados
como dardos en la aljaba, no envenenados, pero siempre capaces de mezclarse con la
sangre! Mi alma se siente fuerte, sana, alegre, presente, como un dios... Ella era hermosa
por naturaleza. ¡Yo te lo agradezco, maravillosa naturaleza! Velaste por ella como una
madre. ¡Gracias por tu atención! Ella era inmaculada. Yo doy gracias a los hombres, a
quienes se lo debe. Su desarrollo fue obra mía, pronto gozaré de los frutos... ¿Qué no he
concentrado en ese instante que se acerca? ¡Muerte y condenación, si fallo el intento...!
Aún no veo mi carruaje... Oigo restallar el látigo. Es el cochero... ¡Latigazo, a vida y
a muerte! ¡Se derrumben los caballos, pero ni un segundo antes de que alcancen su destino!
25 de septiembre
¿Por qué no puede durar más una noche así? Si Electra se pudiera olvidar, ¿por qué
en estos casos el sol no puede sentir compasión? Ya se ha acabado todo, y yo pido de no
verla más. Una vez que una jovencita ha dado todo está rota, lo ha perdido todo; pues, si
en el hombre la inocencia es un momento negativo, en la mujer es la esencia de la vida.
Ahora es imposible toda resistencia, pero mientras exista es bonito amar; cuando cese,
amar se convierte en hábito y debilidad. No deseo recordar esta relación con ella; 'd ella
ha perdido el aroma, y ya pasaron los tiempos en que una jovencita, por el dolor de la
infidelidad del amante, se transformaba en heliotropo. No me despediré de ella, ya que no
hay nada que me moleste más que las lágrimas y las súplicas de las mujeres, que
confunden todo y en el fondo no significan nada. Es verdad que la he amado, peros de
ahora en adelante ella ya no puede ocupar mi alma. Si fuera un dios haría lo que Neptuno
hizo con una ninfa, la transformaría en un hombre.
Valía la pena saber si estaba en grado o no de engatusar a una jovencita hasta el
punto de que tuviese tanto orgullo de imaginarse que era ella la que se cansaba de la
relación. Podría ser una farsa muy interesante, que por s' misma tuviera también un cierto
interés psicológico y, desde ese punto de vista, nos enriquecería con muchas observaciones
eróticas.

 

 

 


 





FORFØRERENS DAGBOG

Forførerens dagbog er Mungo Parks dramatisering af Kierkegaards verdensklassiker med nyskrevet musik af Anne Linnet og Xander.

Fra det øjeblik, hvor Johannes ser den unge Cordelia, ved han, at han må forføre hende. Ikke bare emotionelt eller erotisk – han vil vinde hende helt og aldeles.

Vi deler den virtuose forførers tanker og tvivl, mens erobringsprocessen langsomt bliver livsfarlig for Cordelia.

Fra bog til teater

I oktober 1841 bryder Søren Kierkegaard med Regine Olsen, som han har været forlovet med i 13 måneder. Bruddet får københavnerne til at se skævt til den nyuddannede teolog, og to uger senere rejser han til Berlin. Her påbegynder han arbejdet på sit første hovedværk Enten-Eller, som udkommer i 1843. Forførerens dagbog er en del af dette værk.

Alle replikker i forestillingen er klippe-klistret fra Kierkegaards livsværk, dels fra de fiktive tekster omkring Forførerens dagbog, dels fra private breve og interviews med mennesker, der var tæt på Kierkegaards personlige forlovelseshistorie.

Historien begynder den 31. oktober 1841. Johannes Forføreren er hovedpersonen, Cordelia er den kvinde, han forfører og dagbogen er det redskab, han bruger til at øge fornøjelsen ved forførelsen.

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LÆS OGSÅ

>> Hør Anne Linnets åbningsnummer til Forførerens dagbog

>> Seks stjerner til Forførerens dagbog

>> Jesper Christensen læser højt af Forførerens dagbog

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Maria Cordsen
Taastrup
En fantastisk forestilling med eminente skuespillerpræstationer; meget poetisk og humoristisk på samme tid. Måden historien blev fortalt på balancerede mellem at være ironisk og dybt alvorlig, hvilket fungerede rigtig godt! Forførerens dagbog indeholdt tilmed skøn musik og har rørt mig helt ind til benet. Det er en forestilling jeg sent vil glemme!

Luna Brøndal
Herlev
Jeg er officielt forelsket. I Christine Albeck Børge. I sæsonens ensemble. I Martin Lyngbo. I alle der har gjort noget for denne forestilling. Jeg er forelsket i Mungo Park.

At finde mig selv lammet, måbende og ude af stand til overhovedet at klappe, er aldrig oplevet før. FANTASTISK!!


Mungo Park
Allerød
@Annemette Vi håber, at Anne Linnet og Xander vælger at udgive musikken. Jeg ved, de overvejer det og vi krydser fingre for, at de gør det!

Annemette Lundsgaard
8800 Viborg
Fantastisk flot og forførende teater. Tak for jeres bidrag, det var mesterligt gjort. Kan man tænke sig at I udgives det på CD, så man kunne glædes ved jeres flotte teater?

Ninna Maria Kiel Revsbech
8000
Intet mindre end fantastisk! Er forført af universet, musikken, teksten, kostumerne - det hele! Vil sætte stor pris på at musikken bliver udgivet!

Susanne Hass
Vanløse
Helt fantastisk!

Elo Haffner Pedersen
8000 Aarhus C.
Jeg ville gerne give en vurdering af Forførerens Dagbog, men da den ikke har haft premiere i Aarhus endnu, må jeg jo bare vente og vente til november, hvor den bliver sat på programmet. Men ros skal I have, for vi ser alt, der kommer fra Mongo Park, og som regel er det altid en glædelig oplevelse. Mange tak. Hilsen Elo

Mungo Park
Allerød
Kære Jens, Der er desværre så mange andre faktorer også, der skal passe sammen, når vi planlægger vores program, så eskursuinssæsonen ikke altid bliver den afgørende faktor. Men jeg kender ikke den præcise varighed af eskursionssæsonen, så kan du ikke sende mig en mail på Αυτή η διεύθυνση ηλεκτρονικού ταχυδρομείου προστατεύεται από τους αυτοματισμούς αποστολέων ανεπιθύμητων μηνυμάτων. Χρειάζεται να ενεργοποιήσετε τη JavaScript για να μπορέσετε να τη δείτε. og fortælle mig den? Mvh. Katrina, Kommunikationschef

Jens Holck
Sorø
Hej Mongofolk Jeg var inde at se forestillingen i sommers og var meget begejstret. Jeg ville rigtigt gerne have haft mine tre 3.g-klasser i religion med inde og se forestillingen. Desværre ligger den (igen i år) uden for ekskursionssæsonen for gymnasieelever. Vil I ikke huske at tage hensyn, næste gang I har så relevant et stykke på plakaten?

Frederik Andersem
Birkerød
Hej Mungo Park. Hvilket materiale er scenen bygget af og hvilken farve har scenen?

Mungo Park
Allerød
Det er Anne og Xander, der bestemmer, om de vil udgive musikken fra forestillingen. Jeg ved, de overvejer det, men det er ikke sket endnu. Vi krydser fingre for, at de gør det!

Per Niemend
Rungsted Kyst
Har nu set det her stykke for anden gang, og det er helt fantastisk!

Og jeg skal bare have det soundtrack! Kan det skaffes!?


Mette Nybo
Rask Mølle
Fantastisk og forfærdelig, ganske som Johannes Forføreren. Var tryllebundet af denne opsætning.

Sasha thunholm
vesterbro
Virkelig forførende!

Sasha thunholm
vesterbro
Er der nogen der ved om man kan købe musikken fra stykket, et sted?

Emilie Beglaubter
frederiksberg c
Virkelig flot og rørende stykke. Sangene var FANTASTISKE og virkelig godt fremført af skuespillerne. En ren nydelse at være i teateret i Mungo Park! (som altid).

Jens Chr. von Holck
Sorø, 4180
En formidabel præstation at iscenesætte Søren Kierkegaards værk på en så underholdende, skarp og humoristisk måde uden at hælde SK's tekst og pointer ud med badevandet. Fantastisk idé at vise æstetikerens rastløshed ved at lade fem skuespillere spille ham samtidigt. Tak for en fantastisk (og æstetisk :-)) oplevelse!

Tina My Pedersen
København
Flot og spændende scene i det hele taget (jeg har aldrig været på Mungo Park før) - elsker hvad lys og skygge kan bringe frem, og her var det jo Kierkegaardske silouetter. Skidedygtige skuespillere/sangere! Håber også sangene bliver udgivet. Det eneste dårlige jeg ka sige er, at det var forvirrende når de talte i munden på hinanden...

Kim Graa
Glostrup
Vi var 4 inde og se denne forestilling, det var godt nok en elendig forestilling, vanvittig kedelig.

Stor respekt til skuespillerne, fint skuespil, men materialet er simpelthen for tyndt.


Trine Wehnert
Glostrup
Intet mindre end fantastisk! Formidable skuespilpræstationer, fed musik...ganske enkelt en forestilling som stadig sidder i kroppen 3 timer efter ”tæppefald”. Kan kun anbefale den til alle!

Inge Knarberg
3450 Allerød
Jeg havde min familie med til forestillingen den 16. april. Hvilken overraskelse af de gode. Vi talte og diskuterede efterfølgende - aldeles velspillet og medrivende var Forførerens Dagbog - virkelig værd at se. Tak for en god oplevelse

Rikke Falkenberg
Ringsted
Helt sikkert fortjent

Rikke Falkenberg
Ringsted
Helt igennem en fantastisk oplevelse. Nytænkende og meget flot sat op. Musikken er helt utrolig. En imponerende skuespillerpræstationen.

Birthe Ladehoff
København Ø
Stykket har den vildeste afslutning og afslutningsreplik! Fedt at skuespillerne også synger sangene så fint :-)

Per Lund Jørgensen
Allerød
Johannes skal frygte at møde min viv en mørk nat og stormfuld nat, for så er det vist ude med ham. En i alle henseender flot dramatisering, men jeg savnede et eller andet, som jeg endnu ikke er blevet klog på.

else lidegaard
København K
Rystende forestilling - som altid originalt udtænkt og her virtuost gennemført. Det lø'b virkelig en koldt ned ad ryggen ved denne totale og kyniske forførelsesproces.Tillykke - også med jeres Reumert-indstilling

Kirsten Hergot
Kokkedal
Jeg så forestillingen fredag den 8. 4. Jeg syntes det var smukt, at alt var holdt i sort og hvidt. Dygtige skuespillere og flot musik. Forførende forestilling. 6 stjerner

Lene Gustavsen
Holte
Det 1. kvarters tid tænkte jeg hvad er det for noget? Men så blev jeg grebet både af historien og musikken. Scenografien var genial. En god oplevelse.

Mads Jansen
Kbh. S
Så den som forpremiere, kan kun sige: Fed oplevelse! Og fed musik!

erling weiland
frederikssund
Vi har set 6 af jeres forestillinger, og vi er enige om at det er meget dygtige skuespillere, de arbejder fantastisk.Men: Forførerens dagbog forførte os ikke, vi kedede os, havde der været en pause var vi taget hjem. Alt det pilleri med halstørklæderne var forstyrrende.Det skal med at de synger flot. Ved min side sad sad et par han fik en albue i s

Mungo Park
3450 Allerød
Vi håber, at Anne Linnet og Xander vil udgive numrene, men det er op til dem, så vi kan kun krydse fingre.

Sodia Tolstrup
København S
Rigtig godt stykke. Kommer man til at kunne købe soundtracket på et tidspunkt?

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Billetter
Fakta
Spilleperiode: 27. nov. - 4. dec. 2013 | Kalender
Spillested: Mungo Park i Allerød
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Varighed: 105 min.
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Instruktør:Martin Lyngbo
Komponister: Anne Linnet og Xander Linnet
Manuskript: Lasse Bo Handberg og Martin Lyngbo
Ide: Lasse Bo Handberg
Medvirkende: Signe Kærup Hjort, Christine Albeck Børge, Kasper Leisner, Anders Budde Christensen, Jonas Munck Hansen
Scenograf og kostumedesigner: Ulla Kassius
Lyddesign: Rasmus Overgaard Hansen
Lysdesign: Jakob Rasmussen

OBS: Af tekniske årsager kan vi beklagelig vis ikke anvende vores teleslyngeanlæg til visninger af FORFØRERENS DAGBOG.

Musik

Billeder



STØTTET AF


MUNGO PARK
Fritz Hansens Vej 23
3450 Allerød
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Teater Mungo Park

 

 

 

 

 

 


 

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